"?Suerte pa t¨®s!"
Media hora de discusiones se solucionan en papeles de fumar
Si no hay papel de fumar, tampoco hay sorteo. As¨ª de rotundo. Todos los peones de confianza de los matadores lo llevan. Pasadas las doce del mediod¨ªa, uno de ellos se echa mano al bolsillo, saca con cuidado tres papelillos y se los entrega a uno de los empleados de la plaza, que escribe los n¨²meros que le indican. Va a comenzar el sorteo. La suerte est¨¢ echada.Durante toda la feria se ha venido celebrando cada ma?ana un ritual que se conserva en estado puro. Viene precedido del movimiento de las reses por los corrales, cuya intensidad va en funci¨®n del cartel que haya ese d¨ªa. Si van a torear las figuras, han llegado a hacer falta hasta veinte toros para aprobar los seis que se van a lidiar; si la ganader¨ªa es de las consideradas , duras, en apenas un cuarto de hora se salda el reconocimiento.
Todos los toros pasan dos reconocimientos. Uno, el d¨ªa antes de lidiarse, cuando desembarcan en la plaza; el presidente de la corrida les echa un vistazo y rechaza los que no considera dignos de salir al ruedo de Las Ventas. El ganadero entonces va a la finca a por m¨¢s. Al d¨ªa siguiente ser¨¢ el reconocimiento definitivo.
Los toros van pasando de uno en uno a un gran corral donde medio centenar de ojos, observan con atenci¨®n sus movimientos. Cuanto haga el toro interesa. Le provocan arrancadas para detectar posibles defectos. Presidente, veterinarios, ganadero, apoderados y empresario se enzarzan en discusiones cuando el primero rechaza alg¨²n toro.
Quienes se tienen que poner de acuerdo son los peones de confianza de los matadores. No tienen ni voz ni voto hasta que termina el reconocimiento. Van anotando las cualidades y caracter¨ªsticas que aprecian en cada toro para luego sortear.
Se fijan, sobre todo, en c¨®mo se mueve el toro. La experiencia les dice que el comportamiento que mestre el toro al quedarse solo en el corral ser¨¢ muy similar al que tenga posteriormente, en la plaza. El que m¨¢s pronto responda a las provocaciones es el preferido. "?Mira, mira! ?Qu¨¦ galope, qu¨¦ atenci¨®n! Ese toro me tiene que tocar".
La M de manso se la lleva el toro que lo ¨²nico que busca es una puerta para salir. Al m¨¢s peque?o y c¨®modo de cabeza se le anota una V. "V de bonito" aclara quien lo suscribe. De uno gordo y pesadote dicen que es un "zambombo, que puede valer, pero se va a caer enseguida". Tambi¨¦n prejuzgan la mirada de los toros. Les gustan los, que tienen cara de listos: "Los pitones no dan miedo, sino las ideas; se expresan a trav¨¦s de los ojos".
Termina el reconocimiento, y los peones de confianza de los matadores se juntan en una esquina para realizar los lotes: el toro m¨¢s grande, con el m¨¢s peque?o; el m¨¢s feo, con el m¨¢s bonito; el de mejores intenciones, con el de peores; el m¨¢s astifino, con el m¨¢s recogido... As¨ª se van mezclando condiciones y al cabo de media hora de desacuerdos, que acaban con decisiones por eliminaci¨®n -"?Cu¨¢l es el que menos nos gusta? ?El 87? Pues ya tenemos uno"-, los seis toros quedan emparejados de dos en dos: 21 y 64, 6 y 63, 87 y 26.Aparece el papel de fumar. Se anotan los n¨²meros y el papel es plegado concienzudamente para, al final, hacer una bolita. Se introducen en un sombrero cordob¨¦s; otro hace de tapa. Se agitan y un pe¨®n exclama: "?Suerte pa t¨®s!".
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