Lecci¨®n magistral de Don Pep¨ªn
Sorando / Jim¨¦nez, Tato, Madrile?o
Toros de Rom¨¢n Sorando, bien presentados, inv¨¢lidos, pastue?os; 3? devuelto por inv¨¢lido. Sobrero de La Cardenilla, con trap¨ªo, manso, noble. Pep¨ªn Jim¨¦nez: estocada ladeada (aplausos y tambi¨¦n pitos cuando saluda) estocada ca¨ªda (oreja); estocada ladeada (palmas). El Tato: pinchazo, estocada muy trasera ladeada y tres descabellos (ovaci¨®n y tambi¨¦n pitos cuando sale al tercio); arrollado por el 5? pas¨® a la enfermer¨ªa. El Madrile?o: cerca de media y dos descabellos (silencio); dos pinchazos, media atravesada y descabello (silencio). Enfermer¨ªa: asistido El Tato de conmoci¨®n cerebral, pron¨®stico reservado. Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 23? corrida de feria. Lleno.
Ocup¨® el palco otro presidente orejero -se llama Luis Espada- y le dio a Pep¨ªn Jim¨¦nez la oreja de un inv¨¢lido. Hay epidemia de orejitis en el palco, bien se ve. A mayor abundamiento, el presidente Espada s¨®lo devolvi¨® un toro al corral, precisamente por invalidez, cuando inv¨¢lida lleg¨® la corrida entera. "El palco est¨¢ vac¨ªo", sol¨ªan corear los aficionados en estos casos. Ahora no lo corean porque ser¨ªa un contrasentido: el palco est¨¢ lleno; est¨¢ abarrotado de presidentes orejistas y triunfalistas. Excesiva la oreja que concedi¨® el palco, por tanto. Lo cual no empece para reconocer y proclamar que el orejeado Pep¨ªn Jim¨¦nez -don Pep¨ªn para sus alumnos, que somos todos- tore¨® al toro inv¨¢lido de maravilla.La maravilla del toreo puro interpret¨® don Pep¨ªn y sirvi¨® de recordatorio a quienes lo ten¨ªan olvidado; de revelaci¨®n a cuantos jam¨¢s lo hab¨ªan visto. Fue como si, de repente, se hubiera aparecido el arc¨¢ngel San Gabriel. Y el dorado atardecer vente?o se llen¨® de magia...
A medida que don Pep¨ªn iba desgranando su lecci¨®n magistral, el coso era un asombro, una vibraci¨®n, una fiesta, y as¨ª hubiera seguido hasta bien entrada la noche, de no ser porque unos minutos desp¨²¨¦s romper¨ªa el en canto un percance brutal que trajo sombras de tragedia: el quinto toro arroll¨® a El Tato al recibirlo a porta gayola.
Suelto el toro tras su fechor¨ªa, galop¨® ruedo a trav¨¦s mientras cuadrillas y asistencias intentaban el quite al cuerpo inerme del torero, no se sab¨ªa si herido de gravedad. Hubo un momento en que el redondel estuvo lleno de gente corriendo de un lado para otro, hasta que unos cuantos se arracimaron junto al torero, lo levantaron a pu?ados y se lo llevaron a la enfermer¨ªa. Pronto trascendi¨® que s¨®lo padec¨ªa conmoci¨®n cerebral. Y se dec¨ªa s¨®lo con alivio -pese a las secuelas que puede acarrear un golpe tan terrible- pues se lleg¨® a temer lo peor.
El toro, un gal¨¢n de 620 kilos -una locomotora lanzaba a revienta-calderas cuando salt¨® a la arena y arroll¨® a El Tato- perdi¨® su pujanza y acab¨® cay¨¦ndose. En esta ocasi¨®n, Pep¨ªn Jim¨¦nez -que hubo de lidiarlo- no sent¨® magisterio. El toro estaba demasiado inv¨¢lido para resistir ning¨²n pase de mediano fuste.
Toda la corrida acus¨® el mismo problema; un mal end¨¦mico en la fiesta cuya erradicaci¨®n no parece interesar a nadie. Ni la autoridad gubernativa, ni la veterinaria, ni los estamentos profesionales del toreo han movido un dedo para eliminar este g¨¦nero in¨²til -fruto de la corruptela- y recuperar el toro en su cabal integridad. Ser¨ªa devolver la dignidad a la fiesta, es evidente; pero ese debe de ser un concepto caduco. La dignidad ha sido sustitu¨ªda por la arrogancia e incluso por la desfachatez.
Cualquier torero saca su arrogancia a relucir y se encara con el p¨²blico en cuanto oye la m¨¢s m¨ªnima protesta. Lo que no hace, en cambio, es torear seg¨²n mandan los c¨¢nones. El Madrile?o desaprovech¨® dos toros nobles, uno de ellos de pastue?a boyant¨ªa. Tomaba a este toro excelente -tercero de la tarde- tan fuera de su vertical y tan al l¨ªmite de la muleta, que l¨®gicamente embarcarlo resultaba imposible, y el toro unas veces derrotaba el enga?o, otras se le ven¨ªa encima. En el quinto repiti¨® estas formas, inconcebibles en un matador de alternativa. Y al oir las protestas que provocaba, su reacci¨®n, consisti¨® en hacer gestos al tendido, como pidiendo explicaciones. El buen toro que dej¨® pasar sin hacerle el toreo, el triunfo que pudo conseguir, quiz¨¢ no los olvide El Madrile?o.
El Tato explay¨® buenas maneras con capote y muleta en el ¨²nico toro que lidi¨®, aunque ten¨ªa la misma tendencia a aliviarse. Por su bien corrigi¨® el defecto faena adelante y pudo sacar una tanda de naturales con cierto ajuste, unida a una amalgama de molinetes y ayudados en perfecta ligaz¨®n, que coronaron toreramente la faena.
Escuela es lo que necesita la joven torer¨ªa. A fin de cuentas, torear no es tan dif¨ªcil. Don Pep¨ªn demostr¨® la verdad axiom¨¢tica del teorema mediante unos someros apuntes en su primer toro, y luego dictando la lecci¨®n magistral en el cuarto: redondos, naturales, pases de pecho, trincherillas, instrumentados desde la naturalidad, tray¨¦ndose al toro toreado para cargarle la suerte, vaciar donde es debido, ligar... Y, al verlo, la c¨¢tedra se ven¨ªa abajo. No llega a estar inv¨¢lido el toro de Don Pep¨ªn, y los, alumnos le llevamos a hombros hasta La Cibeles.
Babelia
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