El femen¨ªno pol¨ªticamente correcto
En su excelente libro La cultura de la queja, Robert Hugues ha iluminado algunas de las falsif¨ªcaciones ideol¨®gicas m¨¢s candentes de estos ¨²ltimos a?os. Cultura de la queja: soy vulnerable; me siento herido; "papa¨ªto siempre tiene la culpa", anota ir¨®nicamente Hugues. Las minor¨ªas oprimidas: ¨¦sta es la cuesti¨®n. Minor¨ªas del signo que sean. El orden, de izquierda o de derecha, reacciona a favor de las minor¨ªas perseguidas en un movimiento que es, sobre todo, emocional y nominalista. Los problemas no se resuelven; se enmascaran. Fen¨®meno universal, aunque el an¨¢lisis de Hugues se circunscribe al ¨¢mbito de la cultura anglosajona. Ha llegado ya a Espa?a. Tengo ante mis ojos un folleto oficial, en color rosa, titulado Recomendaciones para el uso no sexista de la lengua. Las intenciones son buenas: evitar los estereotipos aplicados a las mujeres para luchar contra la discriminaci¨®n y la desigualdad. Nada m¨¢s plausible.Y sin embargo, el citado documento tiene mucho o, bastante de insensato desprop¨®sito. Para empezar, intenta ir contra las reglas gramaticales, no simplemente contra unos usos determinados. As¨ª se dice, como si nada se dijera, que "las propias normas gramaticales, que utilizan el masculino como gen¨¦rico referencial para los dos sexos, han logrado borrar la presencia de lo femenino". En vista de lo cual, se propone la supresi¨®n del "gen¨¦rico masculino". No se deber¨¢ decir "los espa?oles" sino "el pueblo espa?ol", porque lo primero es machista. Tampoco deber¨¢ decirse Ios ni?os" o Ios chicos", sino Ios ni?os y ni?as" o "los chicos y chicas", cuando no "la infancia" o "la adolescencia".
Ocurre, empero, que el "gen¨¦rico masculino" no es suprimible: forma parte del c¨®digo b¨¢sico del idioma, de la lengua, como hubiera dicho Saussure, no del habla, del uso m¨¢s o menos individual de cada hablante. En espa?ol, el masculino es, desde el punto de vista del g¨¦nero, el t¨¦rmino no marcado: ni?a s¨®lo significa ni?a, porque el femenino es el t¨¦rmino marcado, y por eso ni?os puede servir para ambos g¨¦neros. Al obrar as¨ª, el idioma ni es machista ni discrimina; responde simplemente al principio de econom¨ªa que est¨¢ en la base misma de su funcionamiento. Por eso los llamados heter¨®nimos (hombre mujer, macho-hembra, caballo yegua, etc¨¦tera) son tan escasos.
Lo pintoresco asoma su rostro cuando se rechaza el inocente italianismo, que s¨®lo es eso, italianismo, de usos como "la Thatcher" (similar a la Callas, la Tebaldi, etc¨¦tera) y se propone a los italianizantes que digan tambi¨¦n "el Reagan" para evitar "la designaci¨®n asim¨¦trica", aunque el art¨ªculo ante masculino es en espa?ol manifiestamente despectivo, como lo es ante nombre femenino (la Juana). En l¨ªnea similar se nos brinda "la concejala", "la jefa", "la jueza", los tres ejemplos, es verdad, con la venia de la Academia, que sanciona la problem¨¢tica trasposici¨®n del uso familiar (la mujer del concejal, jefe o jiuez) al uso administrativo.
Las antiguas gram¨¢ticas dec¨ªan con raz¨®n que el art¨ªculo es un accidente del nombre. Tal es la causa de que en espa?ol, que s¨®lo cuenta con un n¨²mero limitado de nombres diferenciados gen¨¦ricamente de modo formal, sea posible decir el / la pianista, el / la gu¨ªa, el / la testigo, sin lugar a equ¨ªvocos. Ese papel del art¨ªculo determina la existencia de muchos nombres masculinos de var¨®n en -a: el profeta, el guardia, el d¨¦spota. Sin necesidad de aducir m¨¢s ejemplos que est¨¢n en todas las gram¨¢ticas, la cosa es clara: el g¨¦nero es un mero instrumento de la concordancia gramatical. Con "Ia juez" se evita a la vez el machismo y la cacofon¨ªa.
Es rid¨ªculo que el folleto (le marras nos disuada de decir "el senador Teresa" o "el diputado Elena" proponi¨¦ndonos Ia senadora" o Ia diputada" como alternativa, porque esta alternativa no existe. Cuando es posible, el idioma por s¨ª solo busca la diferenciaci¨®n gen¨¦rica formal: la abogada, el abogado; cuando no, acude al art¨ªculo: la modelo, el modelo.
Es dif¨ªcil demostrar que la lengua es una superestructura; hasta Stalin, que no era mal ling¨¹ista, debi¨® reconocerlo as¨ª. Pero esta visi¨®n, deformada e ignorante, de las cosas es la que inspira nuestro folleto rosa y otros planteamientos similares. De hecho, la destrucci¨®n del plural masculino ha saltado ya al discurso pol¨ªtico, donde se nos machaca una y otra vez habl¨¢ndonos de las "ciudadanas y ciudadanos" de este pa¨ªs, con lo cual la famosa convocatoria de La Marsellesa ("A las armas, ciudadanos") se convierte en una apelaci¨®n machista. ?tem m¨¢s: diputadas y diputados, espa?olas y espa?oles, compa?eras y compa?eros, etc¨¦tera. Dentro de poco a nadie se le preguntar¨¢ cu¨¢ntos hijos tiene, sino cu¨¢ntos hijos e hijas, y eso, tal como est¨¢ la tasa de natalidad, no deja de ser pintoresco.
Por lo mismo, hay que proscribir -as¨ª el folleto rosa- el uso gen¨¦rico de hombre (el g¨¦nero humano), heredero del anthropos griego, y corregir al cl¨¢sico en aquello de que "el hombre es la medida de todas las cosas" por "la humanidad es la medida..." aunque sea mucha medida ¨¦sa. Dichos horribles ser¨¢n igualmente hablar de "el cuerpo del hombre" o de "el hombre de la calle". En su lugar, el folleto rosa recomiendahablar de "el cuerpo humano" o de "la gente de la calle". Y que no se le ocurra a nadie elogiar al "hombre del Renacimiento", porque eso ser¨ªa, por lo le¨ªdo, hacerles un favor a Leonardo, Miguel ?ngel y gente as¨ª, una demostraci¨®n de machismo inaceptable.
Hay que enmendar la historia, si es preciso, y aducir a cientos de mujeres de los campos m¨¢s diversos -recomienda el folleto rosado- para demostrar que la historia ha sido de otra manera, cuando la mejor lecci¨®n ser¨ªa decir c¨®mo ha sido verdaderamente y c¨®mo queremos que sea. Se trata de lo pol¨ªticamente correcto. Hugues cre¨ªa que los espa?oles no iban a convertir a los enanos de Vel¨¢zquez en Ias gentes peque?as". Se equivocaba. Aqu¨ª est¨¢n. Ya han llegado. Las cuestiones de fondo siguen intactas, como la verdadera coeducaci¨®n, que la escuela p¨²blica espa?ola no practica. Ni?as, y ni?os -ahora s¨ª- est¨¢n mezclados, no se coeducan en el sentido profundo del t¨¦rmino. El machismo en el comportamiento de nuestros adolescentes en los centros de ense?anza, ha aumentado y . se ha traducido en conductas agresivas contra la disciplina y el orden sensato, no cuartelero. Y salta a la vista en ciertos sectores la asunci¨®n de papeles masculinos por las muchachas que se integran en las llamadas tribus urbanas. Pero lo que importa. de verdad, al parecer, es violentar la gram¨¢tica de la lengua e ir contra el sentido com¨²n, eso s¨ª, en rosa, que es un color discriminatorio. ?Por qu¨¦ no en rosa y azul?
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