Lilith
Algunos cr¨ªticos de su tiempo, incluso uno tan af¨ªn pol¨ªticamente a ¨¦l como Bertrand Tavernier -que. fue dur¨ªsimo con su primer cine-, no trataron con indulgencia las pel¨ªculas que hicieron c¨¦lebre a Robert Rossen en los a?os cuarenta y cincuenta. No se dejaron convencer por su excelente oficio y su habilidad para escorar el thriller hacia elalegato pol¨ªtico en Body and Soul, ni por los oscars que se llev¨® la brillante All the King's men, ni por la aureola de m¨¢rtir a que le llev¨® ser una de las v¨ªctimas -y uno de los que acab¨® claudicando ante ella- de la caza de brujas del senador Mac Carthy.Sus detractores consideraron no sin fundamento que era un director concienzudo y solvente, pero esquem¨¢tico e inclinado al mensajismo; y de ah¨ª no se apearon, hasta que, al final de stivida, Rossen volvi¨® al cine desde un semiexilio -profesional, se desprendi¨® de lastres de partido y de g¨¦nero; y realiz¨®, entre 1962 y 1964, posiblemente presintiendo -contrajo una grave dolencia cardiac¨¢- la cercan¨ªa de la muerte, dos filmes un¨¢nimemente reconocidos como excepcionales, de corte f¨²nebre y tr¨¢gico, enorme belleza y desconcertante estilo, pues apenas nada, en ellos recuerda -y en algunos aspectos -les contra dicen los de sus. a?os de triunfo en Hollywood.
Estos dos filmes son El buscavidas y Lilith y en ellos hay dos mujeres que forman parte del manojo de personajes femeninos mayores que ha dado el cine. La primera fue oreada por Piper Laurie y la segunda por Jean Seberg, la muchacha de aspecto candoroso, pero g¨¦lida y c¨ªnica, que Godard encumbr¨®, en A bout de souffle. En el filme de Rossen, Jean Seberg da la vuelta a aquella imagen de durez a y desvela el lado de la v¨ªctima con tanta delicadeza. y de forma perturbadora, que pocas vedes, tal vez nunca, se ha representado la descomposici¨®n de una conciencia, la muerte en vida de la demencia, con tan escasa sensaci¨®n de esfuerzo. Pero en este ejercicio de plenitud hubo quien quiso ver un acceso al siempre indescifrable- enigma del punto final de su vida, que ella se quit¨® a?os despu¨¦s, mientras las conjeturas de si fue asesinada por agentes de la CIA o por mafiosos argelinos no pasen de noveler¨ªas amarillas.
Le¨ª que en Lilith, y no s¨®lo en la ficci¨®n sino tambi¨¦n en la composici¨®n del personaje, hay un rasgo dif¨ªcil de decir, que proporciona verosimilitud al suicidio de la actriz o, como, se escribi¨® a ra¨ªz de ¨¦l, y si la hip¨®tesis del homicidio es m¨¢s que una hip¨®tesis, de su suicidio por asesinato, que fue la misma basura que Oriana Fallaci aventur¨® para aclarar la muer¨ªe de Pier Paolo Pasolini. Y se a?adi¨® entonces que Lilith arroja luz en el destino personal de Jean Seberg y qu¨¦, fuera de cr¨®nicas negras igualmente obscenas, el. filme muestra que algo parec¨ªa corroer por detr¨¢s, su presencia serena o que algo herv¨ªa dentro de su placidez. Es decir, otras igualmente imp¨²dicas conjeturas sobre una ausencia como todas irreparable y que, tambi¨¦n como todas, pide que le dejemos irse.
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