Estilos
Se ve¨ªa venir. Antes o despu¨¦s, el caso GAL ten¨ªa que afectar por fin al propio Gonz¨¢lez personalmente. Y ni siquiera importa que, en este caso, la denuncia sea tan poco digna de confianza, pues por f¨¢cil que resulte rebatir el testimonio acusatorio, lo cierto es que el mal ya est¨¢ hecho, y la imputaci¨®n de culpabilidad formulada contra el presidente ya no puede ser retirada. As¨ª que s¨®lo cabe esperar que sobre esta denuncia lluevan otras, probablemente cada vez m¨¢s graves, aunque quiz¨¢ no menos infundadas.Todo esto ten¨ªa que pasar, por lo que nadie puede llamarse a enga?o, y mucho menos el presidente Gonz¨¢lez, pues fue provocado por su renuncia a ofrecer explicaciones convincientes cuando, a partir de diciembre pasado, se produjo la reapertura del caso GAL. No hubo asunci¨®n de responsabilidades gubernamentales ni ninguna otra respuesta pol¨ªtica. Nadie dijo: "Fui yo, no busqu¨¦is m¨¢s". Y en ausencia de confesiones voluntarias, tampoco hubo identificaci¨®n de los autores intelectuales por parte de la autoridad gubernamental. Por lo tanto, al cegarse la v¨ªa de las responsabilidades pol¨ªticas, s¨®lo qued¨® abierta la de las responsabilidades judiciales, que muy pronto comenz¨® a revelar la presencia de aut¨¦nticas trampas ocultas: y la ¨²ltima de estas trampas hasta la fecha es el se?alamiento p¨²blico del presidente del Gobierno como ¨²ltimo responsable final.
?Por qu¨¦ fue Gonz¨¢lez incapaz en su momento de ofrecer respuesta al clamor de la ciudadan¨ªa que le ped¨ªa cuentas? Una posible explicaci¨®n es la sospechada por la oposici¨®n: que sea efectivamente culpable de haber consentido, o al menos encubierto, la trama GAL; pero a mi me parece algo demasiado simplista. Y a juzgar por la trayectoria del personaje, parece m¨¢s l¨®gico pensar que se trata de una. decisi¨®n ¨¦tica de Gonz¨¢lez, que se niega a delatar en p¨²blico a aquellos de sus hombres, a los que hace responsables, por acci¨®n u omisi¨®n, de cuanto ha pasado. Lo cual supone objetivamente una negativa de auxilio a la justicia (o un encubrimiento casi), pero ¨¦se ha venido siendo desde siempre el estilo del liderazgo de Gonz¨¢lez, que ha preferido considerar a sus hombres antes como compa?eros (con, quienes te solidarizas a las duras y a las maduras) que como subordinados.Es lo que alguna vez he llamado el s¨ªndrome Robin Hood, forjado al comienzo de la transici¨®n cuando Gonz¨¢lez tom¨® el mando como capit¨¢n del grupo de proscritos que se jurament¨® para tomar la Bastilla del franquismo tard¨ªo. La c¨²pula del poder socialista no es una asociaci¨®n contractual sino una fratarnidad comunitaria, donde la ayuda mutua prima sobre,el respeto a la ley. ?Acaso es libre Robin de entregar al sheriff a cualquiera de los suyos que se extralimite? Lo ¨²nico que puede hacer es pedirle que se entregue como un hombre (como sucedi¨® con Solchaga o con Serra). Pero si el infractor se niega a entregarse (o incluso lo que a¨²n es peor: si decide a su vez delatar a sus jefes para poder exculparse), lo ¨²nico que puede hacer Robin Gonz¨¢lez es callar, asumir el coste -pol¨ªtico del silencio y resistir el clamor de la incomprensi¨®n popular.
Por eso, de ser cierta esta reconstrucci¨®n del estilo con que Gonz¨¢lez ha ejercido el mando, lo m¨¢s probable es que tampoco esta vez nos ofrezca en el Parlamento ninguna aut¨¦ntica respuesta pol¨ªtica, m¨¢s all¨¢ de su formal -protesta de inocencia. Si en diciembre, cuando el caso se reabri¨®, se neg¨® a delatar a sus hombres ni aunque fuera para evitar el retroceso socialista, mucho menos podr¨ªa hacerlo ahora, cuando lo que est¨¢ en juego s¨®lo es su salvaci¨®n personal. Podr¨¢ observarse la distancia abismal que separa este estilo de, ejercer el mando con el practicado por Aznar en su resoluci¨®n del caso Ca?ellas. Por eso parece tan temible la perspectiva de que en un pr¨®ximo futuro se le pueda firmar a Aznar un cheque en blanco como el que se le extendi¨® en 1982 a Gonz¨¢lez: pues desgraciadamente, a quien se parece Aznar no es a Robin de los Bosques sino a Juan Sin Tierra.
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