'La gallina ciega', de Max Aub, acta de defunci¨®n de una Espa?a que no fue
Se publica la primera edici¨®n espa?ola del diario del escritor
Lo de Max Aub no fue una vuelta, sino una venida: a Espa?a, en agosto de 1969, con unos cuadernos en blanco, con una grabadora, con una super 8. La intenci¨®n: ver si coincid¨ªan los l¨ªmites de la Espa?a que hab¨ªa dejado al partir al exilio con la que se le presentaba ante sus ojos 30 a?os despu¨¦s. El resultado de aquella dolorosa confrontaci¨®n fue La gallina ciega, su "diario espa?ol", que, por fin, aparece en Espa?a.
La edici¨®n espa?ola (Albia Editorial) se presenta veinticinco a?os despu¨¦s de su publicaci¨®n en M¨¦xico, preparada por el profesor de la Universidad de Valencia Manuel Aznar. La gallina ciega se present¨® ayer en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en un acto en el que intervinieron entre otros, Jaime Salinas, Pedro Altares, Jos¨¦ Mar¨ªa de Quinto y Jos¨¦ Monle¨®n, algunos de los que por aquella ¨¦poca le trataron.Para Jos¨¦ Mar¨ªa de Quinto, que lo visito con frecuencia en M¨¦xico en su casa, Max Aub llev¨® a cabo, en el diario, "un pat¨¦tico descargo de conciencia; aquella Espa?a con la que se encontr¨® no era la que hab¨ªa so?ado, la que hab¨ªa conformado en el recuerdo en tantos a?os de exilio, y el choque le hizo ser, como es comprensible, subjetivo y arbitrario".
"Cuando le¨ª, en un primer momento, La gallina ciega", recuerda ahora Pedro Altares, que entonces dirig¨ªa la revista Cuadernos para el di¨¢logo, "me choc¨® esa visi¨®n acusatoria, esa mirada fiscalizadora de quien llevaba 30 a?os fuera de Espa?a y, sin embargo, le¨ªdo desde la perspectiva actual, a mi me parece que siguen vigentes muchos de sus reproches". El profesor Javier Qui?ones, editor de uno de los vol¨²menes de cuentos aparecido este invierno, piensa que debi¨® ser para Max Aub muy duro superponer la Espa?a que ten¨ªa idealizada, desde el exilio, y la que se le ofrec¨ªa entonces, finales de los a?os sesenta, -"una Espa?a", comenta Jos¨¦ Mar¨ªa de Quinto, "en la que a pesar de todos los pesares, y ¨¦stos eran. muchos, intent¨¢bamos los que aqu¨ª viv¨ªamos salir adelante"-.
El contraste fue brutal y por eso La gallina ciega es un libro "pasionante y pat¨¦tico, te?ido de melancol¨ªa, de asombro, de nostalgia", comenta Javier Qui?ones; un libro, piensa, que "desde esa dignidad republicana con que est¨¢ escrito, y de lo que habla Manuel Aznar en su pr¨®logo, resulta ser el acta de defunci¨®n de una Espa?a, la de la Rep¨²blica, que no pudo ser. Para m¨ª Max Aub, escribiendo este diario tan apasionadamente personal y arbitrario, estaba aceptando, con cierta amargura, desde luego, que aquella Espa?a, la suya, se hab¨ªa perdido".
En este contexto hay que entender muchas de las afirmaciones de Max Aub, su empecinamiento por no reconocer otras realidades, la de una juventud que, 30 a?os despu¨¦s del final de la guerra, intentaba encontrar su puesto al sol, su botella de ox¨ªgeno. "Max ten¨ªa una capacidad tan grande de invenci¨®n", se?ala Jos¨¦ Mar¨ªa de Quinto, quien discute acaloradamente en el diario con ¨¦ste en tomo a realismos y marxismos.
Para todos ellos, La gallina ciega debe leerse como una obra m¨¢s de ficci¨®n, "basada en personajes reales, desde luego", comenta Jaime Salinas, quien lo conoci¨® de ni?o, antes de la guerra, en casa de su padre, Pedro Salinas, y quien lo edit¨®, con Javier Pradera, en Alianza Editorial, y despu¨¦s en Alfaguara, "pero con un componente, muy maxaubiano, por cierto, de ficci¨®n". Una ficci¨®n apoyada en las notas que, incansablemente, Max Aub tomaba, "as¨ª le recuerdo yo", dice De Quinto, "tomando notas todo el rato", aunque ¨¦se no sea el recuedo que guarda Pedro Altares.
Max Aub ten¨ªa un conocimiento muy directo de lo que se hac¨ªa y se escrib¨ªa en Espa?a, y una de sus ¨²ltimas obsesiones, seg¨²n Altares, fue la de preparar para la editorial Cuadernos para el Di¨¢logo una colecci¨®n sobre El pensamiento perdido, que iba a iniciarse con t¨ªtulos de Mar¨ªa Zambrano y Jos¨¦ Gaos. "Max prepar¨® una lista con m¨¢s de 50 t¨ªtulos del pensamiento espa?ol en el exilio", comenta Altares, "pero su muerte trunc¨® ese proyecto que le ten¨ªa muy ilusionado".
Vencido pero no convencido
Todos ¨¦stos, lectores y admiradores de Max Aub, tienen sus p¨¢ginas preferidas o m¨¢s emotivas de La gallina ciega; ¨¦sa, por ejemplo, en la que un Max Aub, vencido, tal vez, por la realidad (vencido que no convencido), llora, una noche madrile?a, apoyado en un ¨¢rbol, la p¨¦rdida de la Espa?a de su recuerdo.Javier Qui?ones, que por edad no lo trat¨®, prefiere resaltar esa imagen de Max Aub, desde el piso 27 de la Torre de Madrid, en la Plaza de Espa?a, en donde se aloj¨®, viendo el Campo del Moro, en la proximidad del Palacio de Oriente, la Casa de Campo, con olor a p¨®lvora y a hero¨ªsmos, y le ve, a su vez, apresando pedazos de esa Espa?a real del desarrollo de los sesenta con su c¨¢mara super 8. Pedazos de esa Espa?a real, no s¨®lo los gigantescos emblemas falangistas -yugo y flechas- de la sede de la Secretar¨ªa General del Movimient¨®, en la calle de Alcal¨¢, que tambi¨¦n film¨®.
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