La sociedad de la informaci¨®n
La reuni¨®n del Grupo de los Siete que se celebra este fin de semana en Bruselas se centra en ¨²nico tema: la sociedad de la informaci¨®n. En la agenda, las principales cuestiones girar¨¢n en torno a las condiciones tecnol¨®gicas y legales para la construcci¨®n de las autopistas de la informaci¨®n; el establecimiento de mecanismos de seguridad en los circuitos electr¨®nicos; la evaluaci¨®n de los posibles efectos sobre el empleo; la regulaci¨®n internacional de los nuevos medios de comunicaci¨®n; los problemas planteados por las nuevas tecnolog¨ªas para la privacidad de los ciudadanos, y la cooperaci¨®n internacional en materia tecnol¨®gica, entre otros. Pero m¨¢s importante que el contenido concreto de la reuni¨®n, de la que no se esperan decisiones fundamentales, es el hecho de que los l¨ªderes de los principales pa¨ªses industrializados centren la atenci¨®n de su reuni¨®n anual sobre un tema que, para muchas personas, a¨²n se identifica, seg¨²n los casos , con la futurolog¨ªa o con la publicidad inform¨¢tica.?Qu¨¦ es, a fin de cuentas, esa misteriosa sociedad de la informaci¨®n? En realidad, es la sociedad en que vivimos. Y buena parte del sentimiento de desconcierto con el que. ¨²ltimamente percibimos nuestra vida cotidiana proviene de que la interpretamos con categor¨ªas e im¨¢genes de un tiempo que ya pas¨®. Es una sociedad cuya base material ha sido transformada en la ¨²ltima d¨¦cada por la revoluci¨®n en las tecnolog¨ªas de informaci¨®n que se conform¨® en la d¨¦cada de los setenta. Recu¨¦rdese que hasta 1975 no exist¨ªa el. ordenador personal; que s¨®lo en esos a?os se desarroll¨® el v¨ªdeo; que el microchip, coraz¨®n electr¨®nico de nuestros objetos cotidianos, del coche a la lavadora, se invent¨® en 1971; y que fue en 1973 cuando se adquiri¨® la capacidad de recombinar el ADN, estructura b¨¢sica de la materia viva, abriendo as¨ª la posibilidad de la manipulaci¨®n gen¨¦tica. La difusi¨®n y desarrollo de ese sistema tecnol¨®gico ha cambiado la base materiaI de nuestras vidas, y por tanto la vida misma, en todos sus aspectos: en c¨®mo producimos, c¨®mo y en qu¨¦ trabajamos, c¨®mo y qu¨¦ consumimos, c¨®mo. nos educamos, c¨®mo nos informamos-entretenemos, c¨®mo vendemos, c¨®mo nos arruinamos, c¨®mo gobernamos, c¨®mo hacemos la guerra y la paz, c¨®mo nacemos y c¨®mo morimos, y qui¨¦n manda, qui¨¦n se enriquece, qui¨¦n explota, qui¨¦n sufre y qui¨¦n se margina. Las nuevas tecnolog¨ªas de informaci¨®n no determinan lo que pasa en la sociedad, pero cambian tan profundamente las reglas del juego que debemos aprender de nuevo, colectivamente, cu¨¢l es nuestra nueva realidad, o sufriremos, individualmente, el control de los pocos (pa¨ªses o personas) que conozcan los c¨®digos de acceso a las fuentes de saber y poder.
La sociedad de la informaci¨®n no es, como se dice a menudo, aquella en que la productividad econ¨®mica depende del conocimiento y la informaci¨®n. Los economistas citan frecuentemente, en apoyo de dicha tesis, los trabajos econom¨¦tricos del premio Nobel Robert Solow que demuestran que la productividad no proviene del incremento de capital o trabajo, sino de algo intangible, no identificado en sus ecuaciones, y que se interpreta generalmente como conocimiento, tecnolog¨ªa o capacidad de gesti¨®n. Pero con igual frecuencia se olvida que los c¨¢lculos de Solow se refieren a datos del periodo 1909-1949; o sea, en el apogeo de lo que se llam¨® sociedad industrial. Ello quiere decir que el conocimiento y la informaci¨®n han sido decisivos en la econom¨ªa desde hace mucho tiempo, como bien saben los empresarios, y que lo que ha cambiado es el salto cualitativo que permiten las nuevas tecnolog¨ªas en la velocidad y capacidad en el tratamiento de la informaci¨®n: quien tiene la informaci¨®n adecuada y la tecnolog¨ªa para utilizarla es m¨¢s productivo y m¨¢s competitivo. Este simple hecho cambia el mapa econ¨®mico del mundo y el futuro de los individuos, incluidos nuestros hijos. La econom¨ªa de la sociedad de la informaci¨®n es global. Pero no todo es global, sino las actividades estrat¨¦gicamente decisivas: el capital que circula sin cesar en los circuitos electr¨®nicos, la informaci¨®n comercial, las tecnolog¨ªas m¨¢s avanzadas, las mercanc¨ªas competitivas en los mercados mundiales, y los altos ejecutivos y tecn¨®logos. Al mismo tiempo, la mayor¨ªa de la gente sigue siendo local, de su pa¨ªs, de su barrio, y esta diferencia fundamental entre la globalidad de la riqueza y el poder y la localidad de la experiencia personal crea un abismo de comprensi¨®n entre personas, empresas e instituciones.
La sociedad de la informaci¨®n organiza la comunicaci¨®n, y por tanto la cultura, en un universo electr¨®nico audiovisual cada vez m¨¢s diversificado y m¨¢s adaptado a los diferentes p¨²blicos, y por tanto m¨¢s influyente. Pero al mismo tiempo que diversifica las im¨¢genes concentra el poder de producirlas y la capacidad de emitirlas, haciendo de su virtualidad nuestra realidad. Y, en fin, la sociedad de la informaci¨®n organiza el poder y la pol¨ªtica en torno a s¨ªmbolos, m¨¢s poderosos que cualquier programa, y por tanto personaliza el poder y lo somete al escrutinio permanente y pluralmente sesgado de los medios de comunicaci¨®n. En ¨²ltimo t¨¦rmino, la sociedad de la informaci¨®n es aquella en la que el poder de nuestras tecnolog¨ªas electr¨®nicas y gen¨¦ticas, amplifica extraordinariamente el poder de la mente humana y materializa en la realidad nuestros proyectos, nuestras fantas¨ªas, nuestras perversiones, nuestros sue?os y nuestras pesadillas. Por ello es a la vez la sociedad de las proezas tecnol¨®gicas y m¨¦dicas y de la marginaci¨®n de amplios sectores de la poblaci¨®n, irrelevantes para el nuevo sistema. Por ello estimula la creatividad de los ni?os al tiempo que satura su imaginario de videojuegos s¨¢dicos. Porque es un retrato de nosotros mismos, en, toda su crudeza. Por ello no podemos desarrollar su dimensi¨®n creativa y escapar a sus efectos potencialmente devastadores sin afrontar colectivamente qui¨¦nes somos y qu¨¦ queremos. Lo que tal vez el Grupo de los Siete debiera plantearse es c¨®mo reequilibrar nuestro superdesarrollo tecnol¨®gico y nuestro subdesarrollo social.
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