'Caballerito' Bonald
Entre los numerosos personajes que el editor y escritor Pepe Esteban meti¨® en su c¨¦lebre comedia musical -una parodia bien divertida de Por la calle de Alcal¨¢- sobre los intelectuales espa?oles que en los sesenta pugnaban por viajar a Cuba, hab¨ªa s¨®lo uno cuyo apellido se dec¨ªa en diminutivo: era Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald, que en aquel texto legendario se llamaba Caballerito Bonald. Ahora el propio Caballero se ha puesto en diminutivo, ha vuelto con la memoria al pantal¨®n corto, y casi a los pa?ales, y ha descrito la ¨¦poca Jerezana en la que todav¨ªa no era ni Caballero ni Caballerito ni otra cosa que un muchacho asustado en medio del corredor andaluz. El libro en el que ese autorretrato empieza, para seguir despu¨¦s por la descripci¨®n de los senderos tantas veces equ¨ªvocos, mentirosos y esquivos de la fama literaria, se llama Tiempo de guerras perdidas y acaba de ser editado por Anagrama.Los que conocen de hace tiempo a Caballero Bonald y ahora le vuelven a ver como era tendr¨¢n ocasi¨®n de comprobar por qu¨¦ Pepe Esteban le puso el diminutivo; antes y ahora con esa cara velazque?a: que s¨®lo se ha distanciado de su cara joven para ganar en la picard¨ªa y la firmeza que la edad acent¨²a- Caballero ha mirado el mundo con cara de Caballerito. Su memoria empieza con la infancia, se detiene en la azorada y azarosa pubertad y sigue con la adolescencia y los primeros a?os de la edad m¨¢s o menos adulta, en la que comprueba -ya en Madrid, en busca de la estatura literaria, en los tiempos grises y hambrientos de la posguerra, en medio de figurones borrachos y de burocr¨¢ticos petrimetres- que todo el monte es or¨¦gano. La descripci¨®n minuciosa que hace de man¨ªas y mani¨¢ticos, entreverada con el recuerdo de p¨ªcaros y alocados, y de personajes sin duda tiernos o entra?ablemente d¨¦biles como la vida misma, muestra que este Caballero que ahora fuma en boquilla y mira en silencio en medio de todas las reuniones es como los b¨²hos del chiste: no habla pero se fija mucho, como los ni?os chicos.
La memoria es un tesoro y es bueno que se abra. Caballero Bonald es un saludable superviviente de una maravillosa generaci¨®n -ahora fatalmente diezmada- de gente que, en su mayor¨ªa, ten¨ªa una memoria fabulosa. Alguna de esa gente, como Benet o como Hortelano, se fue sin dejar demasiado rastro escrito de esa capacidad para poner en su sitio el pasado. Eran grandes narradores orales, capaces incluso de fabular la realidad para hacerla m¨¢s atractiva, o para que durara m¨¢s. Carlos Barral y Jaime Gil de Biedn¨ªa s¨ª se impusieron la escritura de la memoria -como Sempr¨²n ahora o como Juan Goytisolo en su espl¨¦ndio Coto vedado- de una manera persistente, notarial. Y se sabe que dos miembros de esa generaci¨®n diezmada, Alberto Oliart y Jaime Salinas, preparan sus propios recuerdos escritos, y es una l¨¢stima que a¨²n no los haya acometido el poeta ?ngel Gonz¨¢lez.
Desde Am¨¦rica Latina vino, adem¨¢s, el m¨¢s memorioso de todos, Alfredo Bryce Echenique, y de all¨ª tambi¨¦n nos vino el personaje con m¨¢s capacidad de recuerdo -borracho, sobrio, a cualquier hora, con cualquier pretexto- que haya conocido este cronista: Juan Carlos Onetti. Onetti era capaz de rescatar la dimensi¨®n exacta de un vaso de whisky que tuvo enfrente un d¨ªa que Juan Rulfo le dijo que esta vida no val¨ªa un carajo. Y esa misma an¨¦cdota, con sus datos fijos, pod¨ªa ser repetida por ¨¦l en cada una de las circunstancias descritas, sin variaci¨®n apreciable alguna.
La memoria es una virtud literaria que los anglosajones practican y atesoran como un modo de fijar la realidad, y aqu¨ª s¨®lo se ha considerado bien si contiene esc¨¢ndalos, independientemente de la categor¨ªa literaria que debe tener el recuerdo de cualquiera que sepa escribir con humor y con profundidad, con sencillez y, al tiempo, con el respeto que exige la gran distancia que media entre la literatura y el chisme que es el caso en el que felizmente -y como era de esperar ha incurrido Pepe Caballero, Caballerito Bonald.
Los que escriben este tipo de textos -por fortuna, otros m¨¢s j¨®venes que los se?alados lo hacen ya, cada uno a su modo: Vicent, Mart¨ªnez Sarri¨®n, Llamazares, Mar¨ªas, Mu?oz Molina, Trapiello...- dicen que es muy f¨¢cil: ponen la primera palabra, de ella obtienen una sensaci¨®n y a partir de ah¨ª hacen como Proust en busca del tiempo perdido.
Debe ser, en efecto, f¨¢cil, pero c¨®mo demonios es capaz de recordar esta gente -como Caballero, Bryce, Onetti, Barral, los, grandes memoriosos- qu¨¦ se dijo a lo largo de toda una inmensa noche de borrachera. ?Mienten o es junto al alcohol donde mejor se asientan los recuerdos? Saber c¨®mo recuerdan ser¨ªa tan maravilloso como la memoria misma.
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