El deseo moral de morir
En su reciente enc¨ªclica, Evangelium vitae, el papa Juan Pablo II anatematiza lo que califica de "cultura de la muerte", concretizada, a su juicio, en la fecundaci¨®n artificial y en la interrupci¨®n del embarazo; pero asimismo en la eutanasia, identificada en la acci¨®n que "por su naturaleza y en la intenci¨®n causa la muerte para evitar el dolor". En consecuencia, la enc¨ªclica critica un sistema de valores que desarmar¨ªa a los ciudadanos para enfrentarse al dolor al no asignar a ¨¦ste sentido positivo alguno.Cabr¨ªa estar de acuerdo con tales acentos tr¨¢gicos si el documento efectuara una cr¨ªtica cabal de los dispositivos sociales que determinan tal sistema de valores. Ciertas culturas, asumiendo en el orden cotidiano la presencia de la muerte, facilitan en los que se confrontan a ella im¨¢genes de adecuaci¨®n al orden natural y al ciclo integrado de las generaciones. En ellas quiz¨¢ el dolor subjetivo pueda ser portador de sentido. Mas la jerarqu¨ªa vaticana no ignora que en nuestras sociedades la sombra de la muerte es f¨®bicamente repudiada de los hogares. No ignora que el anciano es catalogado mediante corte vertical en el ciclo de las generaciones, arrancado al entorno en el que la vida se contrasta y la colectividad se renueva, homologado con otros sometidos a id¨¦ntico proceso y aparcado junto a ¨¦stos en uno de esos subterr¨¢neos del alma que son los geri¨¢tricos o las llamadas residencias de la tercera edad. ?C¨®mo, sin sarcasmo, pedir a alguien que en tales circunstancias vea en el dolor provocado por eventual enfermedad una fuente de sentido?
Pero el problema del sentido del dolor no se limita a los casos de astenia provocada por la vejez y agravada por el abandono. La prensa se hace peri¨®dicamente eco de la disparatada situaci¨®n de un enfermo irreversible que, v¨ªctima de un accidente, subsiste desde hace lustros literalmente pegado a su lecho y en condiciones que no le parecen compatibles con una existencia humana digna de tal nombre. Los que le preservan a la fuerza en vida juzgar¨¢n que este hombre es excesivamente pesimista. Al respecto cabe simplemente recordar que no somos ¨¢ngeles, que nuestro esp¨ªritu est¨¢ intr¨ªnsecamente encarnado y que tan ilusorio es para un humano pretender hacer abstracci¨®n de lo f¨ªsico como identificarse a la mera animalidad. El que as¨ª clama por que se le deje morir est¨¢ haciendo un acto de afirmaci¨®n respecto a la nobleza de la vida humana, que se niega a subordinar a un imperativo pretendidamente moral de subsistencia contradictorio en sus t¨¦rminos, pues una de dos: o se trata de animalidad, y entonces se subsiste por instinto, no habiendo imperativo que valga, o se trata de humanidad, y en ese caso s¨ª hay imperativos, pero precisamente como expresi¨®n de que ha dejado de contar el mero subsistir.
La intervenci¨®n exterior a fin de que la propia vida sea a toda costa conservada es tanto M¨¢s escandalosa cuanto que ni siquiera homologa a los presuntos suicidas respecto a la posibilidad real del paso al acto. Pues no se da objetiva igualdad ante la ley por lo que al recurso a la eutanasia se refiere. Supongamos que una persona inm¨®vil por enfermedad irreversible en su lecho hospitalario consiguiera (por la intercesi¨®n de un amigo o incluso de un m¨¦dico piadoso) un tubo de barbit¨²ricos de radical eficacia. ?Quedar¨ªa en ese momento en igualdad de condiciones con aquel que, disponiendo de id¨¦ntico f¨¢rmaco y libre de sus movimientos, pudiese elegir entre la ingesti¨®n o el precipicio? Por supuesto que no. Pues, como bien saben los psiquiatras y los psicoanalistas, entre las razones explicativas del comportamiento humano cuentan las fobias. As¨ª, aquel que proyecta con relativa serenidad el abismarse en un precipicio puede retroceder ante la sola idea de pasar unos minutos de conciencia plena de haber procedido al gesto irreversible (o viceversa). La igualdad en la prohibici¨®n de la eutanasia y la condena moral del suicidio s¨®lo se dar¨ªa, pues, en la hip¨®tesis de que el legislador contemplara todas y cada una de las formas bajo las cuales la propia muerte es susceptible de ser imaginada, archivara relativamente a cada individuo las representaciones que resultan tolerables frente a las generadoras de fobia y organizara en funci¨®n de ello el dispositivo previsor o represor. Cosa ciertamente imposible.
Una cosa es la canallada (tan frecuente objetivamente en nuestra sociedad) consistente en empujar al d¨¦bil a la muerte y otra muy diferente es dejarle morir en paz, no impedirle el poner fin a una situaci¨®n en 1,a que el bien s¨®lo es ajeno y la propia raz¨®n ya no participa de fiesta ni enriquecimiento alguno. Pues se ama la vida humana y no meramente la vida; de ah¨ª que se d¨¦ un deseo moral de morir en la certeza de la miseria f¨ªsica y de la merma intelectiva, un deseo moral de morir antes que vivir sin decoro.
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