La reforma del Partido Laborista pone nervioso a Major
El mejor bar¨®metro para medir el ¨¦xito del l¨ªder laborista Tony Blair en su reescritura de los principios del partido, lo ofrec¨ªan ayer las declaraciones del primer ministro conservador, John Major. En dos peri¨®dicos nacionales, Major se despachaba a gusto contra el hombre que puede, por primera vez en 16 a?os, desbancar a los tories del Gobierno del Reino Unido. Si algo ha quedado meridianamente claro en todo el ceremonial con el que los laboristas se despidieron el s¨¢bado del socialismo, es que ha servido para afianzar_ incuestionablemente el liderazgo de Blair.En el escenario del Methodist Central Hall, en Westminster, donde en 1918 se aprob¨® en otro congreso extraordinario laborista la famosa Cla¨²sula Cuarta redactada por los socialistas ut¨®picos Sidney y Beatriz Webb, las fuerzas vivas del partido refrendaron el s¨¢bado, sobre todo, a su joven l¨ªder. El episodio, adem¨¢s de contener una inevitable carga emocional, ha servido para demostrar lo lejos que se encuentra este abogado de 42 a?os de la imagen de bambi con la que los caricaturistas le obsequiaron nada m¨¢s alzarse con el control del partido el verano pasado.
La famosa cla¨²sula que compromet¨ªa al partido con la propiedad com¨²n de los bienes de producci¨®n y con la pol¨ªtica de nacionalizaciones, era poco m¨¢s que una mascota hist¨®rica. Un p¨¢rrafo nost¨¢lgico y, acaso, anacr¨®nico para los propios dirigentes de un laborismo sumamente alejado, por otra parte, de cualquier partido marxista al uso en la Europa continental. El ¨²ltimo exponente de un ideario antiguo del que se hab¨ªan ido deshaciendo uno tras otro todos los partidos socialistas europeos.
En su discurso del s¨¢bado, Blair dej¨® bien claro que su intenci¨®n pol¨ªtica no es defender ninguna utop¨ªa, sino "renovar el pa¨ªs". Para un partido que aspira a conquistar el poder en la urnas, nada m¨¢s l¨®gico que abandonar la estratosfera ideol¨®gica y pisar el suelo de la realidad posibilista. Sus referencias al tema de las nacionalizaciones fueron escasas pero concretas: luchar contra la privatizaci¨®n de Correos y frenar la de la Sanidad P¨²blica. Despu¨¦s de todo, el Partido Laborista conoce lo suficiente los engranajes del poder como para no volver a invocar el nombre de la utop¨ªa en vano.
Criterios de triunfo
En un pa¨ªs particularmente conservador como el Reino Unido, los laboristas han decidido de una vez para siempre acomodarse a los criterios del triunfo. La nueva Cla¨²sula Cuarta carece de belleza est¨¦tica, y los comentaristas pol¨ªticos consideran que su ret¨®rica es m¨¢s bien ramplona. Sin embargo, Blair recalc¨® ayer que desde junio pasado el partido ha aumento en 100.000 el n¨²mero de miembros. Las encuestas no dejan de mostrar una apabullante superioridad del nuevo laborismo sobre el conservadurismo de siempre.
Cierto que en la nueva est¨¦tica del partido de Blair el rojo ha sido desbancado por el verde. Toda la escenograf¨ªa del congreso extraordinario del s¨¢bado respond¨ªa a este cambio de imagen. Pero en un mundo cada vez m¨¢s pragm¨¢tico, apenas queda espacio para los s¨ªmbolos. Los poderes f¨¢cticos habr¨¢n aplaudido seguramente el en¨¦rgico golpe de tim¨®n con el que Tony Blair ha dado vida al nuevo laborismo.
El ¨¦xito de Blair es haber logrado lo que ning¨²n otro l¨ªder del partido hab¨ªa conseguido, pese a repetidos intentos. Hasta su n¨²mero dos, el tradicionalista John Prescott, declar¨® el s¨¢bado que el partido no debe olvidar su historia, pero tampoco ser prisionero de ella. Eso intentaron, m¨¢s o menos t¨ªmidamente, Hugh Gaitskell, Harold Wilson, Neil Kinnock y John Smith. Sin embargo, s¨®lo Tony Blair lo ha conseguido.
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