Escribir en el polvo de las tarimas
Cuando se intenta sobre un escenario convertir en teatro la palabra de Shakespeare, el m¨¢s sorprendente descubrimiento que surge de la conversi¨®n en suceso de sus vuelos literarios es la inexplicable facilidad con que ese, a veces enrevesad¨ªsimo, vuelo se presta a ser atrapado e incorporado al equipaje expresivo natural del int¨¦rprete.Quien quiera que escribiese aquello era un hombre de escena que escrib¨ªa para gente de escena. El desmenuzamiento en actos, ¨¢ngulos, miradas, comportamientos de la interioridad de la palabra shakespeariana no deja resquicio a la duda: es palabra de escenario e inimaginable no escrita sobre un escenario. De ah¨ª a deducir que tras el nombre de Shakespeare se estrujan las muchas imaginaciones convergentes -una horda c¨®mica- que requiere la creaci¨®n de un espect¨¢culo hay un paso imposible de no dar. S¨®lo mascando polvo de la tarima se pueden trazar con tanta precisi¨®n rutas invisibles sobre la tarima.
All¨ª poco o nada, importa la procedencia literaria del drama, si su palabra entra en el aparato expresivo de quien ha de darle su carne. Las muchas indagaciones acerca de la, ciertamente oscura, identidad de Shakespeare y sobre la procedencia de algunas de sus configuraciones dramat¨²rgicas tienen por eso relevancia historiogr¨¢fica, pero teatralmente son irrelevantes.
La teatralidad de Shakespeare procede de su condici¨®n de actor, porque le oblig¨® a ser un escritor esponja, que hizo suyo todo cuanto conven¨ªa al juego interpretativo que urd¨ªa y que es lo que mueve su pluma, de modo que es m¨¢s que veros¨ªmil imaginarle entrando a saco en la palabra ajena, porque, encarnada por ¨¦l, esa palabra experimenta una mutaci¨®n y se hace palabra de quien la incorpora a su piel: ese actor llamado Shakespeare, que probablemente es la punta uniformizadora de la inventiva de pi?as de teatreros que le rodeaban y suger¨ªan c¨®mo poner cada pliegue de su escritura a la altura exacta de su boca.
De ah¨ª la secular vigencia -s¨®lo igualada por Rojas en La celestina: otro monumentro literario para ser dicho- de su teatralidad, que alcanza paradojas tan audaces como la condensaci¨®n -tan vertiginosa que parece proceder de una percepci¨®n trastornada, pero que a medida que avanza se configura realista- del tiempo en la llegada de Otelo a Chipre; y la interiorizaci¨®n (que palidece a los expresionistas) del espacio en la (al borde de lo imposible) ejecuci¨®n f¨ªsica, de la escena del acantilado entre Tom y Gloster en la c¨²spide de El rey Lear.
Hubo que esperar a que se rompiera el cauce del naturalismo decimon¨®nico para percibir que esas escenas, entre decenas de su estirpe, son teatro en total pureza, porque son ilegibles fuera de su materializaci¨®n por int¨¦rpretes: drama escrito a salto de mata sobre la tarima, que es lo que le otorga -y Lope de Vega lo corrobora en su idea de que el teatro consiste en "dos actores y una sola pasi¨®n"- absoluta originalidad, por plagiario que sea lo que dice.
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