Ser concejal ten¨ªa un precio
El esca?o de edil franquista costaba en los sesenta cerca de medio mill¨®n de pesetas
Francisco Abell¨® Brasa, industrial jubilado de 70 a?os, s¨®lo ha tenido un coqueteo con la pol¨ªtica. Fue en 1966 cuando decidi¨® presentarse a concejal por el tercio familiar, representando a Carabanchel, un distrito que seg¨²n el diario Madrid se distingu¨ªa por ser "fuertemente proletario y m¨ªnimamente religioso". El flirteo fue infructuoso: Abell¨® fue derrotado por un pu?ado de votos, la campa?a le cost¨® un pellizco, pero le permiti¨® vivir de cerca la pol¨ªtica de base del franquismo. "Me present¨¦ solito, pero aunque no exist¨ªan partidos, claro que se hac¨ªa pol¨ªtica". La diferencia, seg¨²n cuenta, es que entonces todo se coc¨ªa dentro de "organizaciones como la Falange y los sindicatos".
Hasta el 19 de abril de 1979, fecha en que los primeros 59 concejales elegidos democr¨¢ticamente se sentaron en los bancos del sal¨®n de plenos de la Casa de la Villa, la palabra de los madrile?os apenas si ten¨ªa valor a la hora de. decidir qui¨¦n deb¨ªa gobernar su ciudad.
El alcalde era designado directamente por el jefe de Estado a propuesta del ministro de Gobernaci¨®n, y el resto de los concejales eran elegidos por un intrincado sistema de tercios que representaban los tres pilares del r¨¦gimen: la familia, el sindicato y las organizaciones econ¨®micas.
En 1966, cuando Abell¨® se estrenaba en pol¨ªtica, el Ayuntamiento madrile?o estaba integrado por 36 concejales que con un mandato de seis a?os se renovaban por mitades cada tres. En esa ocasi¨®n, la renovaci¨®n afectaba a seis distritos [Centro, Chamart¨ªn, Buenavista, Retiro-Mediod¨ªa, Arganzuela-Villaverde y Carabanchel] y a 18 concejales, seis por cada estamento. Los representantes del tercio sindical eran elegidos por los propios afiliados al sindicalismo vertical, mientras al tercio de entidades econ¨®micas y profesionales lo eleg¨ªan los miembros de los otros dos tercios. Los madrile?os, por tanto, s¨®lo ten¨ªan algo que decir en la elecci¨®n de los representantes por el tercio familiar. Abell¨® era uno de los aspirantes por este grupo y, seg¨²n confesaba al diario Pueblo, se presentaba "Iimpio de ayudas, sin haber recabado apoyo de especie alguna".
Casi 30 a?os despu¨¦s se reafirma en sus palabras, pero reconoce que contaba con el apoyo importante del sector hostelero. "Yo ten¨ªa una revista de hosteler¨ªa y turismo, El Bar, y era muy conocido y apreciado por ese gremio, as¨ª que no iba del todo desnudo". En su programa "inclu¨ªa motivaciones atractivas como escuelas o vivienda", pero rehusaba hacer muchas promesas.
Coincidiendo con estos comicios, la agencia de noticias Cifra denunci¨® que el alto coste de las campa?as electorales conculcaba el principio de igualdad de oportunidades para acceder a un cargo p¨²blico. Al carecer del respaldo de un partido pol¨ªtico, el sill¨®n de concejal le costaba a cada candidato, seg¨²n esta agencia, entre medio y un mill¨®n de pesetas. Francisco Abell¨®, en una entrevista al diario Pueblo, se quejaba de la injusticia del sistema, pero rebajaba algo dicha cifra. "Hacerse en el Ayuntamiento con la lista del censo de electores cuesta unas 49.000 pesetas. Sobres, cartas y sellos, no menos de 150.000. Murales, pongamos que 15.000 ejemplares, unas 60.000 pesetas; personal empleado en la campa?a, p¨®ngale que 50.000. Folletos, papeletas para votar, etc¨¦tera, otras 50.000. Total, 350.000 pesetas como m¨ªnimo".
Las cuentas de Abell¨® fueron corroboradas por un grupo de candidatos que seg¨²n denunciaron en todos los diarios al pedir al Ayuntamiento dos copias del censo electoral para controlar la, votaci¨®n se encontraron con la sorpresa de tener que pagar 181.000 pesetas para fotocopiar el ejemplar de los seis distritos. El papel era un bien muy preciado por la Delegaci¨®n Provincial de Estad¨ªstica, que cobraba cada fotocopia a 3,50 pesetas.
Pero adem¨¢s de estos gastos siempre hab¨ªa que contar con extras para captar al electorado. Los recursos de Abell¨® dieron para comprar 200 kilos de caramelos y repartirlos a los ni?os, "si hubiera tenido para otra cosa, rosas, por ejemplo, las habr¨ªa repartido tambi¨¦n. Un rival m¨¢s pudiente se gast¨® 50.00 pesetas en varios miles de mu?ecos de trapo representando a un castizo con bigote y bomb¨ªn que reclamaba el voto con la siguiente pancarta: 'Por un Madrid de hoy con las virtudes del Madrid de ayer". "Es que la campa?a era exactamente igual que ahora. No hemos cambiado nada, lo ¨²nico que cambia es la tecnolog¨ªa", afirma Abell¨®. "Exist¨ªa la misma virulencia entre los contrincantes, aunque no nos conoci¨¦ramos. Yo iba a contar con una caravana patrocinada por una autoescuela, pero otro candidato me la quit¨® en el ¨²ltimo momento con no s¨¦ qu¨¦ promesas". As¨ª, la caravana de Abell¨® se limit¨® a la decena de coches de sus amigos.
Cuando lleg¨® el 20 de noviembre, el d¨ªa H seg¨²n este as pirante a concejal, 1.479 colegios abrieron sus puertas en los seis distritos desde las nueve de la ma?ana hasta las cinco de la tarde. El 80% del electorado deposit¨® su voto en alguna de las 860 urnas instalada por el Ayuntamiento, la mayor¨ªa de las cuales hab¨ªan sido utilizadas en las elecciones del 14 de abril de 1931 y, seg¨²n La Hoja del Lunes, a¨²n mostraban Ias huellas de los objetos con que se las forz¨® en otros tiempos". Cada candidato llevaba a sus propios interventores, y Abell¨® qued¨® perplejo al ver la batalla por la papeleta que se libraba en cada colegio. "Los candidatos se torpedeaban continuamente rob¨¢ndose las papeletas de la votaci¨®n. A m¨ª me desaparecieron much¨ªsimas y adem¨¢s, cuando se agotaban, no las repon¨ªan".
El escrutinio trajo consigo la derrota de Francisco Abell¨® y el adi¨®s a su breve carrera pol¨ªtica. "M¨¢s tarde llegaron los partidos con su sabidur¨ªa y no quise luchar contra otros m¨¢s preparados que Yo en el arte de la pol¨ªtica. Vi que mi mundo no era ¨¦se". El concejal derrotado volvi¨® a los negocios y con los a?os cambi¨®. Carabanchel por Moncloa. A los pol¨ªticos s¨®lo les ve de lejos, pero es suficiente para apreciar las virtudes de ?lvarez del Manzano. "Me parece estupendo. Es muy sencillo y ?hasta viste bien!".
A pesar de tanta defensa de la familia y de tan cacareado fervor por madres y esposas, los legisladores franquistas menospreciaron el derecho al voto femenino en las ¨²nicas elecciones que se celebraban durante la dictadura: las municipales.
En 1966, en los comicios por el tercio familiar a los que se present¨® Abell¨®, el n¨²mero de votantes censados en Madrid era de 373.429 sobre una poblaci¨®n que rondaba los tres millones.
La cifra era tan baja porque s¨®lo pod¨ªan votar los cabezas de familia, entre los que, evidentemente, hab¨ªa muy pocas mujeres. La censura existente no impidi¨® la protesta de algunos peri¨®dicos. "?Es que el espa?ol, buen hombre, buen marido, buen padre, va a tener miedo de que su mujer le lleve la contraria en unas sencillas elecciones municipales?", se preguntaba un rotativo.
Mientras la derecha europea ya se hab¨ªa dado cuenta del gran error que supon¨ªa negarles el voto a las mujeres, en Espa?a todav¨ªa se las consideraba menores de edad para expresar sus opiniones pol¨ªticas. Un diario de 1966 recordaba la arenga del mism¨ªsimo De Gaulle en su primera campa?a electoral: "Si tu marido no vota, expresa su parecer por ¨¦l; si piensa como t¨², duplica su voto; si piensa de otra manera, anula su voto con el tuyo". "Hasta las mujeres comunistas le votaron", conclu¨ªa el rotativo.
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