Filosof¨ªa del 'bolo'
Con la llegada del verano el artista entra en un estado de gran excitaci¨®n. Mientras usted, se?ora lectora, descansa de un rudo a?o en la oficina leyendo, tumbada al sol que m¨¢s calienta, esa larga novela, con la que no pudo durante el curso" y usted, skin head de las periferias, diluye el odio al otro en la litrona del descontento, el artista suda pero no baja la guardia. Si el artista es cantante, ah¨ª est¨¢n las plazas, porticadas o no los teatros, romanos o m¨¢s directamente valencianos, las discotecas, a veces macro, siempre con micro, los magnos festivales, en suma, esper¨¢ndole para dar a su voz, un timbre que no s¨®lo es de gloria sino de (vil) metal. Si el artista se dedica alarte de Tal¨ªa, podr¨¢n cerrarle los teatros, pero ¨¦l o ella, en compa?¨ªa de un director, estar¨¢n ahora mismo ensayando esa obra nueva que abre la temporada en septiembre o, comidos por los nervios de los ¨²ltimos ensayos, a punto de estrenar en una capital del norte. Todo artista que se precie est¨¢ en estos momentos haciendo su agosto. A su lado, a veces coincidiendo con ¨¦l en el vuelo o en la carretera otra figura menos sensacional cobra cada vez m¨¢s importancia en el calendario festivo de nuestro veraneo. Es el artista-escritor, el idiota de la familia del espect¨¢culo, el hermano tonto de la m¨¢s circunspecta musa literaria. Este hombre o mujer de la pluma empieza a estar tan solicitado y tiene tantas similitudes formales con el artista musical y esc¨¦nico que ya ha incorporado a su vocabulario de transacciones la palabra m¨¢gica: bolo, en el lenguaje teatral esa representaci¨®n que se hace en provincias, en una gira, y casi siempre por un solo d¨ªa.
Cada verano los periodistas, esos profanadores de lo m¨¢s sagrado, sacan la lista de las galas que van a tener Luz Casal o Los Rodr¨ªguez, el siglo y frecuencia de su contrataci¨®n municipal, el monto del cach¨¦ que van a recibir. Y como no pod¨ªa ser menos, dada la creciente conversi¨®n del escritor en figura del espect¨¢culo, empiezan ya a aparecer en la prensa listas, cotizaciones, clasificaciones y otros particulares de las conferencias en la UIMP, los cursos de verano de la Complutense, leis senunanos en Vigo o Almer¨ªa, las jornadas de estudio en La R¨¢bida o Denia.
En este mundo al que me refiero no hay dos bolos iguales,
como tampoco existen en el teatro, donde cada funci¨®n, los
actores lo saben muy bien, es diferente. Por mucho que el
escritor repita en cada plaza una misma ponencia escrita (y se
cuenta la historia del ilustre poeta que gan¨® una fortuna con
una sola, sobre Cervantes, le¨ªda sin variaci¨®n en cerca de
1.000 foros y descubierto el d¨ªa en que, por olvido, la repiti¨®
en uno de ellos y ante la misma audiencia). El marco y las
circunstancias son irrepetibles. Est¨¢, en primer lugar el factor clim¨¢tico. En invierno se suele.ir m¨¢s a: Logro?o o Murcia, donde acabada la charla y despu¨¦s de una buena cena de platos aut¨®ctonos con los directivos de la Caja de Ahorros correspondiente, el novelista. o la dramaturga han de irse al amargo hotel de su soledad (el conferenciante viaja solo, y el ligue posmesa redonda ya no es lo que era). El televisor de la habitaci¨®n asegura un. esparcinnento, como asegura una mala. noche la pesada digesti¨®n de los embutidos regionales.
Los bolos de verano son m¨¢s vistosos. Es dificil que un simposio sobre Hegel no coincida con la verbena del pueblo cercano, ya veces un descenso en lancha'por el r¨ªo lmd o una zambra han sido programados -como colof¨®n de cursos sobre el calentamiento de la corteza terrestre o la ¨®pera. barroca. Yo vi una vez a dos fenomen¨®logos y a un l¨®gico torear una vaquilla sin bolas en los cuernos al acabar su faena filos¨®fica en el aula, y hasta en la rigurosa sede santanderina de la Men¨¦ndez Pelayo (donde dice la leyenda que es obligatorio pasar lista al alumnado) se cruza la bah¨ªa en un barco danzante, como en el viejo Misisip¨ª, y se ha visto al historiador de la tarde bailar de n¨®che salsa mezclada con alcohol.
?Hay lecciones morales que sacar de todo esto? El que est¨¦ -libre de pecado que tire el primer bolo. Cada vez hay mas p¨²blico en estos cursos, aulas y paraninflos se llenan, y me consta que por mucha bohemia o fanfarria con que se rodee, el actuante, como el actor al salir a la escena de sus bolos, cumple con su funci¨®n y convence, emociona o hace, re¨ªr. Es cierto que. a medida que se ve m¨¢s solicitado el escritor sube el nivel de sus pretensiones. Conozco el caso de un colega que exige para viajar a provincias un seguro de accidentes, y otro que pide una cama de agua en el hotel. Son solicitudes comprensibles en gente neur¨®tica y atormentada. Lo malo ser¨¢ el d¨ªa -y lo veremos- en que el bolo literario alcance el rango de gala. El d¨ªa en que el poeta, antes d e salir a recitar, exija unas botellas de agualmineral de importaci¨®n, unas cortinas en la sala de conferencias a juego con su traje, y un piano de cola en el camerino. Como los Rolling.
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