Sexo mentiras y encuestas
A lo largo de las ¨²ltimas semanas ha corrido bastante tinta sobre el supuesto rev¨¦s de las encuestas electorales a la hora de atinar en sus pron¨®sticos. Esta relativa falta de acierto se viene manteniendo estable desde las ¨²ltimas elecciones legislativas. brit¨¢nicas, pero ha comenzado a afianzarse entre nuestra opini¨®n p¨²blica a ra¨ªz de las elecciones presidenciales francesas y, sobre todo, con motivo de los sondeos de nuestras recientes elecciones locales. El contraste entre el resultado anticipado y el realmente obtenido por cada una de las formaciones puede ser m¨¢s tenue de lo percibido, como acertadamente puso de manifiesto en estas mismas p¨¢ginas mi amigo J. L. Wert. Del mismo modo que, como ¨¦l mismo hace, cabe buscar h¨¢biles racionalizaciones que presenten la derrota de las encuestas m¨¢s como una lectura poco detenida de las mismas que como el resultado de defectos intr¨ªnsecos. Tengo para m¨ª, sin embargo, que cuando una encuesta no acierta no sirven ya los argumentos ex post, porque su funci¨®n es, precisamente, presentar la realidad ex ante. Si los resultados anticipados no se cumplen -por muchas razones que busquemos para explicarlo, casi todas ellas perfectamente v¨¢lidas-, el fracaso de las encuestas ya se ha producido. Su punto d¨¦bil reside en el hecho de que, al final, los ciudadanos pueden hacer algo distinto de lo que hab¨ªan dicho que har¨ªan, ya sea porque fueran poco sinceros o porque de repente les influyera m¨¢s de la cuenta la campa?a electoral u otros acontecimientos de ¨²ltima hora. Las encuestas, el buque insignia de la "cientificidad" de las ciencias sociales, tienen su boca de agua en la mentira o, si se quiere, en la incongruencia entre lo que se dice y se hace (o se hace y se dice).Esta es tambi¨¦n la tesis del astuto bi¨®logo R. C. Lewontin respecto de los libros sobre el comportamiento sexual que recensiona en el New York Review of Books, y que ha provocado un animado debate sobre la capacidad de las ciencias sociales para evaluar la realidad a partir de estudios emp¨ªricos.
Dada la opacidad que rodea a las relaciones sexuales, est¨¢ claro que -salvo en algunas variantes de voyeurismo- no es posible incorporar a un observa dor que tome buena nota de cuanto est¨¢ aconteciendo. No tenemos m¨¢s remedio, pues, que fiarnos de lo que nos dicen sus protagonistas. El problema estriba en que, a pesar de todas las precauciones impuestas por los investigadores, los resultados tienden a ser, cuando menos, chocantes. As¨ª, por ejemplo, en estos estudios americanos, los varones pretenden haber tenido un 75% m¨¢s de parejas sexuales que las mujeres. En otro franc¨¦s bien reciente se llega hasta un n¨²mero cuatro veces superior -?qu¨¦ no saldr¨ªa en otros espa?oles o italianos!- Conclusi¨®n: o hay unas pocas mujeres promiscuas que no paran mientras la mayor¨ªa tiende a ser modosita o, y esto parece lo m¨¢s probable, los hombres mienten como be llacos. Igual que parecen hacerlo los ancianos de entre 80 y 84 a?os, que en un 45% afirman se guir practicando el sexo con al guna pareja. (De ser cierto, puede que el futuro no sea tan malo despu¨¦s de todo). Toda esta serie de estudios se enfrentan, pues, al problema de corregir y cuantificar las desviaciones producidas por los estereotipos culturales u otra serie de mediaciones, como el mismo hecho de que muchas personas no son ni siquiera sinceras consigo mismas. Aparte de su falta de fiabilidad, la acusaci¨®n m¨¢s seria a la que han de responder todas estas estad¨ªsticas es la de su irrelevancia. En esta l¨ªnea, Lewontin nos presenta c¨®mo ser¨ªa un peque?o pasaje del Leviat¨¢n traducido al lenguaje de la moderna ciencia social. Dice: "La condici¨®n del hombre ingl¨¦s de edades entre los 16 y 55 anos, con ingresos menores a 50 libras esterlinas, es una situaci¨®n de guerra del 73,41/o de todos contra el 58 6% restante". Sobran comentarios.
Si traigo estas reflexiones a colaci¨®n, no es con el ¨¢nimo de mofarme de mis colegas emp¨ªricos, y ellos lo saben. Tampoco se me escapa que no es posible equiparar las manifestaciones sobre el comportamiento sexual -habitualmente practicado ¨¢ deux, y cuya verdadera naturaleza queda sin desvelar para ojos extra?os- con el comportamiento electoral o pol¨ªtico, del que al final acabamos por enterarnos todos. La pol¨ªtica democr¨¢tica acontece en el espacio p¨²blico, y la vida sexual, en la intimidad: Aun as¨ª, no puedo renunciar a jugar con la idea de que la predisposici¨®n a la mentira en cuestiones de sexo pueda acabar extendi¨¦ndose a la pol¨ªtica. A nadie se le escapa que se hace un uso p¨²blico de los placeres privados, del mismo modo que las decisiones p¨²blicas -como el voto, por ejemplo- se fraguan en la m¨¢s estricta intimidad. Tampoco hay tanta diferencia entre el sexo y la pol¨ªtica. En ambos casos, las actitudes y pr¨¢cticas se van modelando y estereotipan do por los medios de comunica ci¨®n. Y a m¨ª, al menos, el mis moY¨¦rtigo y alienaci¨®n me produce encontrarme entre el 33,4% que han decidido- abstenerse en las pr¨®ximas elecciones que entre el, digamos, 0,5% de varones no promiscuos. Bastante fragmentado tengo ya mi ego posmoderno como para en cima tener que recoger sus pedazos entre una infinidad de casillas estad¨ªsticas. Por todo ello, no le falta raz¨®n a Baudrillard cuando acusa a nuestra sociedad de masas de haberse convertido en un ser amorfo y pasivo, permanentemente sujeto a encuestas y otras disecciones estad¨ªsticas. El cuerpo social ya no es un agente activo que impone su voluntad a los poderes p¨²blicos o act¨²a seg¨²n las pautas que nos describen los te¨®ricos de la sociedad civil. Se ha reducido a un mero modelo elaborado por las m¨¢s sofisticadas t¨¦cnicas estad¨ªst¨ªcas; s¨®lo se ve representado en porcentajes y dentro de categor¨ªas a las que otros les someten. De esta forma, y por seguir con el autor franc¨¦s, "bombardeadas por est¨ªmulos, mensajes y tests, las masas son simplemente un estrato opaco y ciego, como esos grupos de gas estelar ¨²nicamente accesibles mediante el an¨¢lisis de su espectro de luz". Lejos de ser entonces la representaci¨®n viva y fiel del sentir de la mayor¨ªa, los estudios sociales emp¨ªricos se convierten en su mera simulaci¨®n. Y lo m¨¢s grave es que los mismos afectados, por esa capacidad reflexiva de la ciencia social, acaban interiorizando como propia la imagen que otros, los as¨ª llamados ingenieros sociales, les presentan como real.
En un delicioso librito de los a?os cincuenta, el soci¨®logo M. Young describ¨ªa lo que ser¨ªa el desarrollo futuro de una sociedad meritocr¨¢tica, y fabulaba sobre la existencia, ya en el siglo XXI, de una rebeli¨®n de los tontos y los perezosos frente a la dominaci¨®n del coeficiente de inteligencia y el esfuerzo.
Algo similar podr¨ªa hacerse respecto de las encuestas. Y, total, nada. m¨¢s sencillo. Para propiciar la rebeli¨®n de los encuestados basta con fomentar la mentira al encuestador. Algo similar a lo que hac¨ªamos en los tests de cultura religiosa que nos presentaban en la mili, donde aparec¨ªa un amplio porcentaje de reclutas que sosten¨ªa que Jesucristo hab¨ªa muerto en accidente de tr¨¢fico. ?Se imaginan las consecuencias de la proliferaci¨®n de encuestas no fiables? De entrada, el PSOE perder¨ªa su ¨²nico argumento electoral, ese de "derrotemos a las encuestas". ?O pueden figurarse la angustia del presidente de EE UU teniendo que tomar decisiones sin conocer sus ¨ªndices de popularidad, o la de Carrascal eligiendo sus corbatas sin poder fiarse de sus ¨ªndices de audiencia? Puede que sea el ¨²nico medio que nos queda para despertar a una vida pol¨ªtica y social que parece darse por satisfecha con ese enlatado reflejo que obtiene de s¨ª misma. Me ha gustado la idea. Como buen "cosmopolita dom¨¦stico" (Echeverr¨ªa) que soy, cualquier d¨ªa de ¨¦stos creo un club de encuestados mentirosos y lo lanzo por Internet.
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