?Tiempo de incertidumbre?
Leo en EL PA?S del 11 de enero un art¨ªculo de Gianni Baget Bozzo titulado Tiempo de incertidumbres. Su tema es la p¨¦rdida de norte que sufre la humanidad desde el colapso del comunismo y la crisis de la socialdemocracia, versiones radical y moderada de un mismo modelo, el revolucionario, cuyo principio b¨¢sico era la atribuci¨®n al Estado de la direcci¨®n del cambio social y el establecimiento de la justicia. Esta carencia de modelo nos ha hecho perder, seg¨²n lamenta el autor, el sentido del orden. Reina una desorientaci¨®n que no es s¨®lo pol¨ªtica, sino moral: en el caso italiano, ¨¦se ser¨ªa el origen de la corrupci¨®n y las tangenti.Aunque estoy de acuerdo con el punto de partida -el espectacular fracaso del modelo revolucionario y la desorientaci¨®n de las socialdemocracias-, todas las deducciones del autor a partir de ah¨ª me parecen excesivas o abiertamente err¨®neas. La humanidad siempre ha vivido en la incertidumbre, es decir, siempre ha tenido la impresi¨®n de estar saliendo de un mundo organizado y estable (conocido) y de enfrentarse con un futuro brumoso y amenazador. Sin duda, esta sensaci¨®n se acentu¨® en momentos tales como la ca¨ªda del Imperio Romano, o durante las guerras de religi¨®n que siguieron a la ruptura de una unidad cat¨®lica milenaria. Pero expresiones comparables de idealizaci¨®n del pasado y temor ante el futuro, conciencia de estar viviendo tiempos de crisis, se pueden encontrar en todas las ¨¦pocas de la historia, incluidas aquellas que, vistas con la distancia que da el paso de los siglos, no pueden por menos de catalogarse corno las m¨¢s estables.
M¨¢s ingenuo todav¨ªa que la sensaci¨®n de vivir una ¨¦poca excepcional me parece la atribuci¨®n de nefastas consecuencias morales a la incertidumbre. Esto era, aproximadamente, lo que sosten¨ªa la Iglesia cat¨®lica cuando comenzaron los grandes cambios de la modernidad, que supusieron, entre otras cosas, una fuerte secularizaci¨®n de la vida social: la p¨¦rdida de las creencias religiosas conducir¨ªa -se dec¨ªa- a la desaparici¨®n de los frenos que nos proteg¨ªan frente a la inmoralidad y la criminalidad. Afortunadamente, todos los datos desmienten que haya m¨¢s criminalidad en la irreligiosa pero c¨ªvica Escandinavia actual, por ejemplo, que en la monol¨ªticamente cat¨®lica Espa?a del siglo XVII que nos describe la novela picaresca. Pese a ello, que las barbaridades se hacen porque "la gente ya no cree en nada" sigue siendo un lugar com¨²n repetido en el lenguaje de la calle. Pero encuentro sorprendente que lo firme un polit¨®logo profesional, y m¨¢s a¨²n que se acepte en ambientes que se consideran de izquierdas (lo he o¨ªdo repetir a nost¨¢lgicos del 68), ya que es una presunci¨®n b¨¢sicamente conservadora.
Me preocupa tambi¨¦n la idealizaci¨®n impl¨ªcita de los tiempos supuestamente normales, o de certidumbre. Las escasas "¨¦pocas de certidumbre" de la historia humana, es decir, aquellas en que los ide¨®logos y dirigentes consiguieron imponer una visi¨®n de la realidad que daba respuestas aparentemente satisfactorias a los principales interrogantes relacionados con el futuro de la colectividad, han tenido consecuencias temibles. Desde el punto de vista intelectual, asfixiaron mientras pudieron cualquier tarea creativa que cuestionase las verdades oficiales, unas verdades que, en definitiva, no iban a conducir sino a colosales decepciones. Desde el punto de vista pol¨ªtico, sirvieron en general de pretexto ideol¨®gico para reg¨ªmenes totalitarios, r¨ªgidamente intolerantes con cualquier manifestaci¨®n de la libertad individual.
?Qu¨¦ queda ahora de aquellas certidumbres? Una hipot¨¦tica encuesta entre las mejores mentes europeas de hace mil a?os, por ejemplo, nos hubiera ofrecido como respuesta un¨¢nime una divisi¨®n de la historia humana en cuatro grandes imperios (egipcio, persa, griego y romano) y un pron¨®stico de que al finalizar el cuarto (que estaban intentando prolongar con la ficci¨®n del Sacro Romano Imperio, creado por Carlomagno) acontecer¨ªa la segunda venida de Cristo y el fin del mundo; algo que ocurrir¨ªa, seg¨²n se atrev¨ªan a precisar algunos, entre el a?o 1200 y el 1260, tiempo equivalente a las cuarenta generaciones que deber¨ªan transcurrir tras el nacimiento de Cristo, ya que ¨¦ste era el punto central de la historia humana, y en cuarenta se calculaban, a partir de la Biblia, las generaciones que le separaban de Ad¨¢n.
A finales del siglo XVIII, la profec¨ªa de los cuatro imperios se reformul¨® en t¨¦rminos laicos por los ide¨®logos del progreso, que explicaron el ascenso de la humanidad a trav¨¦s de tres estadios: teol¨®gico, metafisico y cient¨ªfico, o militar, feudal e industrial, seg¨²n las versiones. A mediados del XIX, Marx sustituy¨® esta periodizaci¨®n por otra secuencia de modos de producci¨®n, seg¨²n la cual el socialismo suceder¨ªa al capitalismo tan inevitablemente como ¨¦ste hab¨ªa sucedido al feudalismo... Mejor ser¨¢ no hurgar en la herida y recordar qui¨¦n ha sucedido a qui¨¦n.
Nadie, ni entre los mejores cient¨ªficos sociales, fue capaz de prever el derrumbamiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica ni la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. Justamente el invierno anterior a este ¨²ltimo acontecimiento me toc¨® vivir en Harvard, en un centro lleno de polit¨®logos alemanes, se supone que de primera categor¨ªa mundial, y recuerdo alguna conversaci¨®n en que la eventual reunificaci¨®n se descart¨® ol¨ªmpicamente como un sue?o de dirigentes pol¨ªticos seniles. Pero las predicciones fallidas no cesaron tras el colapso de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, cuando nuevos ide¨®logos oficiales cantaron el triunfo definitivo del capitalismo y la democracia parlamentaria y se atrevieron a anunciar que el futuro estar¨ªa dominado por estos ¨²nicos ideales. S¨®lo han pasado cinco a?os y ya podemos observar el protagonismo de unos personajes -el fundamentalismo religioso, las rivalidades ¨¦tnicas- para quienes nadie hab¨ªa reservado un papel en el reparto.
Similares fallos de previsi¨®n hab¨ªan ocurrido en los a?os cincuenta, cuando los expertos en el estudio de la inestabilidad pol¨ªtica coincid¨ªan en se?alar a Sur¨¢frica como el pa¨ªs de m¨¢s alto riesgo para un estallido revolucionario, mientras colocaban, por el contrario, a Cuba entre los reg¨ªmenes pol¨ªticos de m¨¢s improbable inestabilidad. Se sabe la tormenta que se abati¨® sobre Cuba, mientras que Sur¨¢frica vivi¨® d¨¦cadas llenas de tensi¨®n, pero sin llegar a una revoluci¨®n abierta, y hoy somos testigos de una transici¨®n ejemplarmente pac¨ªfica para la magnitud de los problemas de convivencia que afectan a aquel pa¨ªs. Algo parecido podr¨ªa decirse de las negras predicciones, un¨¢nimemente compartidas, que planeaban sobre la Espa?a posfranquista.
La vida, en su constante expansi¨®n y creatividad, admite pocas previsiones y ninguna certidumbre. La historia humana no obedece a una linealidad, su futuro no est¨¢ escrito, y nunca deja de sorprendemos. Lo m¨¢s que podemos hacer los cient¨ªficos sociales es racionalizar parcialmente, y de manera discutible, alguno de los acontecimientos pasados. En cuanto al porvenir, se puede establecer alguna generalidad, de tipo estad¨ªstico o a partir del estudio de casos comparados, pero es pr¨¢cticamente imposible predecir acontecimientos concretos para pa¨ªses determinados, como har¨ªa la astronom¨ªa con cuerpos celestes. Un acontecimiento colectivo, como una revoluci¨®n, depende de un excesivo n¨²mero de variables como para ser controlado de antemano.
La vida nos supera. La incertidumbre es esencial a la existencia humana. Y no hay por qu¨¦ lamentarlo. Las certidumbres siempre han sido peores.
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