Realismo monetario
EL CONSENSO oficioso por el cual los ministros de Econom¨ªa y Finanzas, reunidos el pasado fin de semana en Versalles, han descartado pr¨¢cticamente el acceso a la moneda ¨²nica europea en la primera de las fechas previstas, 1997, es una muestra de realismo. Levantar expectativas para un calendario de casi imposible incumplimiento s¨®lo genera frustraciones. La convergencia econ¨®mica se ha impuesto como pol¨ªtica econ¨®mica sin alternativa razonable, pero la diversa suerte con que se combaten la inflaci¨®n y los desequilibrios de las finanzas p¨²blicas de los Quince hacen inveros¨ªmil la primera de las citas de Maastricht.Esto no debe relajar ni las agendas ni las actitudes de perseverancia en el objetivo com¨²n. Llevan raz¨®n quienes precisamente ahora, en ¨¦poca de turbulencias monetarias, subrayan la necesidad de la moneda ¨²nica como soluci¨®n definitiva a las excesivas oscilaciones -en buena parte artificiales- de los mercados de cambio.
El problema no estriba, pues, en la bondad del objetivo, sino en el camino para alcanzarlo. Aparte de los escollos objetivos -la insuficiente convergencia-, sucede que el pa¨ªs que debiera ejercer como locomotora del proceso, Alemania, ha rebajado notablemente su entusiasmo. La opini¨®n p¨²blica alemana teme por el futuro del marco, al que identifica con la solidez econ¨®mica de su pa¨ªs. Su memoria hist¨®rica, con el trauma de la hiperinflaci¨®n de los a?os treinta que hundi¨® la democracia de Weimar en favor de la soluci¨®n nazi", explica en gran parte su obsesi¨®n por la estabilidad macroecon¨®mica y cambiar¨ªa. Estos argumentos exhiben una l¨®gica implacable. Pero la historia reciente ofrece tambi¨¦n ejemplos del sacrificio econ¨®mico a objetivos pol¨ªticos de gran calibre, como ocurri¨® precisamente en Alemania con la reunificaci¨®n. Valga el episodio para recordar que el liderazgo pol¨ªtico tiene un precio y que el primer pa¨ªs de Europa debe asumir toda su responsabilidad en esta apuesta. Porque tambi¨¦n el logro potencial supone, ante todo para Alemania, un futuro europeo en el que no tenga que temerse a s¨ª misma.
Y no es s¨®lo Alemania. Pr¨¢cticamente todos los Estados miembros de la UE optan hoy por dar tiempo al tiempo en la unificaci¨®n monetaria, salvo la Comisi¨®n -por evidentes razones derivadas de sus compromisos como guardi¨¢n de los tratados- y Francia, comprensiblemente empe?ada (m¨¢s a¨²n en etapa preelectoral) en ligar la suerte del franco a la del marco como estrategia para repeler posibles agresiones contra la divisa francesa. Para Espa?a, descabalgada ya de la cita de 1997, la apuesta general por 1999 supone un alivio. Pero este respiro debe servir, al igual que a otros pa¨ªses con dificultades para la convergencia, para hacer los deberes con rigor -en el control de la inflaci¨®n, d¨¦ficit y deuda- y no para aplazarlos.
A la apuesta oficiosa por la fecha de 1999 se a?ade la noticia de que ser¨¢ indispensable un periodo m¨ªnimo de tres a?os, hasta el 2002, para hacer circular entre el p¨²blico las monedas y billetes de ecus, plazo que se explica por las dificultades t¨¦cnicas de acu?aci¨®n. Pero lo importante ahora es recuperar en todos los pa¨ªses miembros las dosis suficientes de voluntad pol¨ªtica y de disciplina econ¨®mica para que no se produzcan m¨¢s retrasos en ese gran salto cualitativo hacia la Europa unida que es la moneda com¨²n.
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