M¨¢scara Azteca y el Doctor Niebla (5)
(Despu¨¦s del golpe)
El origen de M¨¢scara Azteca, por lo menos su origen p¨²blico, puede ubiarse sin lugar a dudas en el asalto que realiz¨® en abril de 2002 al Museo de Antropolog¨ªa con el consiguiente robo de la m¨¢scara de jade que le dio su nombre y con la que se retrat¨® desnudo tras perpetrar el asalto.La polaroid, que mostraba a un hombre flaco, cuyo vello p¨²bico ten¨ªa cartas, cubierto por la m¨¢scara de jade y con una 45 en la mano derecha, dio la vuelta al mundo reproducida en televisiones y diarios. En la foto no aparec¨ªa el Oso Aldrete, quien hab¨ªa dise?ado el robo con la pericia que en su d¨ªa us¨® para coordinar las computadoras de la Loter¨ªa Nacional, para organizar un fraude contra las apuestas futbol¨ªsticas, o simplemente para hacerle las tareas escolares a, sus hijos. Fueron el Oso y sus dos hijos, el junior y La Pecas, y un poco Carlos Puig, quien se encarg¨® de alterar las alarmas, los que se pasaron el d¨ªa burl¨¢ndose de M¨¢scara Azteca en aquel d¨ªa en que nac¨ªa la Resistencia.
-Nosotros hacemos el trabajo cient¨ªfico y t¨² vas y les ense?as los g¨¹evos -dijo La Pecas, que en la operaci¨®n se hab¨ªa salvado de milagro, cuando los guardias de seguridad les cerraron el paso en el Bosque de Chapultepec.
-Ya no tienes edad para ense?ar los tompiates -dijo Aldrete.
-En M¨¦xico nadie nos iba a tomar en serio si no les ense?¨¢bamos los cojones -contest¨® mascara Azteca muy serio.
Los caminos de la g¨¦nesis y creaci¨®n de El Doctor Niebla fueron diferentes y no por distintos menos osados. A los 53 a?os hab¨ªa asumido el exilio como destino despu¨¦s de haberse salvado casi por accidente de una emboscada de judiciales al regreso de Cuernavaca; judiciales que pensaban que matar escritores pod¨ªa volverse pronto deporte ol¨ªmpico y entrenaban con singular furor, y comenzaba a sentir que la nostalgia y la culpa le destru¨ªan las neuronas, lo inquietaba, lo pon¨ªa nervioso, de tal manera que cuando estaba en Madrid, siendo a¨²n el escritor Jos¨¦ Daniel Fierro y aproximadamente seis meses antes de la operaci¨®n que cre¨® el mito de M¨¢scara Azteca, recibi¨® una llamada de su amigo el periodista Pedro P¨¢ramo, quien lo invit¨® a comer arroz con huevos fritos. Acept¨®, le pidi¨® media hora para llegar a su casa en la Ciudad de los Periodistas. Necesitaba entonces los treinta minutos para contemplar el libro testimonial que se estaba armando, pensar un poco en ¨¦l, terminar de ver el atardecer.-Tengo un amigo que tiene un amigo y los dos quieren hablar contigo, mi hermano -le dijo su amigo.
Los amigos de su amigo no se anduvieron dando vueltas.
El amigo del amigo era un nicarag¨¹ense que ahora viv¨ªa en Los ?ngeles y le quitaba los filtros a los Delicados antes de fum¨¢rselos. Ten¨ªa el brazo izquierdo paralizado. Los amigos tomaban caf¨¦ como si fuera agua. Desde la terraza se ve¨ªa la frontera entre el Madrid de verdad y el Madrid industrial, el de m¨¢s verdad, que comenzaba a iluminarse.As¨ª empez¨® a escribirse una nueva novela. Jos¨¦ Daniel a veces las escrib¨ªa, a veces las le¨ªa, siempre las estaba pensando. Las propias las sufr¨ªa, las ajenas las gozaba pero muy pocas veces, un par de veces a lo m¨¢s en cincuenta y ocho a?os de vida, las hab¨ªa vivido.
?Qu¨¦ quer¨ªan de ti? ?Que dejaras de contemplar y de contar? ?Que volvieras a vivir?
-?Estar¨ªa usted dispuesto a volver a M¨¦xico? -te pregunt¨® de repente el amigo del amigo de tu amigo. Jos¨¦ Daniel, que conoc¨ªa los gustos et¨ªlicos del P¨¢ramo, en cuya casa, por prescripci¨®n, s¨®lo se tomaba vino tinto, sac¨® de su portafolio una coca-cola de lata y parsimoniosamente la abri¨® para ganar tiempo; luego encendi¨® un habano.
-Tenemos una red que le permitir¨ªa la entrada y las salidas. Una casualidad, ?sabe?
No lo pens¨® demasiado, porque se trataba de ese tipo de cosas que si se piensan, si se filtran por el colador de la raz¨®n, se abandonan. Dijo que s¨ª, que ?d¨®nde y cu¨¢ndo se ve¨ªan? Y puso una condici¨®n, aunque se trataba m¨¢s bien de un favor lo que le estaban haciendo, de cualquier manera dijo: Me voy, con la condici¨®n de que muchos a?os despu¨¦s me dejen contarlo en una novela.Antes de viajar a Los ?ngeles y luego a M¨¦xico para convertirse en el Doctor Niebla, el novelista Jos¨¦ Daniel Fierro s¨®lo hizo un par de cosas, escribi¨® un testamento que dej¨® guardado en casa de un pariente de su ex mujer en Asturias y se entrevist¨® en Madrid con dos amigos suyos sicoanalistas para preguntarles de si un hombre puede inducirse m¨²ltiples personalidades, si ¨¦stas se van integrando, si puede asumirlas sin que se le fragmente su ¨ªntimo yo, y qui¨¦n controla a qui¨¦n. Como no le gustaron las respuestas que recibi¨®, decidi¨® ignorarlas.Se dijo entonces en el avi¨®n que lo llevaba a Nueva York:Los revolucionarios y los novelistas trabajamos con el mismo material, la mente humana, los sue?os, las obsesiones, las perversiones, el impacto social sobre lo diario, las frustraciones, las neurosis, las situaciones l¨ªmite, los miedos profundos, las ilusiones, las esperanzas, las expectativas, las pesadillas, las corrupciones.No debe de ser tan dif¨ªcil, pues.La verdad es que se sent¨ªa, bastante pendejo.
Se llevaba consigo, sin embargo, una culpa, de esas culpas bobas que lo atenazaban de vez en cuando. Hab¨ªa aceptado una beca de la Fundaci¨®n Guggenheim para escribir una novela, lo que que equival¨ªa a decir que, dado que en los pr¨®ximos a?os, o meses, o en la pr¨®xima vida no pensaba tener tiempo para escribir, hab¨ªa aceptado una beca truqueada para hacer la revoluci¨®n. Y en el avi¨®n de Iberia en el que viajaba a Nueva York las sensaciones de culpa lo inundaban, no por el dinero, que sab¨ªa bien empleado, no por la Gugen, que hab¨ªa dado dinero para miles de cosas in¨²tiles, sino por la novela que no escribir¨ªa. La novela que supuestamente deber¨ªa escribir y por cuyo proyecto recibi¨® la beca narraba la historia de F¨¦lix Dzerzhinski, revolucionario polaco y accidental fundador de la Tcheca en ¨¦poca de Lenin, quien abrumado por las decisiones que ten¨ªa que tomar al implantar el terror rojo, y siendo un socialista humanista, decidi¨® (en la versi¨®n de JDF) simular su muerte y huir a Hollywood, donde habr¨ªa de convertirse en el ch¨®fer y amante de Greta Garbo.
El Doctor Niebla se sent¨ªa culpable ante los futuros lectores de la novela que no estaba escribiendo, se sent¨ªa culpable ante la novela, se sent¨ªa culpable frente a s¨ª mismo, porque se pod¨ªa defraudar a la G., pero no a la conciencia. Pero sobre todo, se sent¨ªa culpable ante su desmadrado pa¨ªs, al que hab¨ªa dejado abandonado, del que se hab¨ªa hecho pendejo durante el ¨²ltimo a?o.
S¨®lo ha descubierto un remedio casero ante tanta culpa. De vez en cuando se promete que todas las historias que est¨¢ viviendo las convertir¨¢ en material de novela. Es por eso que muchos de sus actos en la Resistencia tienen un inconsciente toque literario, para que despu¨¦s salgan bien la hora de ser narrados.Lleg¨® a Nueva York, baj¨® al sur, cruz¨® la frontera. Once d¨ªas m¨¢s tarde se produjo el encuentro con M¨¢scara Azteca. (Continuar¨¢)
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