El buen toreo
Torrealta / Cuatro rejoneadoresToros mochos para rejoneo de Torrealta, que dieron juego.
Joao Moura: rej¨®n escandalosamente bajo, otro trasero ca¨ªdo y, pie a tierra, descabello (aplausos y saludos).
Ferm¨ªn Boh¨®rquez: rej¨®n traser¨ªsimo bajo (petici¨®n minoritaria y vuelta).
Luis Domecq: dos pinchazos sin soltar y rej¨®n bajo (aplausos y tambi¨¦n algunos pitos cuando saluda). Antonio Domecq: rej¨®n atravesad¨ªsimo que asoma, rueda de peones, rej¨®n bajo, otra rueda de peones y, pie a tierra, dos descabellos (silencio).
Por colleras. Moura-Boh¨®rquez: dos pinchazos, otro a la media vuelta, rej¨®n atravesado, rueda insistente de peones y Moura, pie a tierra, dos descabellos (silencio). Hermanos Domecq: rej¨®n atravesado y Antonio Domecq, pie a tierra, descabello (oreja).
Plaza de Las Ventas, 27 de mayo. 15? corrida de feria. Lleno.
JOAQU?N VIDAL
El toreo a caballo puede ser una preciosidad y as¨ª lo ejecut¨® Jo?o Moura en sus dos intervenciones: la que le correspondi¨® en solitario y la que perpetr¨® por colleras. En la primera se llevaba al toro embebido en la grupa, a veces tambi¨¦n en el estribo. En la segunda afront¨® la mansedumbre del animal encel¨¢ndolo de salida con tan acabada t¨¦cnica y exquisita templanza, que lo dej¨® codicioso para los restos.
El espect¨¢culo de rejoneo poco tiene que ver con la fiesta de los toros -entre otras razones porque no acepta toros; unos animales mochos y gracias-, salvo cuando los rejoneadores traen verdadero prop¨®sito de torear. Parad¨®jicamente su habilidad lidiadora se aprecia sobre todo con los toros dif¨ªciles. En esto los portugueses son aut¨¦nticos maestros. Los aficionados madrile?os no han olvidado aquellos alardes dominadores de Jos¨¦ Samuel Lupi, que sent¨® c¨¢tedra en la d¨¦cada de los 70. Le sucedi¨® Jo?o Moura, cuyo toreo ya maravillaba a sus 16 a?itos y desde entonces ha venido ejerciendo con autoridad su magisterio.
Nadie es perfecto, sin embargo, e incurre ¨²ltimamente Moura en abultados desaciertos al prender banderillas y manejar rejones de muerte. Palos y hierros le que dan baj¨ªsimos. A lo mejor es que necesita gafas. No pasar¨ªa nada, si tal fuera el caso: ning¨²n reglamento -ni siquiera el engendro Corcuera- proh¨ªbe que los rejo neadores lleven gafas.Torer¨ªa de la buena poseen asimismo los hermanos Luis Domecq y Antonio Domecq, seg¨²n han venido demostrando desde su irrupci¨®n en los ruedos. Ocurre, no obstante, que tal como se encuentra la cuesti¨®n rejoneadora -un p¨²blico triunfalista indiferente al toreo, que alucina en colores con los caballazos y los saludos sombrero en mano- han a?adido al arte la espectacularidad, a veces ¨¦sta en detrimento de aqu¨¦l, lo cual les reporta mayor rentabilidad orejera.
De semejante guisa fue, en fin, su actuaci¨®n sabatina, principalmente durante la perpetraci¨®n de las colleras, en la que lucieron la doma de los caballos y prodigaron piafadas, giros y cabalgadas a dos pistas, provocando la excitaci¨®n orejil en los tendidos. Clavando, en cambio -juntos o separados-, les suced¨ªa lo que a Moura: dejaban colgados rejones y banderillas donde Dios les diera a entender. No se descarta que tambi¨¦n necesiten ir al oculista.
Iniciaron los hermanos Domecq el turno collero reviviendo estampas camperas y la escenificaci¨®n result¨® fallida. Excepto en el primer embite, el toro nunca sigui¨® el celo de la garrocha, que paraba Antonio Domecq, ni hizo demasiado caso de la chaquetilla vaquera que flameaba Luis Domecq. En orden a garrochas sigue siendo n¨²mero uno el rejoneador Javier Buend¨ªa, ausente de la feria, y en orden a chaquetas, Justo Algaba, sastre e toreros.
A Ferm¨ªn Boh¨®rquez le deneg¨® el presidente Luis Espada una oreja y sobrevino por ello bronca descomunal. Hab¨ªa rejoneado Ferrm¨ªn Boh¨®rquez con facilidad y enardecido al pueblo soberano da vez que pon¨ªa al caballo de a?os, que fueron muchas. Y pues se muri¨® el toro del rejonazo que le meti¨® cerca de la tripa, una parte de la plaza pidi¨® la reja mediante un griter¨ªo ensorccedor. La masa orejista mont¨®n c¨®lera al advertir que su demanda no era atendida. Y por dar entonces una explicaci¨®n coherente a lo sucedido, acusaba al presidente Espada de maligno.
Es lo que se lleva en la actual esta. Al parecer, la concesi¨®n de orejas es cosa de buenos y mas. Los que piden las orejas son los buenos y los que las protestan, los malos. Los presidentes que conceden las orejas son los buenos y los que las deniegan, los malos. De donde -sin ir m¨¢s lejos- el presidente Marcelino Moronta, que regala orejas a espuertas, es san Francisco de As¨ªs, y al presidente Luis Espada hay que vigilarlo de cerca, no se vaya a comer crudo un ni?o.
Ahora bien, los santos y los diablos suelen despistar. Un aficionado le grit¨® a Luis Domecq "?Muy mal!" al verle clavar una banderilla en el costillar del toro, se revolvi¨® el p¨²blico llam¨¢ndole canalla. Pero al encelar luego Moura al manso con exquisita templanza y acabada t¨¦cnica, el mismo aficionado grit¨® "?Ol¨¦ torero!", y ya no sab¨ªa la gente si s que estaba arrepentido de sus pecados o es que se hab¨ªa puesto de vino hasta la bandera.
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