Entre el 'ra¨ª' y el 'chador'
Los fundamentalistas argelinos m¨¢s dominados por la atracci¨®n de lo suicidario han asesinado a destacados cantautores de rai. En especial en el Oranesado. Pero la reacci¨®n de las poblaciones ha sido espectacular. Colectividades enteras se han paralizado en las horas de la procesi¨®n f¨²nebre. El rai es un g¨¦nero que deriva del melhun, de origen beduino, pero con gran arraigo en el Magreb. Parece que naci¨® en el oriente de Argelia en los a?os veinte. En el origen fue un g¨¦nero de exclusi¨®n: denotaba la adicci¨®n al alcohol, la soledad, las mujeres. Como los cantos e instrumentaciones de las shebeen -cantinas clandestinas- en los a?os sesenta en las locations de Johanesburgo. El kwela y el phataphata eran en mi ¨¦poca surafricana respuestas suburbanas, marginadas y culturalmente mestizas, frente al indigenismo del desarrollo separado -apartheid- y ante el nativismo de lo que luego ser¨ªa la conciencia negra panafricanista. En el tr¨¢nsito ambiguo, desgarrado, desconcertante a la modernidad.Juan Goytisolo, en una obra reciente (Argelia en el vendaval. Madrid, 1994), nos convoca al sentido cultural y pol¨ªtico del rai. Goytisolo es un escritor que ha ido, piedra a piedra, construyendo una referencia cultural general que sustenta su obra literaria. Fue un escritor inmediato y natural. Ad¨¢nico, porque cuando comenz¨® (Duelo en el para¨ªso, precisamente) asum¨ªa pocos antecedentes literarios y culturales. Ni siquiera los del entorno catal¨¢n, como los cribados por Barral y Ferrater. La construcci¨®n goytisoliana comienza por desechar el supuesto hegem¨®nico cultural castellano (es decir, la historia a lo S¨¢nchez Albornoz o Men¨¦ndez Pidal) para reconstruir lo musulm¨¢n, jud¨ªo y lo heterodoxo en nuestra cultura. De hecho, Goytisolo no s¨®lo se opon¨ªa, sino que era disidente respecto a la versi¨®n de lo espa?ol, como Blanco White, al que tanto se asemeja.
De manera que Goytisolo, de un escritor natural, se ha convertido en un escritor reflexivo, expl¨ªcito de su visi¨®n cultural. Quiz¨¢s el m¨¢s expl¨ªcito y fundamentado de nuestros narradores. Desde una asunci¨®n propia de varias dimensiones de nuestra historia.
Por lo tanto, lo que Goytisolo diga de los fen¨®menos del norte de ?frica y de la inmigraci¨®n suburbana en Francia -o en Catalu?a- merece atenci¨®n. (De hecho, viaja desde un izquierdismo natural aceptado como un todo a una criba de conceptos y lecciones; pero sin sentirse en la obligaci¨®n de exhibir el certificado de haber inmolado a sus padres).
Seg¨²n Goytisolo, el rai fue divulgado -como el phataphata en Soweto- por las mujeres desclasadas, destribalizadas,mercadoras de su carne y de su soledad. Por las chiujat, cortesanas y cantantes al mismo tiempo. Una chija denotaun error, una injusticia institucionalizada. Cuando Chija Ramiti, por ejemplo, cantaba rai, estaba descalificando no solamente a la sociedad tribal, sino a la colonia -provincia- y al suburbio parisiense.
Pero hoy ese rai no es canto de cantina o prost¨ªbulo, sino que lo cantan muchachos y muchachas en Or¨¢n y Argel, con blue Jeans o todav¨ªa afectados por la tendencia indumentaria tradicional. Tambi¨¦n los beurs, esa generaci¨®n musulmana nacida en la ex metr¨®poli. ?Es compatible el rai con la mezquita? ?Lo es de verdad? Lo es y lo ser¨¢ si los GIA no conducen a una radical regresi¨®n.
?Es compatible el rai con la vuelta al velo, al pa?uelo, incluso con el chador? Desde hace tres a?os se debate en Francia la licitud, incluso el car¨¢cter progresista o democr¨¢tico, de la pretensi¨®n de j¨®venes y ni?as de familia isl¨¢mica de asistir a la escuela p¨²blica portando el signo distintivo de su islamismo: el pa?uelo. El razonamiento predominante ha sido que la escuela p¨²blica deb¨ªa ser aconfesional y que toda manifestaci¨®n religiosa choca con los valores republicanos. Ha habido decisiones del Tribunal Constitucional en este sentido. Pero ellas siguen reivindicando el uso del pa?uelo, aun del velo.
En el fondo se encuentra una cuesti¨®n no resuelta y que cada vez se plantear¨¢ con mayor rigor en esta Europa nuestra destinada a ser cada vez m¨¢s multicultural y multiling¨¹e. ?No implican los derechos humanos individuales, para su total efectividad, una definici¨®n en t¨¦rminos de valores colectivos, aquellos que provienen del grupo al que se pertenece?
Con el islam en Francia se produjo una situaci¨®n curiosa que dice bastante de la ceguera euroc¨¦ntrica. Nunca se regul¨® la pr¨¢ctica isl¨¢mica como la de una comunidad que iba a permanecer, e incluso crecer. (Bruto Etienne, La France et l'islam. Par¨ªs, 1989). El tema de la aconfesionalidad se centra desde Comb¨¦s en la relaci¨®n con los cat¨®licos. Los musulmanes estaban de paso. La primera vez que se discuti¨® su car¨¢cter permanente fue cuando se refugiaron los harkis, es decir, los musulmanes argelinos que militaron con Francia en la lucha.
Los autores, en especial F. Kepel (La revanche de Dieu 1991; A l'Ouest d`Allah, 1994), han se?alado el distinto trato -y sus consecuencias pol¨ªticas y pr¨¢cticas- de los brit¨¢nicos. Mediando el sistema electoral de las circunscripciones uninominales a una sola vuelta por mayor¨ªa sin correcci¨®n, los brit¨¢nicos han descentralizado el trato de los inmigrantes de religi¨®n diferente. (Cuando, con ocasi¨®n de uno de los diversos episodios de pr¨¢cticas extramaritales de los miembros de la familia Windsor, al tratar del anacr¨®nico absurdo de una Iglesia establecida de la que el Monarca es cabeza, un pol¨ªtico ingl¨¦s, Roy Hattersley, escrib¨ªa que en su circunscripci¨®n casi nadie conceder¨ªa importancia a la cuesti¨®n de un rey divorciado: la mayor¨ªa era agn¨®stica, seguida por musulmanes, hind¨²es, cat¨®licos, siendo los fieles a la Alta Iglesia una peque?a, si bien orgullosa y aun arrogante, minor¨ªa). Pero en los valores republicanos galos no existen los adictos a otra droga, o a otro consuelo o tabla de salvaci¨®n, que no sean las tradicionales o las laicas.
Pero ?se es libre si no se mantiene la se?a de identidad de la comunidad de la que se proviene? ?Es s¨®lida la fundamentaci¨®n individual sin lo colectivo? Chador o no chador es algo m¨¢s que rebeld¨ªa. En la tensi¨®n suburbana, en la presi¨®n posindustrial, puede ser la madera que salve del naufragio.
Ser extranjero no es no gozar de la nacionalidad del ambiente donde se reside. Es esencialmente ser extra?o a todo -el Meursault de Camus, ni ¨¢rabe, ni franc¨¦s, ni creyente o librepensador- o estar resguardado en una minor¨ªa protegida por dioses menores, las Danaides en el tiempo de Las Suplicantes. No ser pr¨®ximo, proxenos, sino separado, metoikos. "Ser llamado nada, hijo de nada" (Eur¨ªpides). (Es cierto que ser meteco no equivale a nada ser, como atestigua una larga lista en la que se alinea, por ejemplo, Arist¨®teles). Ser extranjero es, desde la Revoluci¨®n, no ser ciudadano -es decir, nacional con ejercicio de la soberan¨ªa- Pero esto es una versi¨®n c¨ªvica, -y no tan profunda, de la extranjer¨ªa.
"Ahora se puede ser nacional y ser extranjero, o sentirse extranjero. ?Es una situaci¨®n sana en unidades inevitablemente plurales? Una variante de ser extranjero para s¨ª mismo" (Julia Kristeva).
La forma transitoria cultural de la integraci¨®n en una cultura cosmopolita puede ser, entre otras, el rai (como el phata-phata frente a lo tribal era hito hacia la democracia). La forma ¨²ltima de defenderse de la alienaci¨®n aplastante puede ser el pa?uelo, aun el chador. Entre el chador y el rai, m¨¢s all¨¢ de ellos, el destino de una verdadera convivencia en libertad.
Fernando Mor¨¢nes eurodiputado socialista.
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