'Chips'
A un buen amigo los veterinarios no le han querido vacunar contra la rabia a su perro porque no lleva el chip establecido con car¨¢cter obligatorio por la municipalidad madrile?a, entr¨¦ otras municipalidades espa?olas y del ancho mundo.Mi amigo est¨¢ perplejo: no acaba de entender la relaci¨®n de causa a efecto que pueda existir entre el chip y la vacuna contra la rabia, y quienes conocemos el caso compartimos su perplejidad, ya que las vacunas contra la rabia y los chips no parecen constituir una unidad de destino en lo universal.
No s¨®lo est¨¢ perplejo mi amigo, sino tambi¨¦n indignado, pues considera un atentado contra la dignidad de su perro que pretendan incrustarle un chip. "Por, encima de mi cad¨¢ver habr¨¢ de pasar si alguien osa perpetrar semejante afrenta".
Razona mi buen amigo que los perros son criaturas de Dios, tan honorables como los seres humanos, iguales a ellos en derechos y obligaciones. No es que sea ¨®rate mi amigo ni que se haya vuelto tonto de repente. Antes al contrario, coincide con las reivindicaciones animalistas que proliferan en Estados Unidos, Europa y otros civilizad¨ªsimos continentes y comunidades.
Hay una declaraci¨®n universal de los derechos de los animales, e incluso organismos creados para defenderlos de la incuria humana. Algunas asociaciones equiparan los sentimientos de los animales con los de los seres humanos, y con unas preguntas sencill¨ªsimas y sus adecuadas respuestas, demuestran la igualdad de derechos que existe entre los animales y los hombres. He aqu¨ª un breve florilegio: ?A usted le gustar¨ªa que le dejaran solo en casa encerrado en un cuarto? Pues a su perro tampoco. ?Consentir¨ªa que toda la familia se marchara de vacaciones y le metieran a usted en un asilo, que es, en el fondo, una perrera, mejorando lo presente? Pues a su perro tampoco. ?A usted le gustar¨ªa pasarse un mes con esos pelos, sin lavarlos ni cepillarlos siquiera? Pues a su perro tampoco.
La pregunta que se hace ahora mi amigo es de semejante, tenor: ?A m¨ª me gustar¨ªa que me clavaran debajo de la oreja un chip? Pues a mi perro tampoco.
La cuesti¨®n que plantea mi amigo, nada balad¨ª, tiene pelenguendengues.
Bien es cierto que el chip no responde a un capricho de la municipalidad madrile?a y est¨¢ demostrada su eficacia. El chip contiene datos fundamentales sobre el perro, principalmente los de su due?o: nombre y apellidos, domicilio y DNI. De manera que si ¨¦ste pierde el perro y alguien lo encuentra y lo pasan por la inform¨¢tica, inmediatamente ser¨¢ reconducido a su leg¨ªtimo poseedor. A mayor abundamiento, si alguien abandona su perro, el imp¨ªo responsable ser¨¢ localizado, multado y sometido a la p¨²blica verg¨¹enza.
M¨¢s posibilidades alcanza el chip. Ser¨¢ en cuanto los inform¨¢ticos desarrollen el chupachips; es decir, el chip por v¨ªa oral. Se trata del mismo concepto, aunque de m¨¢s amplio espectro: chupar¨¢ un chip el perro -con sabor a fresa, con sabor a lubina del Cant¨¢brico, con sabor a chulet¨®n de buey, con sabor a zapatilla sudada o aquello a lo que el fiel amigo del hombre tenga mayor afici¨®n gastron¨®mica-, y no ya la oreja, sino el cuerpo entero, la sangre, el est¨®mago, los intestinos quedaran impregnados de memoria inform¨¢tica, con sus rams y sus windows. Y aqu¨ª es donde esperan la municipalidad y la buena ciudadan¨ªa a esa otra ciudadan¨ªa desconsiderada e insolidaria que tiene perro y lo deja orinar o defecar en cualquier parte. Pues en cuanto el perro mal educado levante la pata junto a un escaparate o haga la faena delante de un portal, llegar¨¢ el guardia con su lector informatizado, lo pasar¨¢ sobre la mojadura o sobre el gran cagall¨®n y aparecer¨¢n en la ventana digital el nombre, el DNI y el domicilio del p¨¦rfido due?o, quien a rengl¨®n seguido ser¨¢ expedientado, sancionado y cubierto de oprobio.
Todo esto lo sabe mi amigo, desde luego, mas no le convence. "Mientras mi perro no d¨¦ su autorizaci¨®n expresa", insiste, "no consentir¨¦ que nadie, le ponga un chip".
Esta actitud inflexible e irrevocable le sumi¨® a un servidor en meditaci¨®n profunda durante largas vigilias. A lo mejor la humanidad entera deber¨ªa ser la que se opusiera a la implantaci¨®n de los chips en los perros. Vivimos tiempos procelosos. La imagen prima sobre el raciocinio; el sofisma, sobre la l¨®gica. El com¨²n de las gentes -especialmente en Norteam¨¦rica, Europa y las civilizad¨ªsimas colectividades- est¨¢ acostumbrada a delegar funciones y cada vez le cuesta mayor esfuerzo pensar. Prefiere que piensen otros. Se pone frente al televisor y obedece las consignas que le dicten.
Ya empieza a ser axiom¨¢tico: los animales tienen los mismos sentimientos y los mismos derechos que los seres humanos. Lo que perjudique al perro perjudica al hombre. De donde lo que convenga al perro convendr¨¢ al hombre tambi¨¦n. Conclusi¨®n: si es bueno (y obligatorio) que los perros lleven un chip para ser controlados, ha de ser bueno (y obligatorio) que los hombres lleven un chip para ser controlados.
Bien pensado, lo que en realidad teme mi amigo es que acaben poni¨¦ndole a ¨¦l un chip.
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