Europa bendice al Zaragoza
Un gol majestuoso de Nayim desde 40 metros en el ¨²ltimo minuto da la Recopa al equipo espa?ol
Un remate memorable de Nayim, cuando el partido tocaba ¨²ltima hora y se anunciaba la suerte incierta de los penaltis, dio la Recopa al Zaragoza en un partido que creci¨® hasta encontrar un final apropiado en ese tiro imposible que pasar¨¢ a la historia. Tambi¨¦n result¨® apropiado que el autor de la haza?a fuera Nayim, el muchacho que se endureci¨® en las grises tardes inglesas cuando jugaba en el Tottenham. De aquellos d¨ªas se guarda la memoria de un jugador que siempre tuvo ¨¦xito frente al Arsenal. Con el mismo respeto por el destino, Nayim ajustici¨® a su viejo rival londinense con un remate desde el lateral del campo, con un grado de dificultad que hace infantiles las par¨¢bolas de Pel¨¦, Hagi y Arag¨®n. Cerca del medio campo, echado sobre el lateral derecho, de espaldas a la porter¨ªa, Nayim enganch¨® un pelotazo largo y alto, que cay¨® cubierto de plomo y gloria sobre la porter¨ªa de Seaman. Fue un gol sorprendente y bell¨ªsimo, un gol para la historia.La magnitud del partido empap¨® la noche. En las gradas, dos aficiones abigarradas y leales hasta el final celebraban la ocasi¨®n en un duelo a pulm¨®n. Hab¨ªa ese aire el¨¦ctrico del gran f¨²tbol, cuando el juego se llena de s¨ªmbolos y pasi¨®n. La intensidad. en los grader¨ªos s¨®lo era comparable a la ansiedad de los dos equipos, aplastados por la responsabilidad y el miedo. Durante la primera media hora, el m¨¢s afectado por el compromiso fue el Zaragoza, apenas reconocible frente a un rival herm¨¦tico y limitado. El Arsenal ten¨ªa el aspecto envejecido del f¨²tbol ingl¨¦s, donde el bal¨®n es s¨®lo la excusa para otras cuestiones menos delicadas, el vigor, el temperamento, el juego elemental, siempre descamado.
El descontrol presidi¨® el primer tercio del encuentro. La crisis de ansiedad del Zaragoza se concret¨® en un juego desordenado, sin ninguna cualidad apreciable. Como la respuesta inglesa era todav¨ªa m¨¢s pedestre, el bal¨®n se hizo materia jabonosa, incontrolable para los jugadores. La apuesta del Zaragoza deb¨ªa pasar por otro camino, y algo as¨ª se anunci¨® cuando el juego comenz¨® a desbravarse, a perder el lado f¨ªsico, en beneficio de la t¨¦cnica.
Rebajado de vigor, el partido permiti¨® la lenta progresi¨®n del Zaragoza. Nunca le falt¨® al Arsenal el grado de decisi¨®n que se espera de los equipos ingleses, esa capacidad para mantenerse de pie en cualquier circunstancia, pero la realidad se hizo evidente: el Zaragoza ten¨ªa m¨¢s recursos. Cuando la pelota se volvi¨® por fin disponible, el juego comenz¨® a oxigenarse, a tomar sentido y levantarse sobre las carencias anteriores. Se observ¨® entonces el corte superior del Zaragoza, que trabaj¨® con m¨¢s paciencia las zonas blandas del Arsenal.
Sin el bal¨®n, el Zaragoza hab¨ªa sido un equipo sufriente, expuesto a las condiciones inglesas. Pero cuando lleg¨® el gobierno, el partido fue del Zaragoza. El segundo tiempo confirm¨® los progresos. Emergieron Arag¨®n, Pardeza y Esn¨¢ider, y sobre ellos se instal¨® definitivamente el ataque del Zaragoza.
Arag¨®n se levant¨® en el centro del campo contra la mediocridad anterior y llev¨® a su equipo a su territorio natural. El tr¨¢fico con la pelota se volvi¨® natural, con los resultados previstos. Poco a poco, comenzaron a aparecer los jugadores y las oportunidades. Un mano a mano de Higuera con Seaman salud¨® la superioridad del Zaragoza, que no se concret¨® hasta el formidable gol de Esn¨¢ider, emparentado en casi todo con el remate victorioso de Nayim.
El partido, que hab¨ªa sido pedregoso en la primera parte, tom¨® cuerpo y se puso a la altura de una gran final. El Arsenal, con todas sus carencias, tuvo la virtud del coraje, esa vena perpetua de los ingleses que les hace temibles. Sin f¨²tbol, pero frontal y fuerte, el Arsenal se lanz¨® a por el empate. Lo consigui¨® por la v¨ªa tradicional: una incursi¨®n r¨¢pida por la banda derecha, el pase atr¨¢s y la llegada instant¨¢nea de los dos delanteros. Harston empuj¨® la pelota.
El combate volvi¨® donde estaba, pero con m¨¢s ¨¦pica. Lleg¨® la pr¨®rroga con la carga de dramatismo habitual. Los cuerpos estaban rotos, pero todos se exig¨ªan un esfuerzo m¨¢s. All¨¢ iba Esn¨¢ider contra Adams en el en¨¦simo cuerpo a cuerpo, casi todos favorables al incandescente delantero del Zaragoza. Y en la grada, los c¨¢nticos se hac¨ªan finalmente comunes en homenaje a los dos equipos, saludando cada fondo a sus h¨¦roes, puesto que la sombra de los penaltis se hac¨ªa inminente. Pero en aquellos momentos de agon¨ªa, el f¨²tbol se reconoci¨® a s¨ª mismo. De una jugada intrascente, de tr¨¢mite, surgi¨® un remate inesperado y devastador. Lo ejecut¨® Nayim, porque el destino y su pie derecho lo decidieron, y lo celebr¨® extasiada una hinchada que hab¨ªa apoyado de manera indesmayable a los campeones.
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