Comunidad atl¨¢ntica
La seguridad occidental nunca ha sido menos cierta. No por la presi¨®n de amenazas exteriores, sino por la carencia de un modelo al que atenerse. Si el todav¨ªa vigente -la Alianza Atl¨¢ntica- ofrece signos de agotamiento, las alternativas no resultan en absoluto esperanzadoras. ?Cu¨¢les son ¨¦stas?De un lado, una organizaci¨®n m¨¢s pan que europea, desde San Francisco a VIadivostok, resulta excesivamente grande y heterog¨¦nea, en valores, sentimientos, capacidades y recursos para ser eficaz. Incluir la inseguridad no equivale a controlarla mejor, sino, en ocasiones, a socavar la propia seguridad.
De otra parte, la identidad europea de defensa aparece enmara?ada en una red de sedicentes instituciones interdependientes, la complejidad de cuyo organigrama raya en la caricatura. Los recursos escasos se afectan a instituciones diferentes (UEO, OTAN, Eurocuerpo, etc¨¦tera), pero la adscripci¨®n m¨²ltiple no multiplica los efectivos, aunque la variedad de etiquetas colectivas sirva de pretexto a la dejaci¨®n de las respectivas voluntades individuales de defensa. Basta, para comprobarlo, atender a los, salvo en el caso franc¨¦s, declinantes perpetuos de defensa de los diferentes Estados europeos.
Del diagn¨®stico s¨®lo sale bien parada la OTAN, y ello induce a pensar que el modelo futuro de seguridad debe aprovechar la lecci¨®n de su experiencia, si no para repetirla, s¨ª para superarla.
En efecto, la OTAN ha cumplido durante cerca de medio siglo tres tareas capitales: disuadir a un enemigo exterior, mantener un lazo institucional entre los Estados Unidos y Europa, y evitar la renacionalizaci¨®n de las pol¨ªticas de defensa en el Viejo Continente. Las tareas siguen siendo hoy necesarias y, en ocasiones, m¨¢s que nunca tras la reunificaci¨®n alemana y las tendencias al unilateralismo o al aislacionismo en Estados Unidos. Pero, ante todo, porque la seguridad de los aliados no se juega ya tanto en el ¨¢rea delimitada por el art¨ªculo 6 del Tratado de Washington, sino a una escala global. La desaparici¨®n de los bloques; la difusi¨®n del poder econ¨®mico, militar y pol¨ªtico; la emergencia de un mundo, por policr¨¢tico, m¨¢s conflictivo y peligroso, hace que las antiguas amenazas y desaf¨ªos, militares y no militares, a la seguridad planteados fuera de ¨¢rea sean, hoy, los m¨¢s graves.
Si las necesidades que la Alianza satisfizo son las mismas (seguridad exterior, equilibrio interior y solidaridad atl¨¢ntica), su replanteamiento a mayor es cala en Europa y en el mundo entero exige una nueva respuesta institucional. A diferentes es pacios, diferentes organizaciones. Porque el derecho es siempre un fen¨®meno espacial. Una versi¨®n bastante burda de lo di cho consiste, sin m¨¢s, en ampliar la OTAN hacia el Este, sin pro vecho real de nadie y con el grave riesgo de provocar tensiones con Rusia y fomentar su inestabilidad interior.
Pero tambi¨¦n cabe una versi¨®n de m¨¢s calidad y altura. En tal sentido, numerosas voces en Europa y Am¨¦rica se han pronunciado por un replanteamiento e intensificaci¨®n de las relaciones atl¨¢nticas hasta propugnar una comunidad entre los pa¨ªses de Europa y Am¨¦rica del Norte. El secretario de Estado, Christopher, se hizo eco positivo de ello en su visita a Madrid. La propuesta agenda transatl¨¢ntica para el siglo XXI es v¨ªa regia de acceso a tal Comunidad. La seguridad com¨²n, el afianzamiento de las relaciones econ¨®micas hacia una integraci¨®n de ambas riberas del Atl¨¢ntico Norte, la cooperaci¨®n pol¨ªtica global y la presencia americana en Europa, no s¨®lo militar, sino pol¨ªtica, sus jalones principales.
Ahora bien, es evidente que la seguridad com¨²n es incompatible con un antagonismo econ¨®mico. Por ello, si algo fomenta el neoaislacionismo estadounidense es el neoproteccionismo continental, tanto en aqu¨¦l como en este lado del Atl¨¢ntico. De ah¨ª que se abran paso en Europa las tendencias a una mayor integraci¨®n econ¨®mica atl¨¢ntica.
La construcci¨®n europea no es una alternativa al atlantismo, sino, en el mejor de los casos, uno de sus ingredientes. Hay integraci¨®n econ¨®mica y cooperaci¨®n pol¨ªtica porque Europa es una "Comunidad de Paz" y no a la inversa. Y la clave de b¨®veda de esta Comunidad de Paz es la conexi¨®n, la garant¨ªa y el liderazgo americano.
Por todo ello requiere una comunidad de valores cuya reafirmaci¨®n es imprescindible a la propia toma de conciencia de tal comunidad, a la voluntad de mantener su identidad y a. su decisi¨®n de, proyectarla en el mundo. La democracia liberal y todo lo que ella supone de valorizaci¨®n del individuo, de sus comunidades nacionales, del respeto al propio ¨¢mbito de responsabilidad, y otras tantas cosas, m¨¢s all¨¢ de la oferta y la demanda, no se ha demostrado s¨®lo econ¨®mica y t¨¦cnicamente eficiente, sino que es valiosa por s¨ª misma. Y hoy est¨¢ sometida a la misma amenaza: los fundamentalismos.
Y es claro que la comunidad de valores ¨¦ticos puede y debe ser fundamento s¨®lido de una integraci¨®n econ¨®mica y de una comunidad de acci¨®n pol¨ªtica de la que la seguridad com¨²n e incluso, sus instrumentos militares no son sino la consecuencia. Una comunidad de seguridad en la que es ineludible la distribuci¨®n de cargas y de esfuerzos. En la que no puede haber meros consumidores de seguridad, sino en la que todos y cada uno deben aportar.
Cualquiera que sea la decadencia relativa de Occidente, es evidente que una comunidad de este tipo, ahora y en el futuro previsible, podr¨ªa ejercer, para bien de todos, el liderazgo de la comunidad internacional. Garantizando determinados niveles de comportamiento y pudiendo proyectar su fuerza globalmente para asegurar sus valores y sus intereses. Espa?a no puede estar ausent¨¦ de tal empresa. Su presidencia de la Uni¨®n en el semestre que ahora comienza deber¨ªa aprovecharse para abanderar la mayor integraci¨®n econ¨®mica entre las dos riberas del Atl¨¢ntico Norte. Nuestra seguridad es, de suyo, precaria, y con raz¨®n se ha visto en su colectivizaci¨®n europea y en una relaci¨®n, cuanto m¨¢s intensa mejor, con Estados Unidos su mejor garant¨ªa. Pero es claro que ni aqu¨¦lla ni ¨¦sta pueden mantenerse como palos separados, ni ser¨¢n de suyo eficaces si Espa?a no hace, adem¨¢s, un esfuerzo positivo para aportar a la seguridad com¨²n algo m¨¢s que su situaci¨®n geoestrat¨¦gica y los correspondientes apoyos log¨ªsticos. Espa?a puede y debe ser un miembro activo de la comunidad atl¨¢ntica. El civis Atlanticus sum es el meridiano de nuestro propio inter¨¦s nacional.
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