No se meta usted en pol¨ªtica
"Haga usted como yo, que no me meto en pol¨ªtica", le dijo Franco a Pem¨¢n, -?fue Pem¨¢n?-, frase que algunos tomaron como agudeza o como expresi¨®n de cinismo a la gallega; siempre cre¨ª que no era nada de eso, lo dec¨ªa de verdad. La pol¨ªtica quema, y quema pronto; el que anda entre cacerolas se escalda antes o despu¨¦s, lo que es pol¨ªticamente compatible con la idea de Andreotti, otro experto en duraci¨®n, de que lo que desgasta no es el poder, sino la oposici¨®n, la ausencia de poder.Para el ejercicio del poder que llamaremos pol¨ªtico hay dos fases obvias: su conquista y su ejercicio. En la conquista se hace de todo, y con gran acercamiento: un golpe de Estado, una cruenta guerra con muchas muertes, una pr¨¢ctica del codazo y la zancadilla, y aun de la traici¨®n, una eliminaci¨®n menos cruenta del competidor entre los de la propia cuerda, dur¨ªsimas batallas en que a veces el juego es m¨¢s bien sucio, antes de concurrir a la batalla electoral, en la que se obtiene el merecido laurel; todo esto requiere inmediatez, contacto con la gente, estar encima de las cosas, no dejar que se escape ni un detalle.
Despu¨¦s, depende, hay pol¨ªticos que, una vez llegados, no reh¨²yen la refriega; los pobres, est¨¢n dispuestos a dar la cara, por lo que dure, sin que les importe el t¨¦rmino de esa duraci¨®n. Cada puesto tiene su af¨¢n, m¨¢s alto o m¨¢s bajo, y no es lo mismo el general de Estado Mayor que el teniente de Infanter¨ªa, pero el pol¨ªtico que quiere durar tiene que distanciarse, ponerse por encima del bien y del mal, sobre todo del mal. Por eso Franco dec¨ªa verdad cuando afirmaba que no se met¨ªa en pol¨ªtica, consegu¨ªa aquello tan gracioso de que "lo que sucede no es su culpa, sino de los que le rodean" en sucesivos c¨ªrculos conc¨¦ntricos; "si ¨¦l supiera lo que pasa no lo tolerar¨ªa".
Estos rasgos se observan en muchos lugares y personas, no vayan a creer que es cuesti¨®n de dictadores; el pol¨ªtico que quiere durar s¨®lo puede hacerlo separ¨¢ndose, trate de ce?irse a las funciones del Estado Mayor y aun de comandante en jefe, pero de modo que se corten los canales ascendentes de responsabilidad. As¨ª era Miterrand, y su sistema institucional, hecho a imagen y semejanza de De Gaulle, se lo permit¨ªa, y ol¨ªmpicos de afici¨®n: los inmortales hacen sus cosas, pero son los mortales los que pagan.
El pol¨ªtico que quiere durar es un experto en rodearse de cabezas cortadas de gente que lo parapeta; la lucha diaria, incluso sucia o muy sucia, tiene sus v¨ªctimas, ¨¦l no se mete en pol¨ªtica, s¨®lo en la "alta pol¨ªtica", los grandes destinos de la patria, o incluso de la superpatria, la patria de las patrias. Pero en democracia esto funciona regular, choca un poco, la democracia es un r¨¦gimen pol¨ªtico de responsabilidades, no de inmortalidades; su esencia es que el elegido responde de lo que hace ¨¦l mismo y los que con ¨¦l colaboran, la responsabilidad pol¨ªtica (no la penal o de otro tipo) confluye. en los elegidos; ni siquiera el elegido entre los elegidos, el superelegido, puede rodearse de un cortafuegos de la responsabilidad pol¨ªtica, que, como la savia, va de abajo arriba, y no se queda entre los pucheros o las cloacas como si se tratara de un gas pesado humillado por la ley de la gravedad.
Por ello, en algunos lugares, para liberarse del pol¨ªtico con vocaci¨®n de eternidad, ponen puertas al tiempo y limitan, tajantes, los mandatos. En otros funciona el sentido mismo de la democracia, no se aferran a la letra de las normas; ya se sabe que "littera occidit, spiritus autem vivificat", el esp¨ªritu de la democracia no casa con una interpretaci¨®n mezquina de la Constituci¨®n porque, en las democracias, se elige a la gente para la batalla, y se cuenta con las bajas, y los muy altos destinos de la patria se salvaguardan por el sistema mismo, mire usted qu¨¦ cosas, no por las taumat¨²rgicas virtudes del elegido, y nadie, por sublime que sea, queda exento de la porquer¨ªa sobre la que puede acabar sentado; la democracia tiene su virtud en la caducidad de los que la sirven y en el cambio, aun a costa de la superestabilidad de los m¨¢s excelsos ciudadanos: hasta Dios tuvo que morir para salvar a la humanidad, qu¨¦ vida ¨¦sta. Y cuando no es as¨ª es el sistema el que padece, vamos, que se deteriora.
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