Honra
El dilema que paraliza al poder socialista puede resumirse en su incapacidad de optar entre dos posibles salidas: rendir cuentas a la ciudadan¨ªa, asumiendo las responsabilidades contraidas, o presentar su dimisi¨®n, ante la gravedad de los cargos que se le imputan. Y para ilustrarlo, relatar¨¦ una an¨¦cdota personal, en s¨ª misma irrelevante, pero metaf¨®ricamente reveladora. Durante el servicio militar, un oficial de otra compa?¨ªa me sorprendi¨® cometiendo un flagrante acto de indisciplina, por lo que tom¨® mis datos para comunicarlo a mi capit¨¢n. No obstante, mi denunciante perdi¨® mi identidad, por lo que mi falta qued¨® en el anonimato. As¨ª que, nuestro teniente reuni¨® a toda la compa?¨ªa y nos emplaz¨® con el siguiente ultim¨¢tum: "O sale el culpable a dar la cara o quedan todos arrestados hasta nueva orden". Excuso decir cu¨¢l era el dilema moral ante el que me enfrentaba: o escudarme tras mis compa?eros, compartiendo con ellos un seguro castigo, o asumir en solitario mi responsabilidad, evitando la injusticia de que pagasen ellos unas culpas que eran exclusivamente m¨ªas.Pues bien, ese mismo dilema se le plantea ahora al poder socialista.- O logra identificar a los responsables ¨²ltimos de las graves infracciones que se le imputan (financiaci¨®n ilegal, malversaci¨®n de fondos, permisividad ante la extralimitaci¨®n, encubrimiento del delito, etc¨¦tera) o sus culpas caer¨¢n sobre la cabeza de todos y cada uno de los actuales l¨ªderes socialistas, pagando justos por pecadores y afectando en el futuro a la memoria institucional del, partido, al que la historia juzgar¨¢ sin piedad. Y para eludir este dilema no sirven excusas como el compa?erismo, la presunci¨®n de inocencia o la obediencia debida: alguien debe cargar con la responsabilidad decisoria ("fui yo, no busqu¨¦is m¨¢s") para poder liberar de ella a todos los dem¨¢s.
?Por qu¨¦ no asume nadie su responsabilidad personal? Una explicaci¨®n es la estrategia defensiva. Pero ejercer el derecho individual a no autoinculparse tambi¨¦n implica atentar contra la solidaridad colectiva: si un responsable se autoexculpa, lo quiera o no est¨¢ culpando al ¨®rgano colegiado al que pertenezca. Otra posible explicaci¨®n, aparentemente opuesta, es la tolerancia paternalista. Para que un jefe se haga amar por sus hombres debe protegerlos, con raz¨®n o sin ella, en aras de la cohesi¨®n colectiva. Este argumento permite entender por qu¨¦ se consinti¨® primero que ciertos hombres se extralimitasen, se les vino amparando luego y, cuando por fin se ha descubierto todo, se les encubre despu¨¦s. Pero esta muestra de solidaridad clandestina, que val¨ªa para una partida de proscritos durante la oposici¨®n al franquismo, no es admisible para el responsable de un partido democr¨¢tico, que debe anteponer el respeto a la ley (y el compromiso electoral con los votantes) con prioridad sobre la lealtad hacia sus hombres . Solidaridarizarse con los fieles infractores o con el partido-organizaci¨®n no s¨®lo es una irresponsabilidad pol¨ªtica, sino que adem¨¢s supone traicionar tanto la confianza ciudadana como al partido-instituci¨®n.
De ah¨ª que se intente ganar tiempo eludiendo afrontar un dilema que no se sabe resolver. Pero ganar tiempo ?hasta cu¨¢ndo y para qu¨¦? Es evidente que se pretende aguantar hasta despu¨¦s de las pr¨®ximas elecciones generales, cuando los socialistas, expulsados. ya del poder por la incierta fortuna electoral, se vean por fin liberados de su dilema moral.
Se trata de hallar una salida digna, por falsa que resulte, a la ficticia manera calderoniana: con la honra aparentemente intacta y la cabeza bien alta, sin dejarse arrodillar por la prensa, la oposici¨®n o la justicia. Todo (incluso el sostenella y no enmendalla) antes que deshonrarse reconociendo en p¨²blico la propia responsabilidad. Y hasta que el electorado no le deje hacer mutis por el foro, el poder socialista continuar¨¢ preso de su trampa moral, representando sin convicci¨®n, pero a nuestra costa, la inveros¨ªmil puesta en escena de una honorable dignidad ultrajada en la que ya nadie consigue creer. ?Merece la pena pagar tanto precio en balde por una honra tan vana?
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