Entre todas las mujeres (y 6)
Cuando volv¨ªa de la compra era la una y veinte de la tarde. Ya no sal¨ª de mi casa hasta las siete y med¨ªa de la ma?ana, siguiente. Aunque las medidas exteriores del tiempo no explican nunca la duraci¨®n de la felicidad ni del dolor puedo decir con, toda certeza que ¨¦sas fueron las dieciocho horas con diez minutos. m¨¢s felices de mi vida adulta, si bien, no las pas¨¦ todas en estado de vigilia,. Pero incluso cuando me quedaba dormido la felicidad se transmit¨ªa a los sue?os, vividos sue?os en colores muy fuertes especialmente en las ¨²ltimas horas de la noche, cuando ya est¨¢bamos los dos gastados y rendidos y yo no cre¨ªa que nos fuera posible disfrutar m¨¢s y a¨²n alcaz¨¢bamos un ¨¦xtasis m¨¢s largo y m¨¢s dulce, respirando luego despacio el aire fresco del amanecer de verano con la primera claridad por la ventana abierta.As¨ª recuerdo la sucesi¨®n de las horas, seg¨²n el grado de luz o de oscuridad en la ventana de mi dormitorio. ?Penumbra listada y caliente de la siesta, azul rosado del atardecer, con una brisa que agitaba las cortinas mientras cruzaban el aire silbidos de ventejos, noche est¨¢tica de luna llena y negrura azulada de tinta, con un fondo de grillos, con gallos lejanos y rurales antes de que amaneciera!
Pero lo que mas me gusta revivir siempre es el principio, los primeros. instantes en los que todo se decidi¨®, los atrevimientos y los gestos morenos de los que depend¨ªa la posibilidad tan fr¨¢gil de que las cosas llegar¨¢n a suceder. Cu¨¢ntas veces me ha conmovido. despu¨¦s el s¨ªmple hecho de asomarme al cuarto de ba?o el olor a gel y a champ¨², la voz tan grave de Nina Simone, de quien compr¨¦ una cinta enseguida, porque Pilar, al irse, se llev¨® la suya en aquel bolso en el que iba todo su equipaje, sus, cigarrillos Winston, su encendedor desechable, sus gafas de sol, un. l¨¢piz de labios y un peque?a espejo, un paquete de kleenex y pr¨¢cticamente nada m¨¢s, aparte de una camisa m¨ªa, la que le di cuando sali¨® de la ba?era, porque ella no ten¨ªa otra ropa que la que llevaba puesta.
Al entrar en el cuarto de ba?o yo hab¨ªa procurado caballerosamente entregarle la cerveza mir¨¢ndola s¨®lo a los ojos, queriendo hablarle con una ficci¨®n de normalidad que sin duda era desmentida por mi cara y mi voz..
- Me he tra¨ªdo de tu dormitorio el radiocasete -dijo Pilar, -y se incorpor¨® sin precauci¨®n de pudor en el agua espumosa-, ?No te importa?
-Estas en tu casa. Mientras terminas de ba?ar te har¨¦ algo de comer.
Pilar dio un trago de la botella de cerveza y se hundi¨® de nuevo en la espuma. Vi un instante entre sus muslos la sombra del vello movido por los turbiones del agua. Luego le traje una toalla, limpia, y cuando volv¨ªa a marcharme caballerosa y desesperadamente del cuarto de ba?o y me dijo que la ayudara a envolverse en ella, y despu¨¦s me llam¨® desde mi dormitorio para pedirme una camisa y ya no pude resistir. Ten¨ªa la cara todav¨ªa mojada, y el pelo adherido a los p¨®mulos, y en sus ojos hab¨ªa ese brillo que a veces hay en los ojos de las mujeres cuando acaban de salir del agua, y yo abr¨ª el armar¨ªo y escog¨ª la camisa y mientras me volv¨ªa pensaba, ahora o nunca, pero estaba seguro de que ser¨ªa nunca, y sin embargo avanc¨¦ hacia ella, y con: una repentina serenidad, como si estuviera hipnotizado, le solt¨¦ el, nudo de la toalla, le puse las manos en la cintura todav¨ªa h¨²meda, la fui empujando despacio hacia atr¨¢s, hacia el borde de mi cama, y ella se apret¨® contra m¨ª y dijo con una sonrisa de descaro y alivio:
-Ya pensaba que no ibas a decidirte nunca.Todo era f¨¢cil de pronto, pero tambi¨¦n incre¨ªble, al menos para m¨ª, todo flu¨ªa y se encadenaba en una demorada naturalidad de indecencia y ternura. Nos levantamos para comer y enseguida el vino tinto y el apetito saciado nos dieron una somnolencia de siesta. Varias veces nos despertamos esa tarde y nos quedamos dormidos, y ya estaba haci¨¦ndose de noche cuando volv¨ª a levantarme para traer un plato de fruta reci¨¦n lavada que comimos sentados el uno frente al otro en la cama. Pilar se limpi¨® con una servilleta la boca h¨²meda de jugo de mel¨®n y dijo que parec¨ªa que est¨¢bamos de picnic, y me pregunt¨® que pensaba.-Estoy enamorado de ti -dije firmemente-.
Quiero vivir siempre contigo. No podr¨ªa resistir que te fueras. Entiendo, a tu marido, y a ese Rafa, y a todos los que te han querido se han vuelto locos cu¨¢ndo los has dejado. Los entiendo y a la vez te juro que los matar¨ªa por haberse acostado contigo.
Qu¨¦ cosas dices
-Pilar se inclin¨® un poco hacia m¨ª con una mirada de incredulidad o indulgencia y me pas¨® los dedos por la nuca y el nacimiento del pelo, y la excitaci¨®n revivi¨® en toda su plenitud con ese simple gesto- Qu¨¦ mentiras m¨¢s bonitas.
-De mentiras nada
-segu¨ª hablando con la misma, seriedad, ahora incluso con un punto de ultraje- Quiero que seas mi mujer y que no tengas que tratar nunca m¨¢s Pon esa gentuza que ha abusado tanto de ti. Toni Carr¨¢scosa. Es que me da n¨¢useas pensar que has estado con un individuo que s¨¦ llama as¨ª. Esta tarde he descubierto algo. Para ti o para otras personas puede ser una tonter¨ªa, pero a m¨ª me ha cambiado la vida. Es lo siguiente: yo antes pensaba que la realidad era una cosa mas o menos deficien¨ªte, que pod¨ªa tener ratos mejores o peores pero que en conjunto no daba mucho de s¨ª. Las cosas buenas de verdad pasaban en la imaginaci¨®n, en las pel¨ªculas o las novelas. El deseo siempre ira superior a lo que viniera despu¨¦s. Esta tarde me he dado cuenta de que estaba completamente equivocado. Todo el deseo que he sentido por ti desde ayer por la ma?ana no es nada en comparaci¨®n con un solo segundo de lo que he disfrutado esta tarde. Y la imaginaci¨®n es una tonter¨ªa. Yo pensaba que era muy imaginativo, pero tambi¨¦n me equivocaba. Toda mi vida creyendo que imaginaba cosas estupendas, mucho mejores que la realidad y n¨²nca habr¨ªa sido capaz de imaginarme lo que me pasar¨ªa contigo. Hay otra cosa m¨¢s que no te he dicho. Yo tengo un defecto, y es que hasta ayer me volv¨ªan loco pr¨¢cticamente todas las mujeres. Eso es un sinvivir. Est¨¢s con una en un bar y enseguida la comparas con otra que hay en la mesa de al lado. Contigo lo que me pasa es que me gustas m¨¢s que nadie. Si te viera entre, todas las mujeres del mundo te elegir¨ªa sin la menor vacilaci¨®n, y nunca mirar¨ªa a ninguna otra.,, De otras mujeres a lo mejor me gustan mucho la cara o las piernas, pero no el tipo, o la voz, o los pendientes o los zapatos que llevan, o me encanta el car¨¢cter, pero fisicamente no me dicen gran cosa, as¨ª que no hay nada que hacer, para qu¨¦ vamos a enga?arnos. De ti me enloquece todo, hasta me gusta encontrarte en la boca un sabor a tabaco, fijate, y eso que yo no fumo. Me encanta que fumes en la cama. Dime como se llama esa canci¨®n de Nina Simone que te gusta tanto.
-Pero s¨ª ya te lo he dicho muchas veces.
-Anda, una sola vez m¨¢s.
-Don't smoke in bed.
Hab¨ªamos llevado el radiocasete a los pies de la cama. Reb¨®bin¨¦ la cinta y la puse en marcha desde la primera canci¨®n. Iba a decir algo m¨¢s pero Pilar se apret¨® largamente contra m¨ª, me pas¨® por los labios, las yemas de los dedos y me pidi¨® en un susurro que no siguiera hablando.
No creo que hubiera dormido m¨¢s de tres horas cuando a la ma?ana siguiente llegu¨¦ al Ayuntamiento a las ocho en punto, pero sent¨ªa en todo mi cuerpo una ligereza el¨¢stica, y en mi ¨¢nimo una liviana disposici¨®n de optimismo. Ya hab¨ªa sol en los pisos m¨¢s altos de los edificios, pero en las calles perduraba una fragante penumbra matinal y se agitaba en las capas de los ¨¢rboles un esc¨¢ndalo resonante de p¨¢jaros. Yo saludaba a los dem¨¢s funcionarios y fichaba como ellos, pero sub¨ªa con un paso m¨¢s r¨¢pido hacia las oficinas y guardaba dentro de m¨ª como un privilegio el secreto espl¨¦ndido de las dieciocho horas y diez minutos que hab¨ªa pasado en mi casa con Pilar.
Hab¨ªa temido encontrarme un oficio amenazador de Personal pidi¨¦ndome cuentas por la ausencia del d¨ªa anterior. Pero nadie parec¨ªa haber reparado en ella. Cumpliment¨¦ los papeles de Registro s¨ªlbando Don't smoke in bed, sentado cerca de una ventana abierta, laborioso y feliz. Entonces record¨¦ de pronto que deb¨ªa llamar por tel¨¦fono a Marce para decirle que no viniera el fin de semana y para explicarle con toda franqueza lo que me hab¨ªa sucedido con Pilar y me agobi¨® una mezcla de culpabilidad y des¨¢nimo que, tal vez no era m¨¢s que un disfraz no demasiado indigno para la pura cobard¨ªa.
Me dije que era muy pronto, que al menos hasta una hora despu¨¦s ¨¦se problema no exist¨ªa. Antes de dormirnos Pilar y yo hab¨ªamos acordado que en unas semanas yo dejar¨ªa el trabajo y nos ir¨ªamos juntos a T¨¢nger, donde la vida era excitante y barata y ella ten¨ªa la posibilidad de que la contrataran como cantante en la orquesta de un hotel de lujo.
?Y si aquel individuo con nombre de macarra o de narcotraficante paname?o nos encontraba? Antes de las nueve son¨® mi tel¨¦fono. Tem¨ª irracionalmente que fuera Marce, que lo hubiera descubierto todo, me dispuse instintivamente a negar y a mentir. Era Pilar. Quer¨ªa que nos vi¨¦ramos enseguida. Le ped¨ª que esperara hasta las nueve y media, por no , arriesgarme otra vez a una sanci¨®n. Quedamos en un bar al que yo sab¨ªa que no iba mucha gente, en uno de los callejones que hay por detr¨¢s del Ayuntamiento. Antes fui al banco y retir¨¦ todo mi dinero, unas noventa mil pesetas, todo lo que hab¨ªa podido ahorrar en casi un a?o de trabajo. Guard¨¦ los fajos en un soporte con membrete del Ayuntamiento y fui en busca de Pilar, que ya estaba esper¨¢ndome, con el pelo todav¨ªa h¨²medo de la ducha, con un olor limpio y fresco a gel. Mirarla me hizo tanta sensaci¨®n como si hubiera pasado varias semanas y no un par de horas lejos de ella. Me sent¨¦ frente a ella y cuando nuestras rodillas se encontraron el deseo desvaneci¨® todas las incertidumbres de mi cobard¨ªa. Pero al fijarme con m¨¢s cuidado en sus ojos me di cuenta de que hab¨ªa venido para despedirse de m¨ª. Dijo simplemente que lo hab¨ªa pensado bien y que se iba sola, que no ten¨ªa derecho a complicarme a m¨ª en el. desastre de su vida.
-Lo que pasa es que no te gusto mucho -dije tristemente-. Que te he hecho disfrutar mucho menos que t¨² a m¨ª.
-?Tan ciego est¨¢s como para decir eso? -por primera vez parec¨ªa ofendida conmigo- ?Ya no te acuerdas de las cosas que me has hecho decirte?
-T¨² no est¨¢s enamorada de m¨ª no hab¨ªa sentido una congoja igual desde que ten¨ªa quince a?os-. Eso es lo que te ocurre. Todo lo dem¨¢s es palabrer¨ªa.
-Pero me gustar¨ªa estarlo -la mordedura del dolor fue tremenda: as¨ª que ella misma dec¨ªa que no estaba enamorada- Hay una canci¨®n que a m¨ª me gusta y que lo explica todo: "Si yo tuviera un coraz¨®n...".
-No me hables de canciones -yo estaba ignominiosamente a punto de llorar, delante del camarero que nos serv¨ªa los caf¨¦s- No dicen m¨¢s que tonter¨ªas.
Pilar se encogi¨® de hombros y se puso de pie. Iba a irse, y se iba a ir justo en ese momento, no al cabo de unos minutos o de una hora. Le ped¨ª que volviera a sentarse. No pod¨ªa imaginar c¨®mo ser¨ªa mi vida cuando no me miraran nunca m¨¢s aquellos ojos. Le tend¨ª el sobre, y al palparlo supo lo que era, e hizo un gesto de rechazo que yo me negu¨¦ a aceptar.
-Es el dinero de la subvenci¨®n -le dije- He movido influencias para que te lo concedieran a fondo perdido. No tienes que justificarlo. Eso se llama "Fomento de actividades culturales" Pero frente a sus ojos tan claros yo no ten¨ªa la. menor posibilidad de que me fuese cre¨ªda una mentira ,Guard¨® el sobre en el bolso, y luego el tabaco y el mechero, las gafas de sol, la barra de carm¨ªn y el espejo que acababa de usar, el ¨²nico equipaje que yo le conoc¨ª. Nos pusimos los dos formalmente de pie, y yo pens¨¦ que la despedida nos paralizar¨ªa, pero me adelant¨¦ hacia ella y la estrech¨¦ contra m¨ª y la bes¨¦ en la boca hasta quedarme sin aliento. Antes de irse me limpi¨® el carm¨ªn con aquel gesto suyo de las yemas de los dedos. Volv¨ª a sentarme, beb¨ª un sorbo de caf¨¦ con leche, levant¨¦ los ojos y Pilar ya no estaba en el caf¨¦..
Me prometi¨® que me escribir¨ªa desde Tanger, que me devolver¨ªa el dinero en cuanto pudiera. Se acabaron las ma?anas maravillosas de agosto, terminaron las vacaciones de los jefes y Pilar no me hab¨ªa escrito a¨²n. Yo buscaba con pavor en las p¨¢ginas de sucesos alguna noticia que aludiera a ella o al impresentable g¨¢nster y proxeneta Ton Carrascosa.
A Marce no le dije nada, rompiendo as¨ª el pacto de cont¨¢rnoslo todo que hab¨ªamos formulado cuando decidimos irnos a vivir juntos: Con el paso del tiempo, a medida que se me suavizaba el dolor de haber perdido a Pilar, pens¨¦ que esa experiencia, a pesar de todo, me hab¨ªa ense?ado muchas cosas, y que tal vez s¨®lo despu¨¦s de haberla vivido me encontraba de verdad en el camino de esa maduraci¨®n de mi car¨¢cter que Marce tanto hab¨ªa echado siempre en falta.Pero ayer ocurri¨® algo. Estaba yo sentado en la parte de la mesa que corresponde al negociado de Fiestas, encogido opresivamente entre do?a Flori, la subjefa de Varios, y la opresiva Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n, y don Cecilio Nombela, que escrib¨ªa a m¨¢quina de pie, en la repisa de la ventana, se volvi¨® hacia el mostrador, se baj¨® las gafas hasta la punta de la nariz y me dijo-Mateo, h¨¢game usted el favor de atender a esa se?orita.Me emocion¨¦ nada m¨¢s mirarla. Le pregunt¨¦ que en qu¨¦ pod¨ªa servirla y me dijo que estaba buscando un calendario de las actividades culturales de la ciudad. Era rubia, con el pelo muy largo, con un traje. de, chaqueta entallado, medias oscuras y tacones, y llevaba una de esas carteras negras que suelen usar los ejecutivos. Me dijo que trabajaba en una oficina de congresos y actividades tur¨ªsticas: me mostr¨¦ enseguida de acuerdo en que nuestra informaci¨®n cultural pod¨ªa interesar mucho a sus potenciales clientes, pero lament¨¦ no poder facilit¨¢rsela justo en ese momento. Le suger¨ª, no sin astucia, que volviera esta ma?ana, a las once, porque a esa hora don Cecilio, do?a Flori y Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n tienen que asistir providencialmente a una asamblea de funcionarios de la que estamos excluidos los interinos. Ahora mismo la estoy esperando, yo solo en el negociado, sentado en el sill¨®n giratorio de don Cecilio, contando con avidez los pocos minutos para que den las once. Qui¨¦n sabe si entre todas las mujeres del mundo no ser¨¢ de verdad esta rubia la mujer de mi vida
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