Una estela sangrienta
La publicaci¨®n en septiembre de 1988 de la novela de Salman Rushdie Los versos sat¨¢nicos estuvo marcada desde un primer momento por una suerte tr¨¢gica que se ha cobrado decenas de vidas. La controversia provocada por un texto que ni siquiera ha sido le¨ªdo por sus principales perseguidores ha causado la muerte de fan¨¢ticos manifestantes, de traductores y editores del texto. Hasta el Vaticano consider¨® oportuno calificar a Rushdie de "blasfemo", pocas semanas despu¨¦s de la condena lanzada por el ayatol¨¢ Jomeini. Nunca una obra de creaci¨®n literaria hab¨ªa provocado una reacci¨®n tan sangrienta en todo el mundo.
Pero lo cierto es que la violencia que ha marcado para siempre a este texto estall¨® incluso antes de que el imam anunciara la fatwa contra el escritor. Dos d¨ªas antes de que as¨ª ocurriera, cinco personas mor¨ªan en Pakist¨¢n en el curso de una manifestaci¨®n contra el libro.
Mientras los pa¨ªses occidentales, liderados por el Reino Unido, reclamaban el levantamiento de la condena, mor¨ªan manifestantes en ciudades tan distantes como Delhi y B¨¦lgica, y bombas incendiarias se estrellaban contra los escaparates de algunas librer¨ªas brit¨¢nicas donde se vend¨ªa la novela de Rushdie.
M¨¢s v¨ªctimas
En junio de 1989, otras ocho personas fallec¨ªan en Teher¨¢n en los Violentos incidentes que se produjeron durante el funeral. de Jomeini. En julio de 1991, el traductor de los versos al japon¨¦s era asesinado a pu?aladas. Todav¨ªa en julio de 1993 otras 40 personas fallec¨ªan en un hotel turco incendiado por extremistas tras la publicaci¨®n por un peri¨®dico liberal de extractos del libro. En septiembre de ese mismo a?o, un disparo an¨®nimo acababa con la vida del editor noruego de Los versos sat¨¢nicos.Rushdie, oculto y, estrechamente vigilado por la polic¨ªa, segu¨ªa desde alg¨²n lugar del Reino Unido el desarrollo de los acontecimientos. Su posici¨®n se hac¨ªa cada vez m¨¢s inc¨®moda. Incluso British Airways se decidi¨® a tomar la cruda decisi¨®n de no aceptarle a bordo de sus aviones tras sufrir varias amenazas de bomba . Lo mismo sucedi¨® despu¨¦s con otras l¨ªneas a¨¦reas.
A las primeras reacciones de condena por el ataque a la libertad de expresi¨®n que supon¨ªa la fatwa le sucedi¨® un cierto rechazo general hacia la v¨ªctima, acaso la sociedad brit¨¢nica estaba pagando un precio demasiado alto por protegerle.
Ahora, transcurridos m¨¢s de seis a?os desde que su sentencia de muerte fuera pronunciada, una especie de fatiga general parece haber enterrado su caso, reavivado de nuevo por la certeza de un pr¨®ximo final feliz. Aunque nadie podr¨¢ limpiar la sangre derramada.
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