Salutaci¨®n del pesimista
Perm¨ªtanme que intente echar unas gotas bals¨¢micas sobre las agitadas aguas pol¨ªticas espa?olas. Observando el panorama desde la distancia, y con la perspectiva de quien estudia, por profesi¨®n, la evoluci¨®n pol¨ªtica y social del pa¨ªs a trav¨¦s de largos periodos de tiempo, quiero creer que no todos los aspectos de lo que est¨¢ ocurriendo son desalentadores. Aunque comprendo que, para quienes lo viven como realidad inmediata, y sienten cada ma?ana el agobio de la dosis diaria de esc¨¢ndalo, la situaci¨®n es insoportable.Pero piensen ustedes, por ejemplo, que uno de los poderes, el judicial, est¨¢ ejerciendo funciones de. control sobre el ejecutivo. Lo cual es nuevo en nuestra historia. Y no vale arg¨¹ir que los motivos del juez, o de los jueces, que llevan la operaci¨®n puedan no ser altruistas. En eso consiste la divisi¨®n de poderes, pilar fundamental del constitucionalismo liberal-democr¨¢tico. Unos individuos que posiblemente quieren ante todo mandar m¨¢s, o ennquecerse, o pavonearse en los peri¨®dicos, o sacarse la espina de un antiguo agravio, es decir, que act¨²an por cualquiera de las mezquinas motivaciones habituales en el g¨¦nero humano, controlan y limitan la natural tendencia a sobrepasarse de otros individuos que, desde otras instituciones de poder, coartan a su vez las ambiciones de sus rivales. La divisi¨®n de poderes est¨¢ pensada para seres humanos, y para seres humanos que ejercen mando, no para entes ser¨¢ficos. Y por eso la democracia funciona mal, como dec¨ªa Churchill, pero menos mal que cualquier otro de los sistemas conocidos; y los ciudadanos de a pie disfrutan en ella de algunas garant¨ªas contra la arbitrariedad y la opresi¨®n.
En mi opini¨®n, por tanto, la judicalizaci¨®n de la pol¨ªtica, o politizaci¨®n de la judicatura, es decir, la entrada de los magistrados en la competencia por el ejercicio del poder, no es una desgracia -ni mucho menos, como a veces se dice, una degeneraci¨®n de lo que deber¨ªa ser una pura funci¨®n profesional-, sino un comienzo de funcionamiento normal del sistema. Y es el primer efecto beneficioso de la crisis que vive el pa¨ªs.
-Pero hay m¨¢s. La prensa est¨¢ publicando los excesos de nuestros cuerpos policiales, y los jueces est¨¢n mandando a la c¨¢rcel a sus responsables. Y eso tambi¨¦n es nuevo en la historia de Espa?a. Se rompe as¨ª un pacto no escrito, que viene como m¨ªnimo desde el marqu¨¦s de Ahumada, cuando el bandolerismo y la defensa del nuevo sistema de propiedad en el campo hicieron necesaria la creaci¨®n de una polic¨ªa rural que a cambio de su eficacia exigi¨® que no se cuestionasen sus m¨¦todos. Exagero un poco, pero no demasiado. Cada vez que alguien intent¨® inquirir o criticar esos m¨¦todos, los portavoces de los poderes sociales se rasgaron las vestiduras, se llenaron la boca con la palabra benem¨¦rita y amenazaron velada o abiertamente con el uso de la fuerza; hab¨ªa cosas con las que no se jugaba, y una de ellas era el principio de autoridad. Los mandos policiales y ministeriales, por su parte, colaboraban al mantenimiento de esa situaci¨®n encerr¨¢ndose en un bloqueo informativo imposible de forzar. Los historiadores. sufrimos todav¨ªa hoy las consecuencias indirectas de esa falta de gusto policial por la informaci¨®n: no hay archivos de la Guardia Civil, cuando podr¨ªan ser tan ¨²tiles para la historia social del pa¨ªs.
Ahora, felizmente, parece resquebrajarse esa tradici¨®n. De forma inesperada, como el asunto est¨¢ haciendo pasar apuros a un Gobierno convencionalmente cosiderado de izquierdas, esos mismos medios de la derecha tradicional que en otras circunstancias se mostrar¨ªan escandalizados y amenazadores se solazan, e incluso puede suponerse que colaboran, con la aparici¨®n de noticias escandalosas sobre los GAL. La situaci¨®n no puede ser m¨¢s cot¨ªtradictoria, y es particularmente ir¨®nico que sea el ministro que por fin ha sustituido a los mandos heredados del franquismo al que le caigan encima las salpicaduras del pasado. Pero dejando de lado nombres y perso:nas concretas, olvid¨¢ndonos de los ca¨ªdos en la lucha, hay que reconocer que la causa de la transparencia informativa sobre las actuaciones policiales est¨¢ ganando una batalla. Otra novedad, pues, y bienvenida sea tambi¨¦n.Novedad es asimismo -la tercera- que, a resultas de lo visto, los fondos reservados puedan ser objeto de alg¨²n tipo de control en el futuro. Como los anteriores, ¨¦ste era un abuso que disfrutaba de larga historia. En la Espa?a de hace cien a?os, ¨¦poca cuyas fuentes primarias he manejado directamente, los fondos de reptiles se usaban para fines tan diversos -y, a veces, tan est¨²pidos- como el soborno de periodistas corruptos o los donativos a centros caritativos por los que el ministro de turno sent¨ªa especial devoci¨®n. Es seguro que, en momentos m¨¢s duros, como el del pistolerismo barcelon¨¦s de 1917 a 1923, sirvieron tambi¨¦n para pagar a bandas paramilitares asesinas. O sea, que en lo ocurrido en los setenta y ochenta no ha habido novedad (excepto en los sobresueldos autopropinados por la c¨²pula ministerial; eso, francamente, no se les ocurri¨® a Posada Herrera, ni a Romero Robledo, ni a Romanones, ni a Lerroux; y la suma de sinvergonzoner¨ªa y de facundia inventiva que acumula esta breve lista es insuperable; pero quiz¨¢ es que apropiarse, sin m¨¢s, de los fondos reservados requiere, justamente, muy poca imaginaci¨®n y, eso s¨ª, un exceso de confianza en la propia invulnerabilidad).
Lo importante, en todo caso, es que, cualquiera que sea el Gobierno que suceda al actual, previsiblemente no se atrever¨¢ a hacer mangas y capirotes con esos fondos y a negarse a rendir cuentas por ello. Seguimos, pues, estando de enhorabuena. Eso, por lo que respecta a las instituciones p¨²blicas. Pero la moral estatal y la moral social raras veces siguen caminos divergentes, y la sociedad, que tambi¨¦n necesita un repaso, puede que se vea igualmente beneficiada por alguno de los efectos de la tormenta actual. No llegar¨¢ mi ingenuidad a especular sobre si las presiones privadas sobre concursos p¨²blicos -amistosas solicitudes de enchufe en oposiciones, ofertas de soborno en contratas- van a disminuir. Pondr¨¦ un ejemplo realista: cabe que las fuerzas pol¨ªticas y los sectores de opini¨®n que simpatizan con ETA, y que cobijan su desvar¨ªo bajo el pretexto de que Espa?a no ha cambiado tras el franquismo, comiencen a considerar que con estos encarcelamientos y denuncias algo, por fin, est¨¢ cambiando. No muy diferente fue lo que ocurri¨® con el esc¨¢ndalo Watergate: a muchos que nos consider¨¢bamos revolucionarios nos apasion¨® el caso porque probaba el poco respeto por la legalidad que ten¨ªa el propio presidente de Estados Unidos, lo cual confirmaba nuestras inveteradas denuncias contra la falsedad del sistema. Pero tambi¨¦n demostraba que las democracias ten¨ªan unos recursos para corregir sus propios excesos de los que las dictaduras carec¨ªan. Y eso nos hizo pensar y evolucionar a m¨¢s de uno.
Ahora hay s¨ªntomas de que lo mismo est¨¢ ocurriendo en sectores de Herri Batasuna: dado que los m¨¦todos legales para limitar la represi¨®n policial est¨¢n funcionando, "no es el momento" de matar. Bienvenido sea tambi¨¦n. Ojal¨¢ evolucione de la misma manera el otro sector, ese hombre de la calle o esos adictos a funerales que tantas veces han pedido medidas expeditivas contra ETA y que ahora se escandalizan y vituperan al Gobierno porque se descubren cad¨¢veres. Me temo que son gente de memoria- d¨¦bil, pero alguien podr¨ªa record¨¢rselo la pr¨®xima vez que griten.
Toda esta ganancia, ciertamente, viene a cambio de un coste muy alto. Un coste, ante todo, en t¨¦rminos de ilusiones pol¨ªticas y de fe en las personas. Proyectos de reforma en los que cre¨ªmos han terminado su ciclo. Dirigentes que eran lo m¨¢s articulado y atractivo que ha presentado el panorama espa?ol en mucho tiempo pueden acabar convertidos en paradigma de la falsedad y la corrupci¨®n. Lo cual es injusto, porque, como digo, no han sido los inventores de casi nada; su pecado ha sido la debilidad, el no haber sabido actuar tajantemente contra pr¨¢cticas que ven¨ªan del pasado. Pero he dicho que no iba a hablar de acontecimientos inmediatos, sino de procesos a largo plazo. Y tambi¨¦n desde este punto de vista se puede encontrar un grave aspecto negativo en esta crisis, como es el indudable desgaste del Estado. Pero es que quiz¨¢ nos hemos identificado con el Estado demasiado pronto. Durante siglos, el Estado ha sido para la sociedad espa?ola el padrastro del que s¨®lo recib¨ªa golpes y exigencias (el ciclo primitivo de extracci¨®n-coacci¨®n, como dicen los historiadores), sin cumplir apenas funciones asistenciales ni integradoras de la comunidad. Tras haber salido de la ¨²ltima dictadura con ¨¦xito y haber establecido un r¨¦gimen democr¨¢tico cre¨ªble, pensamos que, de la noche a la ma?ana, el Estado se hab¨ªa transmutado. Ya pod¨ªamos presumir de una familia moderna, de un padre que dirig¨ªa la econom¨ªa, nos consultaba cada cuatro a?os respetaba la variedad cultural de los hermanos y proteg¨ªa a los m¨¢s d¨¦biles. Pod¨ªamos, por fin, reintegrarnos al hogar, sentir el orgullo patrio..
Y los que m¨¢s se dejaron imbuir de ese sentido de Estado fueron justamente los j¨®venes antifranquistas convertidos de la noche a la ma?ana en gobernantes. Se identificaron con la instituci¨®n, se creyeron el excelent¨ªsimo se?or, descubrieron a la Guardia Civil. Mejor habr¨ªa sido que hubieran contenido su entusiasmo y mantenido la actitud recelosa y reformista durante algunos a?os m¨¢s. Las cosas no cambian por arte de magia. S¨®lo poco a poco, y si se sabe hacer, se fuerza su evoluci¨®n. Por eso, por mi radical pesimismo sobre nuestro pasado, creo que el desastre actual, bien administrado, puede servir para iniciar la limpieza de armarios del padrastro hasta ahora intocados.
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