Lo que no sucede y sucede
JAVIER MAR?AS?Por qu¨¦ seguimos leyendo novelas? El autor responde a esta cuesti¨®n en el siguiente texto, el discurso que pronunci¨® el pasado d¨ªa 2 en Caracas al recibir el Premio R¨®mulo Gallegos.
Quiz¨¢ no sea lo m¨¢s sensato por parte de un escritor que sobre todo hace novelas confesar que cada vez le parece m¨¢s raro no ya el hecho de escribirlas, sino incluso el de leerlas. Nos hemos acostumbrado a ese g¨¦nero h¨ªbrido y flexible desde hace por lo menos trescientos noventa a?os, cuando en 1605 apareci¨® la primera parte del Quijote en mi ciudad natal, Madrid, y nos hemos acostumbrado tanto que consideramos enteramente normal el acto de abrir un libro y empezar a leer lo que no se nos oculta que es ficci¨®n, esto es, algo no sucedido, que no ha tenido lugar en la realidad. El fil¨®sofo rumano Cioran, muerto recientemente, explicaba que no le¨ªa novelas por eso mismo: habiendo ocurrido tanto en el mundo, c¨®mo pod¨ªa interesarse por cosas que ni siquiera hab¨ªan acontecido; prefer¨ªa las memorias, las autobiograf¨ªas, los diarios, la correspondencia y los libros de Historia.Si lo pensamos dos veces, tal vez a Cioran no le faltara raz¨®n y tal vez sea inexplicable que personas adultas y m¨¢s o menos competentes est¨¦n dispuestas a sumergirse en una narraci¨®n que desde el primer momento se les advierte que es inventada. Todav¨ªa es m¨¢s raro si tenemos encuenta que nuestros libros actuales llevan en la cubierta, bien visible, el nombre del autor, a menudo su foto y una nota biogr¨¢fica en la solapa, a veces una dedicatoria o una cita, y sabemos que todo eso es a¨²n de ese autor y no del narrador. A partir de una p¨¢gina determinada, como si con ella se levantara el tel¨®n de un teatro, fingimos olvidar toda esa informaci¨®n y nos disponemos a atender a otra voz -sea en primera o en tercera persona- que sin embargo sabemos que es la de ese escritor impostada o disfrazada. ?Qu¨¦ nos da esa capacidad de fingimiento? ?Por qu¨¦ seguirnos leyendo novelas y apreci¨¢ndolas y tom¨¢ndolas en serio y hasta premi¨¢ndolas, en un mundo cada vez menos ingenuo?
Parece cierto que el hombre -quiz¨¢ a¨²n m¨¢s la mujer- tiene necesidad de algunas dosis de ficci¨®n, esto es, necesita lo imaginario adem¨¢s de lo acaecido y real. No me atrever¨ªa a emplear expresiones que encuentro trilladas o cursis, como lo ser¨ªa asegurar que el ser humano necesita "so?ar" o "evadirse" (un verbo muy mal visto este ¨²ltimo en los a?os setenta, dicho sea de paso). Prefiero decir m¨¢s bien que necesita conocer lo posible adem¨¢s de lo cierto, las conjeturas y las hip¨®tesis y los fracasos adem¨¢s de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser adem¨¢s de lo que fue. Cuando se habla de la vida de un hombre o de una mujer, cuando se hace recapitulaci¨®n o resumen, cuando se relata su historia o su biograf¨ªa, sea en un diccionario o en una enciclopedia o en una cr¨®nica o charlando entre amigos, se suele relatar lo que esa persona llev¨® a cabo y lo que le pas¨® efectivamente. Todos tenemos en el fondo la misma tendencia, es decir, a irnos viendo en las diferentes etapas de nuestra vida como el resultado y el compendio de lo que nos ha ocurrido y de lo que hemos logrado y de lo que hemos realizado, como si fuera tan s¨®lo eso lo que conforma nuestra existencia. Y olvidamos casi siempre que las vidas de las personas no son s¨®lo eso: cada trayectoria se compone tambi¨¦n de nuestras p¨¦rdidas y nuestros desperdicios, de nuestras omisiones y nuestros deseos incumplidos, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanza mos, de las numerosas posibilidades que en su mayor¨ªa no llega ron a realizarse -todas menos una, a la postre-, de nuestras vacilaciones y nuestras enso?aciones, de los proyectos frustrados y los anhelos falsos o tibios, de los miedos que nos paralizaron, de lo que abandonamos o nos abandon¨® a nosotros. Las personas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que somos como en lo que no hemos sido, tanto en lo comprobable y cuantificable y recordable como en lo m¨¢s incierto, indeciso y difuminado, quiz¨¢ estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser.
Y me atrevo a pensar que es precisamente la ficci¨®n la que nos cuenta eso, o mejor dicho, la que nos sirve de recordatorio de esa dimensi¨®n que solemos dejar de lado a la hora de relatarnos y explicar nos a nosotros mismos y nuestra vida. Y todav¨ªa es hoy la novela la forma m¨¢s elaborada de la ficci¨®n, o as¨ª lo creo.
En cierto sentido el libro que el jurado del Premio Intemacional R¨®mulo Gallegos acaba de premiar tan aventurada y discutiblemente trata de eso. En el texto que tienen en la mano ustedes se dice que Ma?ana en la batalla piensa en m¨ª habla, entre otras cosas, del enga?o en el sentido m¨¢s amplio de la palabra, y se cita una frase de la novela que dice: "Vivir en el enga?o es f¨¢cil, y a¨²n m¨¢s, es nuestra condici¨®n natural, y por eso no deber¨ªa dolemos tanto". Se recuerda que todos vivimos parcial pero permanentemente enga?ados o bien enga?ando, contando s¨®lo parte, ocultando otra parte y nunca las mismas partes a las diferentes personas que nos rodean. Y, sin embargo, a eso no acabamos de acostumbrarnos, seg¨²n parece. Y cuando descubrimos que algo no era como lo vivimos -un amor o una amistad, una situaci¨®n pol¨ªtica o una expectativa com¨²n y aun nacional-, se nos aparece en la vida real ese dilema que tanto puede atormentamos y, que en gran medida es el territorio de la ficci¨®n: ya no sabemos c¨®mo fue verdaderamente lo que parec¨ªa seguro, ya no sabemos c¨®mo vivimos lo que vivimos, si fue lo que cre¨ªamos mientras est¨¢bamos enga?ados o si debemos echar eso al saco sin fondo de lo imaginario y tratar de reconstruir nuestros pasos a la luz de la revelaci¨®n actual y del desenga?o. La m¨¢s completa biograf¨ªa no est¨¢ hecha sino de fragmentos irregulares y descoloridos retazos, hasta la propia. Creemos poder contar nuestras vidas de manera m¨¢s o menos razonada y cabal, y en cuanto empezamos nos damos cuenta de que est¨¢n pobladas de zonas de sombra, de episodios inexplicados y quiz¨¢ inexplicables, de opciones no tomadas, de oportunidades desaprovechadas, de elementos que ignoramos porque ata?en a los otros, de los que a¨²n es m¨¢s arduo saberlo todo o saber un poco. El enga?o y su descubrimiento nos hacen ver que tambi¨¦n el pasado es inestable y movedizo, que ni siquiera lo que parece ya firme y a salvo en ¨¦l es de una vez ni es para siempre, que lo que fue est¨¢ tambi¨¦n integrado por lo que no fue, y que lo que no fue a¨²n puede ser.
El g¨¦nero de la novela da eso o lo subraya o lo trae a nuestra memoria y a nuestra conciencia, de ah¨ª tal vez su perduraci¨®n y que no haya muerto, en contra de lo que tantas veces se ha anunciado. De ah¨ª que acaso no sea justo lo que dije al principio, a saber, que la novela relata lo que no ha sucedido. Quiz¨¢ ocurra m¨¢s bien que las novelas suceden por el hecho de existir y ser le¨ªdas, y, bien mirado, al cabo del tiempo tiene m¨¢s realidad Don Quijote que ninguno de sus contempor¨¢neos hist¨®ricos de la Espa?a del siglo XVII; Sherlock Holmes ha sucedido en mayor medida que la reina Victoria, porque adem¨¢s sigue sucediendo una vez y otra, como si fuera un rito; la Francia de principios de siglo m¨¢s verdadera y perdurable, m¨¢s "visitable", es sin duda la que aparece en En busca del tiempo perdido; e imagino que para ustedes la imagen m¨¢s aut¨¦ntica de su pa¨ªs estar¨¢ mezclada con las p¨¢ginas inventadas de don R¨®mulo Gallegos. Una novela no s¨®lo cuenta, sino que nos permite asistir a una historia o a unos acontecimientos o a un pensamiento, y al asistir comprendemos.
Saber todo esto -querer creerlo es m¨¢s exacto- no resulta a veces bastante para el escritor, mientras est¨¢ escribiendo. Hay momentos en los que yo levanto la vista de la m¨¢quina de escribir y me extra?o del mundo del que estoy emergiendo, y me pregunto c¨®mo, siendo adulto, puedo dedicar tantas horas y tanto esfuerzo a algo sin lo que muy bien podr¨ªa pasarse el mundo, incluy¨¦ndome a m¨ª mismo; c¨®mo puedo ocuparme de relatar una historia que yo mismo voy averiguando a medida que la construyo, c¨®mo puedo pasar buena parte de mi vida instalado en la ficci¨®n, haciendo suceder cosas que no suceden, con la extravagante y presuntuosa idea de que eso pueda interesar alg¨²n d¨ªa a alguien. C¨®mo, seg¨²n defini¨® la actividad literaria el novelista y ensayista y poeta Robert Louis Stevenson, puedo estar "jugando en casa, como un ni?o, con papel". Todo escritor es a¨²n m¨¢s lector y lo ser¨¢ siempre: hemos le¨ªdo m¨¢s obras de las que nunca podremos escribir, y sabemos que ese inter¨¦s, ese apasionamiento, es posible porque lo hemos experimentado centenares de veces; y que en ocasiones comprendemos mejor el mundo o a nosotros mismos a trav¨¦s de esas figuras fantasmales que recorren las novelas o de esas reflexiones hechas por una voz que parece no pertenecer del todo al autor ni al narrador, es decir, no del todo a nadie. Averiguamos tambi¨¦n que quiz¨¢ escribimos porque algunas cosas s¨®lo podemos pensarlas mientras lo hacemos, aunque cuando me preguntan eso tan reiterado, por qu¨¦ escribo, prefiero contestar que para no tener jefe y para no madrugar. Adem¨¢s creo que es verdad, mucho m¨¢s que lo que les acabo de decir aqu¨ª.
Lo cierto es que recibir un premio como el R¨®mulo Gallegos supone, adem¨¢s de un honor y una gran alegr¨ªa, una especie de recordatorio ben¨¦volo para el futuro. Cuando escriba mi pr¨®xima novela, y de vez en cuando haga un alto y levante la vista y me extra?e de lo imaginario que me habr¨¢ absorbido durante largo rato, podr¨¦ pensar que, en contra de mis previsiones y mis aprensiones, una vez, muy lejos de mi pa¨ªs, hubo unos lectores generosos y atentos que no s¨®lo comparten la lengua en la que me expreso sino que lograron interesarse por lo que yo invent¨¦ e incorpor¨¦ al c¨²mulo interminable de lo que a la vez no sucede y sucede, o lo que es lo mismo, de lo que pudo y puede ser.
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