El fracaso de Walesa y de los poscomunistas
Somos hoy testigos en Polonia del fracaso de la restauraci¨®n de terciopelo, de toda la operaci¨®n que ten¨ªa como fin restablecer con guante blanco muchos de los elementos del antiguo r¨¦gimen comunista. Pero presenciamos tambi¨¦n el gran fracaso de Lech Walesa, premio Nobel de la Paz, elegido democr¨¢ticamente presidente de Polonia.Al comentar sus propias intenciones de disolver el Parlamento, Walesa, se?al¨®: "No har¨¦ uso de las armas, aunque no sea * m¨¢s que porque tengo el Premio Nobel. Tampoco pedir¨¦ a la polic¨ªa o al ej¨¦rcito que usen la fuerza. No soy, pues, un peligro y jam¨¢s asesinar¨¦ a un polaco u ordenar¨¦ que se le mate", dijo Walesa; pero inmediatamente a?adi¨®: "La polic¨ªa, no obstante, defender¨¢ el orden ante aquellos que quieran alterarlo".
Ten¨ªa un compa?ero de celda en la c¨¢rcel de Varsovia, un ladr¨®n con mucha experiencia, que sol¨ªa decirme: "No me hagas re¨ªr que tengo llagas en la boca". ?Qu¨¦ se puede esperar de un jefe del Estado que admite la posibilidad de violar la Constituci¨®n?
Walesa gan¨® las elecciones presidenciales de 1990, porque entonces todav¨ªa era para muchos polacos el gran ¨ªdolo popular. Pero como el papel desempe?ado en la historia de la lucha contra el comunismo pod¨ªa ser insuficiente para dar la victoria en las urnas, Walesa opt¨® por prometer a los electores que gracias a ¨¦l vivir¨ªan en Jauja.
Prometi¨®, pues, 100 millones de zlotys de entonces a cada polaco (unos 10.000 d¨®lares) como participaci¨®n en la propiedad de todos los bienes estatales, creados, en definitiva, por todo el pueblo. Prometi¨® asimismo el bienestar, la liquidaci¨®n de la corrupci¨®n y del paro laboral, y todo ello a ritmo acelerado, quemando etapas.
Naturalmente, Walesa incumpli¨® sus promesas, porque no pod¨ªa cumplirlas, pero, aunque cometi¨® desde entonces muchos errores y tonter¨ªas, no se convirti¨® en dictador, e, incluso, en los momentos cruciales, supo actuar de acuerdo con los intereses del pa¨ªs.
Hoy la situaci¨®n es otra, hoy Walesa se enfrenta al examen m¨¢s dif¨ªcil de todos, al examen que pondr¨¢ a prueba su verdadera actitud hacia la democracia. Yo advert¨ª ante los peligros que acarrear¨ªa la presidencia de Walesa, pero tambi¨¦n lo defend¨ª incondicionalmente cuando trataron de acusarlo de haber sido confidente de la polic¨ªa comunista. Estando en una celda de Gdansk, en 1985, escrib¨ª sobre Walesa: "Siempre critiqu¨¦ a Walesa, porque siempre vi en ¨¦l la ambici¨®n de implantar una dictadura personal en el sindicato Solidaridad, de transformarse de presidente del movimiento en su sult¨¢n".
Confieso que Walesa me infunde temor, porque me asusta su habilidad para hacer malabarismos con las palabras 3, destruir a sus opositores. Me asusta el miedo que siente ante las personas de gran calibre, a las que siempre considera "rivales en potencia". Me asustaba siempre cuando dec¨ªa: "Solidaridad soy yo". Pero cuando cre¨ª que me hab¨ªa equivocado en aquellas apreciaciones lo reconoc¨ª y tambi¨¦n escrib¨ª que "Walesa estuvo a la altura de las necesidades de la lucha de Solidaridad y con su paciencia y tenacidad supo ganarse el prestigio dentro y fuera del pa¨ªs y se mereci¨® el Premio Nobel".
Hoy me veo obligado a coincidir con uno de los m¨¢s cercanos colaboradores de WaleSa, que en cierta ocasi¨®n me dijo: "Tiene el sentido de propiedad del campesino para el que todo aquel que quiera quitarle su casa, tierra o granero es un ladr¨®n. Para Walesa el palacio presidencial que hoy ocupa es su propiedad y todo aquel que intente desalojarlo de ¨¦l tambi¨¦n ser¨¢ considerado un ladr¨®n".
Walesa piensa que el legislativo puede recortarle sus atribuciones, es decir, "robarle" lo que es suyo, y de ah¨ª que haya empu?ado la escoba; pero eso no significa, ni mucho menos, que est¨¦ decidido a convertirse en un sangriento dictador o en autor de un golpe de Estado como el que protagoniz¨® en 1981 el general Wojciech Jaruzelski. Su ambici¨®n es resolver el problema al modo de Yeltsin. Lo grave es que, aunque Yeltsin tampoco quer¨ªa un derramamiento de sangre, vemos que su pol¨ªtica, comenzando por el asalto al Parlamento, ya le ha conducido a una guerra en Chechenia. Ocurre que cuando se pone en marcha el mecanismo de la violencia casi siempre escapa al control de quien lo accion¨®.
De la misma manera que Walesa est¨¢ convencido de su capacidad de hacer milagros, tambi¨¦n parecen estarlo las fuerzas poscomunistas que, despu¨¦s de ganar las elecciories generales del 19 de septiembre, creyeron en que podr¨ªa darse el milagro de conseguir la restauraci¨®n del antiguo r¨¦gimen, una restauraci¨®n de terciopelo llevada a cabo con guante blanco. Los poscomunistas tambi¨¦n prometieron "el oro y el moro", la liquidaci¨®n r¨¢pida del paro, cr¨¦ditos baratos para la agricultura, la protecci¨®n de los intereses de los productos nacionales con barreras arancelarias y el retorno a los subsidios conocidos a empresas incapaces de sobrevivir, aunque sab¨ªan que no podr¨ªan cumplirlo.
Al fracaso de la operaci¨®n encaminada a la reconstrucci¨®n del antiguo sistema y de sus esquemas se a?adi¨® la corrupci¨®n de much¨ªsimos cargos gubernamentales propiciada por el retomo al poder de muchas personas que gobernaron en el antiguo r¨¦gimen, cuando pod¨ªan actuar con Polonia como si fuese su patio particular.
La indolencia y la corrupci¨®n del Gobierno, pese a esos tremendos defectos apoyado incondicionalmente por la mayor¨ªa parlamentar¨ªa, dieron a Walesa el pretexto para lanzar su despiadado ataque contra el Gobierno y el legislativo.
La democracia es una forma de gobernar sumamente dif¨ªcil, porque exige de los pol¨ªticos paciencia y una gran apertura ante el di¨¢logo y los compromisos. A veces suele ser injusta, pero cuando existe de verdad siempre equivale a la libertad dentro de determinados marcos legales, al respeto por la opini¨®n p¨²blica.
Los actos de Walesa y de la coalici¨®n gubernamental pueden conducir a la destrucci¨®n del orden democr¨¢tico que con tantos sacrificios tratamos de desarrollar y fortalecer desde hace apenas cinco a?os. Esos actos pueden tambi¨¦n provocar en la sociedad un creciente desprecio por las normas jur¨ªdicas. Eso podr¨ªa conducir a Polonia directamente a la situaci¨®n, conocida en tantas otras partes del mundo ba?adas en sangre, en la que la fuerza de la ley es suplantada por la ley de la fuerza.
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