Hablemos del Prado
FERNANDO CHUECA GOITIAEl tono catastrofista con el que se suele hablar del Prado no se corresponde con la visi¨®n del autor, que pide que en la restauraci¨®n de las cubiertas de la pinacoteca se use plomo.
Cuando digo, escuetamente, hablemos del Prado, se entiende hablemos del Museo del Prado, y no porque se hable poco de nuestra sin par pinacoteca, sino acaso porque se hable demasiado, y casi siempre en tono catastrofista.?Qu¨¦ le pasa al Prado? ?Est¨¢ enfermo, est¨¢ casi moribundo? ?Es un museo decr¨¦pito donde crujen los entarimados de los suelos como en una casa deshabitada; donde salta a desconchones el estuco de las paredes; donde los tapizados se van deshilando poco a poco? ?En alg¨²n rinc¨®n del museo vemos telara?as? ?Se notan aromas mef¨ªticos de alcantarilla y el polvo se deposita en los muebles regios o en las marm¨®reas diosas paganas?
Para un visitante habitual, como yo mismo, nada de esto se trasluce. Desde ni?o visito el museo y lo he visto poco a poco ir mejorando considerablemente. Se ha m¨¢s que duplicado el espacio expositivo que ten¨ªa el museo en tiempos del benem¨¦rito don Federico de Madrazo. Se hizo la ampliaci¨®n de Fernando Arb¨®s y Tremanti; se construy¨® la escalera principal por Pedro Muguruza; se renov¨® la gran galer¨ªa central por este mismo arquitecto; se abri¨® el acceso desde el nivel de la calle a la planta baja.
Se hizo m¨¢s tarde, en tiempos de Sotomayor, la ampliaci¨®n de Lorente y Chueca sobre la de Arb¨®s por la fachada de saliente. Se cerraron patios resultantes y se volvi¨® a ganar espacio expositivo. El museo fue andando, progresando, mejorando y parece que de todo esto nos olvidamos.
Y qu¨¦ decir de las obras menores, de las instalaciones de aire acondicionado, de la climatizaci¨®n, del gran paso dado en la iluminaci¨®n de las salas, en el diverso tratamiento de las paredes, unas pintadas, estucadas o enteladas; de la renovaci¨®n total de los pavimentos en los que a la nobleza y belleza de los suelos marm¨®reos se une la garant¨ªa de su condici¨®n ign¨ªfuga.
En el museo se han dado pasos de gigante que autorizar¨ªan a que enjug¨¢ramos nuestras l¨¢grimas y reduj¨¦ramos nuestros gimoteos. Yo pocas veces he visto el Museo del Prado m¨¢s lustroso, m¨¢s aseado y resplandeciente, m¨¢s grato a la contemplaci¨®n de sus m¨²ltiples tesoros.
?Con esto quiero decir que, como el personaje de Voltaire, C¨¢ndido, voy a ser tan optimista como ¨¦l y creer que en el museo todo va de perlas y no pasa nada y nada le falta? Nada de eso: el museo tiene muchas carencias, muchas cosas le faltan y es l¨®gico que todos pensemos en remediarlas. Una de las necesidades m¨¢s urgentes que tiene el edificio es la de reconstruir totalmente sus cubiertas, que hoy parecen las de un amasijo de pabellones sin orden ni concierto.
Juan de Villanueva, nuestro ilustre arquitecto neocl¨¢sico, si en algo pon¨ªa esmero era en las cubiertas. V¨¦anse c¨®mo est¨¢n tratadas las cubiertas de las casitas del Escorial o del Pardo. En su obra predilecta, el Museo de Ciencias Naturales, luego Museo de Pinturas, puso todo su inter¨¦s en dejar unas cubiertas perfectas, todas emplomadas, sobre b¨®vedas y sin el auxilio de la madera que don Juan odiaba como material de construcci¨®n. Esto, en cierto modo, era com¨²n a los grandes arquitectos del siglo XVIII, que recordaban los numerosos incendios sufridos por los edificios del siglo XVII donde tanto predominaba la madera, entre ellos el Alc¨¢zar de Madrid.
Pero las magn¨ªficas cubiertas que Villanueva ejecut¨® para su edificio predilecto fueron pasto de las tropas de Napole¨®n, que entraron en Madrid por el Retiro y ocuparon de buenas a primeras el edificio del Museo de Ciencias Naturales, a punto de terminarse, y lo dedicaron a cuartel de caballer¨ªa. Ni que decir tiene que el riqu¨ªsimo plomo de las cubiertas fue bot¨ªn codiciado para los proyectiles de artiller¨ªa. En fin, el edificio fue saqueado y desde entonces no ha tenido unas cubiertas apropiadas y nobles.
En los precarios d¨ªas de Fernando VII y sus sucesores, se salv¨® la situaci¨®n con cubiertas pobretonas y de circunstancias, emple¨¢ndose la teja curva, com¨²n o ¨¢rabe, muy indicada en otro tipo de construcciones, pero inadecuada para una construcci¨®n de la nobleza y clasicismo del edificio de Villanueva.
Tendr¨¢ que abordarse, y cuanto antes mejor, la renovaci¨®n de las cubiertas del Museo del Prado porque goteras s¨ª que las hubo, y si no se pone remedio a esto las volver¨¢ a haber. Pero sean cuales quieran las propuestas presentadas para su ejecuci¨®n no deber¨¢ olvidarse que la superficie ¨²ltima y visible de las mismas deber¨¢ ser el plomo, la cubierta noble por excelencia y la que reclama este edificio. De no hacerlo as¨ª har¨ªamos traici¨®n a Villanueva.
No son s¨®lo cubiertas nuevas las que necesita el Prado. Muchas otras cosas que tampoco se nos ocultan y que han suscitado la convocatoria de un concurso internacional, est¨¢n en la conciencia de todos, del Gobierno, del Real Patronato, de la direcci¨®n del museo, de los conservadores del mismo y del p¨²blico en general.
Pero esto exige meditaci¨®n y c¨¢lculo, como se dec¨ªa en otros tiempos, y lo dejaremos para otra ocasi¨®n. Y exige meditaci¨®n y c¨¢lculo porque ahora puede peligrar la propia arquitectura del edificio Villanueva. Es cierto que ha sufrido alteraciones con a?adidos de diversas ¨¦pocas, pero han sido a?adidos muy respetuosos que no desfiguran sus l¨ªneas fundamentales.
Tambi¨¦n exige todo esto meditaci¨®n y c¨¢lculo porque el Museo del Prado est¨¢ situado en el barrio m¨¢s bello de Madrid y todo lo que se haga debe articularse con barrio tan excepcional, debe articularse con la iglesia y claustro de los Jer¨®nimos, con la Academia Espa?ola, con los restos del Palacio del Buen Retiro, Museo del Ej¨¦rcito y Cas¨®n, y con las frondas que a lo lejos se presentan del cortesano parque. Todo un reto para que los arquitectos acierten en el concurso internacional que va a convocarse.
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