La pel¨ªcula del rey
Mucho se ha escrito sobre el car¨¢cter de "obra de arte total" de la boda, pero ya que el evento perteneci¨® no s¨®lo al reino habitual de las nueve Musas (hubo Danza, mucho Teatro, M¨²sica azul celeste, gestos de Astronom¨ªa, entrada en la Historia, y Poes¨ªa eres t¨²) sino m¨¢s espec¨ªficamente al s¨¦ptimo arte, me voy a permitir -por un d¨ªa- usurpar la funci¨®n de los cr¨ªticos de cine que comparecen regularmente en esta p¨¢gina, aprovechando en mi juicio est¨¦tico la distancia que permiten el repetido estudio del v¨ªdeo, la reflexi¨®n con la almohada y el examen de la literatura secundaria generada.Lo primero que hay que establecer, siguiendo en esto las m¨¢s modernas teor¨ªas gramatol¨®gicas del medio, es el g¨¦nero del producto, y a ese respecto creo que no hay dudas: la boda fue un musical, y no s¨®lo en la banda sonora. Las bodas reales, como todas las ceremonias que se precien, llevan m¨²sica, y precisamente la revista Tiempo nos lo recuerda esta semana ofreciendo un muestreo de cinco grandes bodas en compact. El disco es ¨²til a efectos de comparativismo patri¨®tico. La reina Sof¨ªa es una mel¨®mana, pero yo soy un mit¨®mano, y no me qued¨¦ muy contento con su germanofil¨ªa musical (predominio de Mozart, Haendel y Bach, frente a dos momentitos de Cabez¨®n y Vitoria). Carlos de Inglaterra hizo para su enlace un excelente programa casi exclusivamente brit¨¢nico, y Grace Kelly, pese a su pasado, no recurri¨® a Rernard Herrmann u otros compositores de Hollywood para la boda de su hija Carolina, sino que eligi¨®, no existiendo la m¨²sica monegasca, m¨²sica francesa. Menos mal que los sevillanos pusieron al final, con la preciosa Salve rociera del Salvador, el contrapunto aut¨®ctono, recordando que no nos falta -desde Flori¨¢n Rey a Carlos Saura- un cine musical saleroso y gitano.
La musicalidad de la peli vino tambi¨¦n por su ambientaci¨®n, por su decorado, hasta por el clima radiante de su ¨²nico d¨ªa de rodaje. Los gallardetes rojos: vaya camelot, pero la concejala de IU que dio con la ocurrencia tendr¨ªa que ser m¨¢s cin¨¦fila; las luces verdes del interior del templo parec¨ªan un homenaje del clero a la irrealidad electr¨®nica del Corazonada de Coppol¨¢, pero quien s¨ª hizo un gui?o fue nuestra realizadora Mir¨®: al genial Busby Berkeley en los grandes picados de c¨¢mara sobre la infanta y su cola.
El vestuario, sin embargo, funcion¨® un poco manga por hombro. La que mejor vendi¨® el g¨¦nero -musical, me refiero fue Agatha Ruiz de la Prada con su canotier estilo Maurice Chevalier, pero a m¨ª me defraud¨® que la ministra de Cultura no llevase, viniendo de donde viene, un tocado frutal a lo Carmen Miranda. Deber¨ªa tomar ejemplo de la Gran Duquesa rusa, quien, pese a no haber un musical estrictamente eslavo, se present¨® con atuendo de cine: tipo Iv¨¢n, el terrible.Abundante di¨¢logo
El gui¨®n no es el fuerte del musical. El tema de la obra, rom¨¢ntico-lujoso, era sabido, pero la gran sorpresa fue la abundancia de di¨¢logo de sus dos protagonistas, algo nunca previsto ni en el protocolo ni en el g¨¦nero. La reina (lo dice una revista del coraz¨®n, y ellos saben de esto) orden¨® que esos di¨¢logos no los oyera el espectador, pero ?han quedado grabados? Tiempos m¨¢s curiosos nos permitir¨ªan as¨ª comprar en l¨¢ser disc "La boda Elena-Jaime. El montaje definitivo, con las escenas antes suprimidas".
Dejo para el final la interpretaci¨®n. Los figurantes, espont¨¢neos, gratuitos, aut¨¦nticos: nadie hace mejor en pantalla de sevillano que un sevillano. En los actores de car¨¢cter ya pongo m¨¢s pegas: los duques de Alba llegaron demasiado pronto al plat¨®, y envarados, y monse?or Amigo, que el d¨ªa antes amenaz¨® con ser el malo de la pel¨ªcula, acab¨® por ablandarse. El cabildo en la puerta, bien (?pero a qu¨¦ ese beso de un can¨®nigo a Felipe Gonz¨¢lez?). En los primeros papeles, inclu¨ªdas sus majestades, apreci¨¦ falta de m¨¦todo, y no quiero decir el de Stanislavski. Hubo un algo de impaciencia, barullo y campechan¨ªa que acababa acerc¨¢ndoles a nuestro amado cine de comedia con Pepe Isbert y Tony Leblanc. El pr¨ªncipe Felipe, eso s¨ª, en su punto. Con la infanta reci¨¦n casada all¨ª estaba, aguantando las miradas de medio mundo y de unas cuantas princesas casaderas. Pero eso ser¨¢ otra pel¨ªcula: Siete novias para un hermano.
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