El apocalipsis que vino del cielo

Tras presenciar en el desierto de Nuevo M¨¦xico el ¨¦xito de la prueba & la primera bomba at¨®mica, el general de brigada Thomas F.Farrell mand¨® llamar a su inmediato superior, el general, de divisi¨®n Leslie R. Groves. Groves era director del proyecto ultrasecreto Manhattan, que se hab¨ªa organizado para intentar construir. una bomba de esta clase. "Cuando Farrell se present¨® ante m¨ª", recuerda Groves, "sus primeras palabras fueron: 'La guerra ha terminado'. Yo le respond¨ª: S¨ª, cuando hayamos lanzado dos bombas sobre Jap¨®n". Esto ocurr¨ªa en la ma?ana del 16 de julio de1945 y 30 d¨ªas despu¨¦s, ambas afirmaciones eran hist¨®ricas.El presidente Harry Truman se enter¨® de la prueba de la bomba en Potsdam, donde estaba reunido con Winston Churchill y Joseph Stalin, l¨ªderes de las naciones aliadas con EE UU para derrotar a la Alemania nazi. Lamoticia promet¨ªa solucionar en un instante dos de los problemas m¨¢s urgentes de Truman en el Pac¨ªfico: la orden de una invasi¨®n territorial de Jap¨®n, con un elevado coste humano y cuyo inicio estaba programado para el de noviembre, y la necesidad de hacer concesiones a Stalin para garantizar la intervenci¨®n militar sovi¨¦tica que ayudase a acelerar la derrota de Jap¨®n. La bomba- at¨®mica hac¨ªa esperar que ninguna de las opciones fuese necesaria. Truman escribi¨® en su diario: "Es algo definitivamente bueno para el mundo el que los s¨²bditos de Hitler o Stalin no descubriesen esta bomba at¨®mica. Parece ser lo m¨¢s terrible que se haya descubierto nunca, pero se le puede sacar el m¨¢ximo provecho".

La cuesti¨®n de c¨®mo suministrar y lanzar bombas at¨®micas en suelo nip¨®n hab¨ªa sido concienzudamente estudiada en las altas esferas del Gobierno norteamericano mucho antes de la prueba de Nuevo M¨¦xico. En septiembre de 1944, se hab¨ªa formado una unidad especial de las fuerzas a¨¦reas, al mando del teniente coronel Paul W. Tibbets, a quien muchos considera ban el mejor piloto militar de bombarderos.

En Tinian, una isla de 100 kil¨®metros cuadrados en las Marianas, a unos 2.400 kil¨®metros al sur de Jap¨®n, fuerzas de EE UU hab¨ªan construido el mayor aeropuerto del mundo, incluidas cuatro pistas de aterrizaje paralelas de 2.590 metros de longitud. En junio, miembros de la 509 unidad empezaron a llegar a Tinian y el 26 de julio, llegaron las piezas de Littie Boy, la bomba compuesta de uranio que estaba previsto la lanzar en primer lugar. Aquel mismo d¨ªa, EE UU, Gran Breta?a y China, los tres pa¨ªses en guerra con Jap¨®n, firmaron la declaraci¨®n de Potsdam. Su lenguaje era categ¨®rico: A continuaci¨®n se exponen nuestras condiciones. No nos desviaremos d¨¦ ellas. No hay alternativas. No permitiremos ning¨²n retraso". -Conclu¨ªa as¨ª: "Solicitamos. al Gobierno de Jap¨®n que proclame inmediatamente la rendici¨®n incondicional de todas las Fuerzas Armadas japonesas... La alternativa es la destrucci¨®n inmediata y total". S¨®lo aquellos que hab¨ªan visto la -bomba at¨®mica o hab¨ªan o¨ªdo hablar de ella, incluidos Truman y ChurchilI, pod¨ªan entender cual era el aut¨¦ntico significado de las ¨²ltimas palabras.

El texto de Potsdam lleg¨® a Tokio la ma?ana del 27 de julio y fue debatido durante la mayor parte del d¨ªa por los l¨ªderes japoneses. Algunos vieron una posibilidad de que la naci¨®n salvase las apariencias por el hecho de que la exigencia de, "rendici¨®n incondicional" se refer¨ªa espec¨ªficamente a las Fuerzas Armadas japonesas y no hac¨ªa menci¨®n del emperador Hirohito. Al final, los consejeros militares hicieron prevalecer su opini¨®n de que la declaraci¨®n de Potsdam deb¨ªa ser rechazada para mantener la moral de las fuerzas y de los civiles japoneses asediados. La tarde siguiente, el primer ministro nip¨®n, Kantaro Suzuki celebr¨® una conferencia de prensa en Tokio en la que declar¨® que su Gobierno ten¨ªa previsto ignorar la Declaraci¨®n y que "luchar¨ªa decididamente por un final victorioso de la guerra". El 30 de julio, el an¨¢lisis de la declaraci¨®n de Suzuk¨ª hab¨ªa convencido a Washington de que Jap¨®n no se rendir¨ªa bajo las condiciones de Potsdam. El secretario de Guerra, Henry L. Stinison, envi¨® un cable al presidente Truman, en el que le ped¨ªa una ratificaci¨®n final de la orden de lanzar la bomba at¨®mica. Truman escribi¨® a mano una respuesta para su posterior transmisi¨®n: "Sugerencia aceptada. Lanzar cuando est¨¦ preparada".

El mal tiempo -un tif¨®n se acercaba a Jap¨®n el 1 de agosto- ¨²nicamente consigui¨® retrasar lo que ya era inevitable. El cielo se fue despejando gradualmente. La tarde del 5 de agosto, en Tinian, Little-Boy era colocado con un torno "en el compartimento de bombas especialmente modificado de u7i B-29 que Tibbets ,bautizar¨ªa -en honor a los nombres de, pila de su madre- como Enola Gay. La bomba de 4.400 kilos que los med¨ªa 3 metros de longitud y 0,7 metros de di¨¢metro. Despu¨¦s de una sesi¨®n informativa a medianoche los miembros de la tripulaci¨®n de los siete aviones B-29 a los que se hab¨ªa asignado llevar a cabo la misi¨®n desayunaron y, a con tin¨²aci¨®n, se dirigieron en cami¨®n a sus puestos. El Enola Gay, pilotado por Tibbets, rugi¨® por la pista de despegue y cogi¨® la velocidad necesaria para ele var en el aire sus 65 toneladas de peso. Despeg¨® a las 2.45, hora local de Tinian. Tibbets no con t¨® a los 11 miembros de la tripulaci¨®n que transportaban una nueva clase de bomba hasta que iban camino del objetivo.El lunes 6 de agosto, el d¨ªa amaneci¨® despejado, caluroso y h¨²medo en Hiroshima, una ciudad en la costa suroeste de la principal isla japonesa de Honshu. En 1942, hab¨ªa una poblaci¨®n de 420.000 habitantes pero, aquella ma?ana de verano, las evacuaciones- hab¨ªan reducido esa cifra hasta los aproximadamente 280.000 civiles, 43.000 miembros de personal militar y 20.000 trabajadores forzosos y voluntarios coreanos.A las 7.09 horas son¨® una alarma de ataque a¨¦reo -el radar-hab¨ªa percibido el acercamiento del avi¨®n meteorol¨®gico del grupo 509-; a continuaci¨®n, cuando todo estaba tranquilo, despeg¨® el B-29. Puede que el vuelo aparentemente inofensivo del primer avi¨®n tranquilizase a los controladores de defensa civil de la ciudad. En cualquier caso, justo antes de las 8.15, se pudo ver y o¨ªr a tres B-29 -el Enola Gay y dos aviones escolta que sobrevolaban Hiroshima a unos 9.500 metros de altura. Ninguna alarma son¨® a tiempo. El locutor de radio de servicio fue informado de que se hab¨ªan divisado tres aviones enemigos, pero se detuvo moment¨¢neamente para comprobar sus anotaciones en lugar de coger inmediatamente el micr¨®fono. "El mando militar informa que tres aviones, enem¨ªgos...". Nunca termin¨®.Little Boy, que hab¨ªa sido lanzada a las 8.15.30, explot¨® 43 segundos despu¨¦s a 590 metros sobre Hiroshima, produjo un cegador resplandor blanco azulado y, durante una fracci¨®n de segundo, un calor infernal. Las temperaturas alrededor del hipocentro, el punto terrestre inmediatamente debajo de la explosi¨®n, se dispararon hasta alcanzar cifras que oscilaban entre los 3.000 y los 4.000 grados; en un radio de un kilom¨¦tro y medio, las superficies de los objetos alcanzaron instant¨¢neamente m¨¢s de 540 grados. Los que quedaron atrapados en medio de este torbellino tuvieron suerte. Murieron instant¨¢neamente, vaporizados en bocanadas de humo o carbonizados hasta convertirse en peque?os, ennegrecidos y humeantes cad¨¢veres momificados en el ¨²ltimo gesto de su vida.A la gente que estaba m¨¢s lejos de la fuente abrasadora le aguardaban mayores agon¨ªas. El intenso- calor derriti¨® los. globos oculares de algunos que se hab¨ªan quedado mirando at¨®nitos la explosi¨®n; les quem¨® los rasgos faciales y les abras¨® la piel de todo el cuerpo, reducida a tiras que se des prend¨ªan y quedaban colgando. Los primeros supervivientes que salieron del infierno en que se hab¨ªa convertido el centro de Hiroshimia caminaban como aut¨®matas,con los brazos extendidos hacia delante y las manos colgando. En estado de choque, trataban instintivamente de evitar que su piel quemada tocase nada, incluido su cuerpo. Se dirig¨ªan dando traspi¨¦s a las orillas del r¨ªo y algunos gritaban: "?Agua, agua!"; la temperatura y las heridas les hab¨ªan dejado gravemente deshidratados."Aparecieron grandes moscas negras que intentaban poner huevos en la carne humana" dice uno de los supervivientes, Michiko Watanabe, que ahora tiene 65 a?os. "Los heridos esta ban tan d¨¦biles que no pod¨ªan espantar a las moscas que les anidaban en las manos y en el cuello. Algunos estaban negros por la capa de moscas que les cubr¨ªa". Hasta la naturaleza enloqueci¨® por la violencia. Los torbellinos soplaban con fuerza por la ciudad. El fuego saltaba los r¨ªos sin dificultad. Gotas de agua os cura del tama?o de canicas -despu¨¦s llamada lluvia negra- se condensaron a partir del desmedido humo de la explosi¨®n y cayeron sobre la tierra. Tras el calor t¨¦rmico lleg¨® la onda de choque, que se expandi¨® desde el centro de la explosi¨®n a una velocidad inicial de 3,2 kil¨®metros por segundo. Al liberar el equivalente a 12,5 kilotones de TNT, Little Boy aplast¨® Hiroshiina de golpe; s¨®lo 6.000 de los 176.000 edificios de la ciudad quedaron intactos. Pr¨¢cticamente todas las ventanas y espejos de Hiroshima se hicieron a?icos y los trozos de cristal sal¨ªan disparados contra el cuerpo de quien estuviera cerca.Personas atrapadas entre los escombros en el interior del edificios en llamas gritaban pidiendo auxilio; pocos las o¨ªan y todav¨ªa menos se encontraban en condiciones de evitar que se quemaran vivas. Se calcula que aquel primer d¨ªa murieron 100.000 personas, y el n¨²mero de v¨ªctimas ascendi¨® a 140.000 al final del a?o.El mundo exterior se enter¨® de la bomba de Hiroshima -pero no de sus espantosos efectos- por un sucinto comunicado de la Casa Blanca aprobado por el presidente Truman. La gran noticia se reserv¨® para el principio del, tercer p¨¢rrafo: "Es una bomba at¨®mica. Es un aprovechamiento de la fuerza b¨¢sica del universo. La fuerza de la que el sol extrae su poder ha sido contra quienes llevaron "la guerra a Extremo Oriente". Esta fue la primera declaraci¨®n -p¨²blica que dio a conocer la existencia de las armas nucleares. La radio japonesa ofreci¨® a sus ciudadanos una informaci¨®n mucho m¨¢s provisional, que presumiblemente fue escuchada por pocos en Hiroshima: "Hiroshima ha sufrido da?os considerables como consecuencia del ataque de unos cuantos B-29. Al parecer, nuestros enemigos han utilizado un nuevo tipo de bomba. Se est¨¢n investigando los detalles".En realidad, Tokio inicialmente no sab¨ªa casi nada de lo que hab¨ªa pasado en Hiroshima. Como el general George Marshall se?al¨® despu¨¦s,"lo que no tuvimos en cuenta fue que la destrucci¨®n ser¨ªa tan absoluta que tendr¨ªa que transcurrir un tiempo apreciable para que los verdaderos datos del acontecimiento llegasen a Tokio". Ya que las primeras informaciones parec¨ªan inveros¨ªmiles, algunos l¨ªderes nipones se empe?aban desesperadamente en no creerlas. Otros decidieron. que incluso en caso de, que el comunicado de Truman fuese cierto, Jap¨®n deb¨ªa continuar luchando. "Estoy convencido", dijo el ministro de la Guerra, Korechika Anami, a sus colegas, "de que al fin y al cabo, los norteamericanos s¨®lo ten¨ªan una bomba".

Esta respuesta hab¨ªa sido prevista por el general Groves que durante todo el proceso hab¨ªa dicho a los supervisores civiles del proyecto Manhattan que ser¨ªan necesarias por lo menos dos bombas at¨®micas para conseguir la rendici¨®n japonesa: la primera para demostrar el terrible poder destructor de un arma nuclear y la segunda para convencer al Ej¨¦rcito japon¨¦s de que hab¨ªa m¨¢s de una.El 8 de agosto, Fat Man -una bomba bulbosa de 3,5 metros de longitud y 1,5 metros de di¨¢metro, con un peso de 4.500 kilos, fue cargada en otro de los B-29 de Tinian. ELavi¨®n y sus escoltas despegaron a las 3.47 horas de la. ma?ana siguiente, rumbo a Kokura, una ciudad que conten¨ªa un importante arse.nal de armas, situada en la costa norte de la isla de Kyushu. Al encontrar el objetivo oscurecido por las nubes y ante la escasez de combustible en el avi¨®n de ataque, el comandante Charles W. Sweeney decidi¨® sobrevolar el objetivo alternativo.

As¨ª entr¨® en la historia Nagasaki, una idea tard¨ªa en el d¨ªa de su tragedia y desde entonces, una nota a pie de p¨¢gina: la segunda ciudad Atacada con una bomba at¨®mica. Fat Man explot¨® a 500 metros sobre la ciudad de 240.000 habitantes en la costa occidental de Kyushu a las 11.02 de la ma?ana del 9 de agosto. Fue una repetici¨®n de los horrores de Hiroshima: resplandor, calor, onda expansiva, radiaci¨®n; sombras permanentes plasmadas por el brillo de la bomba; gente sedienta y mortalmente herida saliendo del humo y el polvo y dejando tras s¨ª tiras de piel.

Fat Man solt¨® el equivalente de 22 kilotones de TNT, casi el doble de la potencia de Little Boy. En Hiroshima los ¨¢rboles cayeron; en Nagasaki se partieron por la mitad. La devastaci¨®n de Nagasaki qued¨® limitada hasta cierto punto por su topograf¨ªa: desde el puerto, la ciudad se extend¨ªa hacia el norte por dos valles, separados por colinas empinadas. La bomba estall¨® sobre el noroccidental valle de Urakami y los da?os m¨¢s graves quedaron limitados a esta zona. No obstante, la destrucci¨®n fue infernal. Alrededor de 74.000 personas murieron instant¨¢neamente. El Consejo Supremo de Guerra de Jap¨®n estaba reunido en el momento en que se arroj¨® la bomba sobre Nagasaki. Un militar entr¨® en la reuni¨®n y avis¨® del desastre. La noticia era suficientemente mala, pero s¨®lo era una m¨¢s en el desolador orden del d¨ªa, que comenzaba con el anuncio recibido en Tokio la noche anterior de que la Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªa declarado la guerra a Jap¨®n repentina e inesperadamente. Ya el 9 de agosto por la ma?ana, parte de las tropas sovi¨¦ticas, que se calculaba que estaban compuestas por 1.600.000 soldados, hab¨ªan atacado Manchuria, que estaba en poder de los japoneses.

Como ven¨ªa sucediendo desde mayo, se produjo un empate entre los seis miembros del Consejo Supremo respecto a la cuesti¨®n de si acabar la guerra y c¨®mo hacerlo. Un grupo compuesto por tres de ellos, encabezado por el primer ministro Suzuki, al que se unieron el ministro de Exteriores, Shigenori Togo, y el ministro de la Armada, Mitsumasa Yonai, estaba a favor de que se negociara la paz en las condiciones m¨¢s favorables dentro de lo que todav¨ªa fuera posible. El otro grupo, dirigido por el ministro de la Guerra sosten¨ªa que Jap¨®n ten¨ªa que seguir luchando. Al final, Suzuki dijo que iba a convocar una Conferencia Imperial para que el Consejo Supremo compareciese ante el emperador Hirohito.La habitaci¨®n de 5,5 metros por nueve del refugio antia¨¦reo imperial estaba pr¨¢cticamente sin ventilaci¨®n y la atm¨®sfera era agobiante cuando el emperador -lleg¨® en el momento de comenzar la reuni¨®n y tom¨® asiento en un peque?o estrado. A los dirigentes all¨ª reunidos, encabezados por los seis grandes del Consejo Supremo, como se les llamaba, se1es ley¨® de- nuevo la Declaraci¨®n de Potsdam y a continuaci¨®n comenzaron a discutir sobre la posible respuesta a las condiciones que impon¨ªa. Un plan defendido por Suzuki y Togo propon¨ªa que se aceptaran las exigencias de Potsdam con la ¨²nica, condici¨®n de que Hirohito y la dinast¨ªa imperial permanecieran en Jap¨®n. Las m¨¢s de dos horas de discusi¨®n s¨®lo sirvieron para que quedara a¨²n m¨¢s patente el abismo insalvable que separaba a pacifistas y militaristas. Entonces fue cuando Kiichiro Hiranuma, presidente del Consejo Privado, propuso que se consultara al emperador. Todos se quedaron callados. Pedir al emperador, que los japoneses cre¨ªan que gobernaba "desde m¨¢s all¨¢ de las nubes", que determinara el curso de a pol¨ªtica terrena era algo sin precedentes. Hirohito no pareci¨® sorprenderse en absoluto y empez¨® a hablar lentamente para que todo el mundo en la sala pudiera o¨ªr y comprender sus pala bras. Dijo que hab¨ªa llegado el momento de aceptar las condiciones fijadas en Postdam por las fuerzas que se hab¨ªan dispuesto contra ellos. "He pensado seria mente sobre la situaci¨®n que do mina en el interior y el exterior y he llegado a la conclusi¨®n de que continuar con la guerra significa destrucci¨®n para la naci¨®n y una prolongaci¨®n del derramamiento de sangre y la crueldad en el mundo". Algunos de los asisten tes comenzaron a llorar. "Ha llegado el momento", continu¨®, "de soportar lo insoportable. Me trago las l¨¢grimas y sanciono la propuesta de que se acepte la proclamaci¨®n de los Aliados en la forma esbozada por el primer ministro".A¨²n hicieron falta otros cuatro d¨ªas de combate y delicadas negociaciones para que todas las partes se pusieran de acuerdo. Los bombardeos convencionales sobre Jap¨®n prosiguieron, aunque no los nucleares. Se calcula que m¨¢s de 15.000 personas murieron como consecuencia de las incursiones a¨¦reas durante esta ¨²ltima convulsi¨®n. Final mente, el 15 de Agosto a las 12 de la ma?ana, hora ja ponesa, . se emiti¨® en todo Jap¨®n un mensaje grabado de Hirohito. Los ciudadanos se reun¨ªan alrededor de los altavoces p¨²blicos con la cabeza agachada en una reverencia. Nunca hab¨ªan o¨ªdo la voz del emperador, que les comunicaba as¨ª la derrota: "La situaci¨®n de la guerra se ha desarrollado de forma no necesariamente ventajosa para Jap¨®n, al mismo tiempo que la tendencia general del mundo se ha vuelto contra sus intereses. Adem¨¢s, el enemigo ha comenzado a emplear una bomba nueva y enormemente cruel cuya capacidad de provocar da?os resulta incalculable y que se cobra el tributo de numerosas vidas inocentes".

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