'Guantanamera' y 'Apolo XIII' se reparten el d¨ªa de m¨¢xima audiencia de la Mostra

La noche del primero de los dos s¨¢bados que abarca el festival, ya que el segundo se clausura, es el momento, de mayor audiencia, tanto de espectadores como de informadores. Se le considera el d¨ªa de lujo de la Mostra y en ¨¦l entra el filme cubano-espa?ol Guantanamera. Un regalo para Tom¨¢s Guti¨¦rrez Alea, que parad¨®jicamente, tiene un precio: estar, en cuanto noticia, eclipsado por la sombra de la superproducci¨®n de Hollywood Apolo XIII; y por la presencia al frente de ella de Tom Hanks, al que apuntan todos los objetivos de las c¨¢maras.

ENVIADO ESPECIALGuantanamera es una ficci¨®n que segrega verdad. Y ¨¦sta se respir¨® durante su proyecci¨®n en la sala Perla, por primera vez atestada de informadores. La pel¨ªcula de Alea y Tab¨ªo hizo disfrutar a 2.000 espectadores con el colmillo retorcido, y ¨²nicamente en la escena final perdieron intensidad el silencio (hasta entonces, s¨®lo interrumpido por risas) y la sensaci¨®n de comodidad de la sala, lo que es indicio de una deficiencia del gui¨®n en el desenlace, que no es peor que lo que le precede, pero que debe ser mejor y no lo es.Falta un giro, un invento, de cierre argumental (el trueque de cad¨¢veres no basta, porque se ve venir desde media hora antes de producirse) que convierta a la palabra fin en disparadero de una ovaci¨®n cerrada, que qued¨® reducido a un aplauso sin la intensidad que hac¨ªa presagiar la porosidad de la sala ante el desarrollo de la divertida y viva historia (ver cr¨ªtica de este filme en p¨¢gina 32).

Popularidad y mediocridad

La noticia del d¨ªa estall¨® en forma de petardo en la enorme pantalla de la sala Palagalilei. Apollo XIII, arrastrada por la popularidad de Tom Hanks, pero lastrada por la mediocridad del director Ron Howard, es un opulento e impotente intento de reconstrucci¨®n de la emocionante (y casi por los pelos irreparable) aventura de los astronautas: Jim Lowell, Fred Haise y Jack Swigert, que quedaron atrapados en 1970 en una nave espacial y durante una semana tuvieron en vilo a medio planeta.Pero lo que fue un reality show que produjo siete d¨ªas de insomnio en millones de telespectadores, aqu¨ª se convierte en dos horas y media de cine barbit¨²rico. No hay claustrofobia en la encerrona de los astronautas, ni sensaci¨®n fuera de ella d¨¦ v¨¦rtigo de los espacios abiertos en que esa flota.

Hay un tosco clip sin alma y sin otro aliento que las ganas de los tres astronautas atrapados de volver a su casa a rezar el rosario en familia y dar mimos al perro, mientras en tierra firme, entre los vericuetos y laberintos de la NASA, la soser¨ªa de Howard alcanza alturas eminentes, como la pera en dulce de que aquella tropel¨ªa de la m¨¢s sofisticada tecnolog¨ªa tuviera que ser remediada, ante la incapacidad de la inform¨¢tica y la astronom¨ªa, a punta de l¨¢piz. El sagaz (es un decir) cineasta, ni huele la paradoja: lo que no supo resolver el m¨¢s grande equipo cient¨ªfico que ha existido, lo resolvi¨®, as¨ª como suena, el calcet¨ªn de un hombre que supo ingeni¨¢rselas para seguir viviendo.