Soldados por la memoria
Abril fue el mes m¨¢s cruel: hizo surgir la memoria desde la tierra muerta.Universalmente, pero sobre todo en Europa, fue recordado el infame holocausto de seis millones de jud¨ªos por el r¨¦gimen nazi de Alemania. Nada, en la historia humana, puede compararse a este acto de barbarie. Antes de Hitler, la relaci¨®n entre la crueldad y la historia era distinta; era menor la distancia entre el progreso cient¨ªfico y la barbarie pol¨ªtica. El nazismo aboli¨® para siempre las pasadas justificaciones de la barbarie; el holocausto no fue un acto de guerra, violento por necesidad, sino un programa concebido fr¨ªa e intelectualmente. Hitler proclam¨®, desde Mein kampf, el Mal como su prop¨®sito; no lo escondi¨®, como Stalin, detr¨¢s de una filosof¨ªa humanista. El holocausto tampoco fue un acto explicable por el esp¨ªritu del tiempo; ocurri¨® en el siglo de mayor adelanto cient¨ªfico y lo marc¨® para siempre, como el siglo de mayor distancia entre la moral pol¨ªtica y el progreso t¨¦cnico.
Hace veinte a?os, William Styron evoc¨® una frase de Andr¨¦ Malraux para darle cuerpo a su gran novela, Sophie's choice. En este cruel abril de la memoria, Jorge Sempr¨²n, internado en Buchenwald desde abril de 1943 hasta la liberaci¨®n en abril de 1945, se sirve del mismo ep¨ªgrafe para indicar su insustituible libro, La escritura o la vida: "... busco la regi¨®n crucial de alma donde el Mal absoluto se opone a la Fraternidad
Lo terrible, lo actual de esta frase de Malraux, es que se ha universalizado. Styron nos record¨® que en el universo concentracionario del Tercer Reich hab¨ªa no s¨®lo jud¨ªos, sino cat¨®licos, comunistas, socialdem¨®cratas, homosexuales, gitanos... Auschwitz, Treblinka, Bergen-Belsen, fueron el preludio de una conciencia; en nuestro siglo, nada ni nadie, ning¨²n pa¨ªs y pr¨¢cticamente ning¨²n gobierno, queda exento del sello infame de la violencia.
En Argentina, los mea culpa sucesivos de los jefes militares confirman lo que todos sab¨ªamos: entre 1976 y 1983, la dictadura castrense viol¨® sistem¨¢ticamente la ley, los derechos humanos y la m¨¢s elemental decencia. ?Qu¨¦ diferencia esencial puede haber entre la hero¨ªna de Styron, obligada a escoger entre la muerte de uno de sus dos hijos, y una argentina embarazada de ocho meses y arrojada desde un avi¨®n en vuelo a las aguas del Atl¨¢ntico?
Las culpas insurreccionales de los Montoneros son muchas. No justifican que se combata a la violencia revolucionaria con la ilegalidad. oficial. Todo lo contrario; la ¨²nica manera de contrarrestar el descontento pol¨ªtico es que el Estado se sujete a la ley, demostrando as¨ª la raz¨®n que podr¨ªa asistirle. La dictadura argentina no s¨®lo viol¨® la ley; extendi¨® su sevicia a los inocentes, tortur¨® y asesin¨® por simple sospecha o asociaci¨®n, y destruy¨® la vida moral, intelectual, universitaria y art¨ªstica de Argentina. Errores y horrores.Mientras se debate la derogaci¨®n o vigencia de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida, debe construirse en Buenos Aires un Muro de la Memoria en el que se inscriban los nombres de los treinta mil desaparecidos, v¨ªctimas de un sadismo y brutalidad en nada diferentes de los que practicaron Hitler, Himmler y Heydrich. Las leyes pol¨ªticas pueden amparar a los criminales de la historia oficial argentina. No los puede amparar contra los derechos de la memoria.De ni?o, en las escuelas norteamericanas, nos dec¨ªan que la violencia era propia de pueblos retrasados y de piel oscura. Se olvidaba, convenientemente, la historia de la barbarie colonial brit¨¢nica y la propia violencia, constante, de la historia de Estados Unidos. Durante el cruel mes de abril, Robert MacNamara, secretario de la Defensa. bajo los presidentes John F. Kennedy y Lyndon Johnson, admiti¨® que la guerra de EE UU contra el pueblo de Vietnam fue un error -y que la Casa Blanca sab¨ªa que era un error-. El error le cost¨® cincuenta y cuatro mil muertos a EE UU y, a la antigua Indochina, un total de un cuarto de mill¨®n de seres perdidos en las luchas coloniales de este siglo.
Durante la conferencia de paz de Versalles, en 1919, un joven indochino se presentaba todos los d¨ªas en la antesala del presidente Wilson para pedir que este ap¨®stol de la autodeterminaci¨®n le concediera la independencia a las colonias francesas del Sureste Asi¨¢tico. Jam¨¢s fue recibido. Wilson pensaba que la independencia nacional era privilegio de los pueblos desarrollados y la violencia -la revoluci¨®n mexicana pesaba sobre el ¨¢nimo del presidente- de los pueblos subdesarrollados. El nombre del joven vietnamita era Ho Chi Minh.
Siempre me he preguntado por la raz¨®n de la ignorancia -fingida o cierta- de los gobiernos norteamericanos respecto al mundo. No hay corredor de informaci¨®n m¨¢s concentrado que el que va de Washington a Boston. En 1977, Richard Nixon explic¨® que la raz¨®n de la intervenci¨®n norteamericana en Vietnam era detener el expansionismo chino. Olvidaba o ignoraba que durante mil a?os Indochina ha sabido resistir, por s¨ª sola, a todo intento de expansi¨®n china; no le hac¨ªa falta la "ayuda" norteamericana. En My Lai, en cambio, las fuerzas armadas de los EE UU demostraron que eran capaces de una barbarie comparable a la de los brit¨¢nicos en China, los holandeses en Indonesia, los franceses en Argelia o los alemanes en Polonia.
Sin embargo, existe una constante de la pol¨ªtica exterior de EE UU que consiste en buscar el enemigo afuera de EE UU. El villano confiable, como lo ha llamado el polit¨®logo James Chace, le es indispensable al norteamericano para justificar su propia moralidad maniquea. Ingleses, mexicanos, espa?oles, alemanes, rusos, coreanos, chinos, cubanos, ¨¢rabes, han asumido cumplidamente el papel hollywoodesco de la naci¨®n detestable.
Pero en el mes m¨¢s cruel, a la terrible admisi¨®n de MacNamara se ha unido otro hecho a¨²n m¨¢s terrible, el salvaje atentado de Okahoma dirigido contra el Gobierno Federal por grupos neonazis norteamericanos que en sus sudaderas proclaman su credo: "Amo a mi pa¨ªs pero detesto a mi Gobierno". No mataron al gobierno. Mataron a trabajadores y ni?os inocentes. Y le revelaron a la ciudadan¨ªa lo que Clinton intenta decirles desde su campa?a presidencial; esta vez, el enemigo est¨¢ adentro. Ya, no hay villano externo.
Ojal¨¢ que la tragedia de Oklahorna haga ver a la ciudadan¨ªa norteamericana que no son las p¨ªldoras de az¨²car de la mayor¨ªa derechista en el Congreso lo que renovar¨¢ la grandeza de su patria, sino la soluci¨®n de los problemas de fondo: salud, educaci¨®n, pol¨ªtica industrial, formaci¨®n de trabajadores, renovaci¨®n de infraestructuras. La crisis universal a la que asistimos, provocada por un capitalismo especulativo que maneja un trill¨®n de d¨®lares diarios sin prop¨®sitos productivos, nos coloca a todos ante la obligaci¨®n de revalorar lo m¨¢s precioso con que contamos: nuestro capital humano.
Cuando Nietzsche habla del eterno retorno, se refiere tambi¨¦n a la repetici¨®n infernal de eso que Freud conceb¨ªa como una heredad inconsciente, generaci¨®n tras generaci¨®n, de los males de la humanidad. Recordar el mal es la mejor manera de evitar su repetici¨®n. La memoria le da su verdadero sentido a la historia, la salva de la pretendida objetividad de los hechos de archivo, la conecta a la vez con la colectividad y con las vidas personales.
?sta es la lecci¨®n positiva de la memoria del Holocausto, la Guerra Sucia y Vietnam. La crueldad de abril anuncia, despu¨¦s de todo, la alegr¨ªa de mayo, la celebraci¨®n de los 50 a?os de la victoria contra el fascismo en una guerra que debi¨® librarse y que debi¨® ganarse. Hoy, la muerte del fascismo estalinista no justifica la resurrecci¨®n del fascismo capitalista.
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