Se acabaron las gangas
Vengan de provincias o procedan de otros pa¨ªses y continentes, el viajero trae a Madrid, entre ceja y ceja, varios prop¨®sitos inmutables: el medianamente culto desea visitar el Museo del Prado; la mayor¨ªa tiene una direcci¨®n -desconocida para los ind¨ªgenas- donde comer cochinillo asado, incluso en este duro agosto (lo hay, en estado de. congelaci¨®n); y" casi todos, darse un garbeo por la Ribera de Curtidores, con la esperanza de encontrar el cuadro de El Greco debajo de. un arrumbado retrato oficial del caudillo. La mayor¨ªa -perm¨ªtaseme la generalizaci¨®n- lo que hace es consumir varias jornadas en El Corte Ingl¨¦s, cuya refrigeraci¨®n es muy de agradecer.Desde hace ya varias generaciones, el Rastro no es lo que fue. Su m¨¦rito reside en el heroico aguante de quienes alzan los tingladillos dominicales, bajo un sol, cuesta abajo, m¨¢s que en la recalentada exhibici¨®n de art¨ªculos electrodom¨¦sticos y audiovisuales (en esta actual expresi¨®n s¨ª es cierto el precio de dos por uno). Hace tiempo corr¨ªa el comentario de que en los tenderetes pod¨ªa encontrarse la radio del coche, robada la v¨ªspera; como alternativa inmoral, la de reponerla, a sabiendas de que se adquiere la de otro despojado.
Dormitan las almonedas del Rastro y si, por un momento, se suspendiera la desganada algarab¨ªa de zoco, podr¨ªamos escuchar el lento devorar de la carcoma en los muebles, reci¨¦n falsificados, que han de envejecer en pocos meses. Pasamos ahora por dif¨ªciles trances, pero, durante la ¨²ltima prosperidad, tuvo su impulso ¨¦l gusto por las piezas de noble estilo, que gui?an su postiza antig¨¹edad desde los escaparates m¨¢s lujosos de la capital.
Hace tiempo me entretuve en contar el n¨²mero de estos comercios espec¨ªficos, que se anuncian en las p¨¢ginas amarillas. Salvo error, omisi¨®n y cambios posteriores, sal¨ªan 363, aparte de las coyunturales e improvisadas subastas, rastrillos o t¨®mbolas. Imposible determinar el tr¨¢fico privado," clandestino, de muebles, cuadros, alfombras, que, fingidamente, casi siempre, se liquidan como p¨²dicos restos de caudales venidos a menos.
La propuesta es ampl¨ªsima, y cabe preguntarse qui¨¦n y c¨®mo se enjuga tanta oferta santuaria. Pinturas de toda ¨¦poca y autor, tapices de reales f¨¢bricas o flamencos telares;. porcelanas, arcones, delicadas vajillas de t¨ªmidosn azules o p¨¢lidos verdes; m¨¢s alfombras, que se dicen de orientales or¨ªgenes y que de oriental tienen, en efecto, haber sido tejidas a m¨¢quina en los prol¨ªficos talleres de la provincia de Alicante, nuestro industrioso Levante.
Antes, esas muestras eran las playas adonde iban a parar los naufragios de los imperios, el remate de riquezas desmoronadas. El Rastro fue un modesto Portobello Road, o Mercado de las Pulgas, saldo de fortunas deshechas, patrimonios coloniales, quiz¨¢ rapi?as ultramarinas.
En cierto momento, para satisfacer mi propia vanidad, adquir¨ª, sobre cat¨¢logo, "una lupa, con mango de plata, decorada con motivos frutales", seg¨²n la pedante descripci¨®n.. Han pasado tres lustros y a¨²n recuerdo que el precio de salida -y ¨²nica puja, la m¨ªa- era de 5.000 pesetas -una pasta, hoy- m¨¢s, el 10% de corretaje e impuestos. Me era ¨²til aquella len te de aumento, que me permit¨ªa mostrarme ufano con su adquisici¨®n, displicentemente mostrada a fa miliard¨¢ y amigos: "La compr¨¦ en una subasta", presum¨ªa. Pronto me baj¨® los humos alguien: "Pero si es el mango de un cuchillo, hombre". Claro que padeci¨® mi orgullo. Desde entonces, la uso con circunspecci¨®n y cuidado; el dicho mango s¨®lo tiene un ba?o plateado, que se descascarilla a ojos vistas y, adem¨¢s, est¨¢ la?ado toscamente.
La relatada inexperiencia me aparta de ese mundo, en verdad atractivo, donde s¨®lo se mueven con soltura y conocimiento los expertos. Como cabe deducir f¨¢cilmente, son otros comerciantes los, que bajan hasta el Rastro y rastrear en las testamentar¨ªas suculentas y las subastas judiciales para catar y evaluar la pareja de candelabros, la silla regencia, la c¨®moda chippendale o los tarros y lozas cartujanas del XIX. Las piezas m¨¢s sabrosas, simplemente, cambian de barrio y se revalorizan en un 60% Ignoro qui¨¦nes las compran para el ¨²ltimo disfrute.
Las jornadas agoste?as muestran un Rastro mortecino, ap¨¢tico, poco apto para el refinado ejercicio del chalaneo, arte que se pierde ante la in flexible abulia del mercader: "No puedo rebajarle ni un duro' que significa la asfixia y muerte de las transacciones de segunda mano. Yo me tengo la lecci¨®n aprendida: las gangas se las llevan los en tendidos para traspasarlas -con beneficio- a otros expertos, instalados en lugares mas pudientes. No se hagan ilusiones.
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