Pero ?existe Laos?
En casos como el que est¨¢ viviendo Espa?a en estos momentos lo correcto es, por descontado, recurrir a la novela picaresca. Abre uno las p¨¢ginas del Guzm¨¢n de Alfarache de Mateo Alem¨¢n y encuentra dos frases que parecen corresponder de manera exacta a la realidad actual. "Todo anda revuelto, todo apriesa, todo mara?ado", asegura la primera en lo que parece una ¨®ptima instant¨¢nea de lo que estamos viendo en los ¨²ltimos d¨ªas. Pero todav¨ªa a?ade m¨¢s, inmediatamente a continuaci¨®n: "No hallar¨¢s hombre con hombre; todos vivimos en asechanza los unos de los otros, como el gato para el rat¨®n o la ara?a para la culebra que, hall¨¢ndola descuidada, se deja colgar de un hilo y, asi¨¦ndola de la cerviz, la aprieta fuertemente, no apart¨¢ndose de ella hasta que con su ponzo?a la mata". Esta ferocidad animal parece haberse trasladado a los humanos, incluso los de mayor relevancia en nuestra vida p¨²blica de ahora mismo.Ambas frases no son circunstanciales sino que est¨¢n en el centro mismo de la explicaci¨®n de lo que es el ambiente esencial de la novela picaresca. Constituyen una glosa del emblema o escudo con el que Mateo Alem¨¢n abre su obra y que proporcionan un diagn¨®stico acerca de las dif¨ªciles circunstancias que toca vivir y la forma de enfrentarse con ellas. En la sociedad en crisis -nos dice Alem¨¢n- lo mejor es pensar en uno mismo y no desaprovechar la ocasi¨®n para eliminar al competidor. Es eso lo que parece justificar al p¨ªcaro que ser¨ªa, por otro lado, de natural, bueno.
Llama la atenci¨®n, como digo, la reproducci¨®n de esas circunstancias a la altura de 1995. Lo peor no es que "todo est¨¦ mara?ado", por mucho que lo est¨¦, sino las consecuencias que se extraen de esta situaci¨®n para superarla. La mara?a, por otro lado, tampoco es que sea muy sofisticada y la mejor prueba de ello es el documento de entrega de Rold¨¢n, que parece salido de las aventuras de Tint¨ªn. Laos no puede ser tan tercermundista como para producir semejante texto.Lo p¨¦simo es la ferocidad que ha reaparecido en grado sumo como si cada semana hubiera que romper el r¨¦cord de la anterior. El Gobierno ha cometido el peor error -y el m¨¢s elemental- que cab¨ªa imaginar como es el de faltar al axioma de transparencia absoluta que ahora, vistos los antecedentes, constituye un requisito imprescindible para tan s¨®lo abrir la boca en la vida p¨²blica espa?ola Sorprende la ingenuidad de Belloch al dar la sensaci¨®n, en su segunda rueda de prensa, de que podr¨ªa convencer a la opini¨®n p¨²blica. Incluso si no hubi¨¦ramos tenido la larga serie de casos que han esmalta do la vida p¨²blica (y sobre todo, las declaraciones que los han Juan Alberto Belloch. acompa?ado) resultar¨ªa inaceptable esa falta de claridad total. Cuando se la acompa?a de un cierto triunfalismo, porque no hay otro argumento para justificarse a uno mismo, todav¨ªa se empeora la situaci¨®n. Ni siquiera la captura de Rold¨¢n es buen argumento contra la oposici¨®n, porque forma parte de las obligaciones m¨ªnimas de un Estado.
Pero tampoco tiene sentido esa ferocidad que, quienes est¨¢n enfrente, en el parlamento y en la prensa, se han apresurado a exhibir. Lo de la ara?a y la serpiente se ha reproducido de manera puntual en las ¨²ltimas horas sin que los antecedentes, con todo lo inaceptables que puedan resultar, permitan justificarlo. Un candidato a la cartera de Justicia no puede partir de la base de que el Gobierno ha conocid.o siempre d¨®nde estaba Rold¨¢n. El dirigente del tercer partido pol¨ªtico espa?ol no puede pedir, una vez m¨¢s, elecciones anticipadas cuando se descubre una posible falsificaci¨®n en un documento de la que se ignora qui¨¦n es el autor. Ya no se trata de la m¨ªnima solidaridad pol¨ªtica entre los partidos de un sistema democr¨¢tico sino de mantener la confianza de partida en una instituci¨®n como la Polic¨ªa o en el funcionamiento del Estado de Derecho. La idea de un pacto que comprometer¨ªa a la acci¨®n de un juez bordea el delirio.
En una situaci¨®n como la descrita parece evidente que lo urgente es esperar unas m¨ªnimas claridades que nos hagan salir de la mara?a. Pero conviene, desde ya, darse cuenta que lo que puede justificar al p¨ªcaro, como hac¨ªa Mateo Alem¨¢n con Guzm¨¢n de Alfarache, no es s¨®lo la confusi¨®n sino tambi¨¦n la ferocidad. Y la distinci¨®n fundamental entre los espa?oles no debiera ser la partidista sino la que separa a los que est¨¢n a favor o en contra del p¨ªcaro.
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