S¨¦ aquello que deseas parecer
"?Quisiste?, ?sentiste?, ?gozaste?, ?consentiste?", era el tipo de preguntas que nos hac¨ªan los jesuitas cuando confes¨¢bamos un mal pensamiento o una mirada impura. Pronto aprendimos as¨ª que lo importante no era el acto ni, por supuesto, las consecuencias del acto, sino el consentimiento o intenci¨®n con que lo hab¨ªamos realizado.?Por qu¨¦ acusa X?, ?por qu¨¦ investiga ahora Z?, ?lo sab¨ªa o lo consent¨ªa X?, son tambi¨¦n el tipo de preguntas que leo ahora en la prensa y que no pueden contestarse sin apelar a toda la sutileza de aquellos finos casuistas, poceros del alma humana, capaces de distinguir cu¨¢ndo "ver no es mirar ni sentir es consentir". Y quiz¨¢s s¨ª, quiz¨¢s un poco de hermen¨¦utica de confesionario va siendo necesaria para compensar esta bacanal de "razones de Estado" y "¨¦ticas de la responsabillidad" que cundi¨® en nuestro pa¨ªs. Pero tampoco hay que confundirse de escenario.
La escena democr¨¢tica, en efecto, es tanto el tribunal de la conciencia (de la buena o mala voluntad) como el de la representaci¨®n: de la eficaz representaci¨®n pol¨ªtica y de la veros¨ªmil representaci¨®n esc¨¦nica del conflicto de intereses e ideales que constituyen nuestra sociedad. El Parlamento, que es su modelo a escala (un modelo fijo y simplificado, como apunta P¨¦rez Royo), adquiere por lo mismo una especial aceleraci¨®n y dramatismo. Ahora bien, que se trate de una representaci¨®n dram¨¢tica no quiere decir que no pueda o no deba ser tambi¨¦n escrupulosa. Quiere s¨®lo decir que los escr¨²pulos deben ser los propios de alguien que ha de representar fielmente un papel, una obra. Y a quien tiene este cometido no le pedimos tanto un retrospectivo ser fiel a lo que ha sido como un prospectivo adaptarse a lo que ha de hacer, a la pieza que tiene delante y de que es vi¨¢tico m¨¢s que hermeneuta, juguete m¨¢s que jugador.
Hace algunos a?os escrib¨ª un libro, Moral, donde defend¨ªa una actitud parecida y no s¨®lo en la vida p¨²blica. Frente a quienes andan siempre predicando la autenticidad, la responsabilidad,, la consistencia con las propias creencias o principios, yo insist¨ªa en que debemos ante todo dudar, distanciarnos. de nuestras convicciones. Convicciones que pocas veces son m¨¢s que el destilado de nuestras pasadas acciones, su legitimaci¨®n ex post, su producto m¨¢s que su juez. A partir ole ah¨ª, argumentaba a favor ole una moral que no predica ser fiel, sino, al contrario, distanciarse de lo que hemos hecho (y hemos acabado por creer, por ser incluso) para aproximarnos a lo que tenemos de lante: a la persona o situaci¨®n concreta que enfrentamos. A sus necesidades m¨¢s que a las de nuestra tendencia narcisista a hacer de ellos un "ejemplar pretexto" donde aplicar o ejercitar una vez m¨¢s nuestros principios.
Pero compruebo ahora que todo era predicar en vano y que las cosas -la moral incluida- son como son. Desde el p¨²lpito a la prensa, desde la academia a la opini¨®n p¨²blica, se sigue apelando a los cl¨¢sicos principios que yo hab¨ªa pretendido, cuando menos, modular. Se trata de los principios que nos dicen: s¨¦ lo que eres, s¨¦ "aut¨¦ntico", construye tu estatua; s¨¦ lo que crees, s¨¦ "consecuente", haz de tus creencias un car¨¢cter; par¨¦cete, a ti mismo, s¨¦ "sincero", transparente.
Y es s¨®lo en la obra de un gran dramaturgo (y moralista) como David Mamet donde encuentro hoy una eficaz formulaci¨®n de otro imperativo moral m¨¢s atento a nuestra sensibilid¨¢d, incluso a nuestra propia vanidad e hipocres¨ªa: s¨¦ aquello que deseas parecer..
Aunque puede sonar muy laxo, este "dime de lo que presumes y te dir¨¦ a lo que te debes" es un imperativo categ¨®rico sumamente riguroso. S¨®lo que en lugar de poner como meta un ideal gen¨¦rico y vago nos pide que estemos a la altura de la imagen que de nosotros mismos hemos querido proyectar, del personaje que pretendemos encarnar. De ah¨ª, concluyo, que podamos y debamos exigir algo distinto a un t¨¦cnico o a un oficiante, a un juez o a un periodista, a un partido que prometi¨® pacto y moderaci¨®n o a un partido que se present¨® nada menos que como somat¨¦n de la ¨¦tica y la regeneraci¨®n.
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