Un mundo libre de armas nucleares
Cuando una bomba at¨®mica puso fin a la guerra en el Pac¨ªfico hace 50 a?os, el mundo cambi¨® para siempre. Hab¨ªamos pasado el conflicto m¨¢s destructivo de la historia humana. En el mismo momento en que alcanz¨¢bamos la paz, nos enteramos de que en el mundo hab¨ªa armas con una fuer za destructiva inimaginable. Entramos en una guerra fr¨ªa y, con ella, lleg¨® la amenaza de guerra nuclear, que significaba, seg¨²n fue haci¨¦ndose cada vez m¨¢s patente, la aniquilaci¨®n de la civilizaci¨®n. No fuimos la primera generaci¨®n de la historia en vivir con el miedo al fin del mundo. Sin embargo, fuimos la primera que tuvo pruebas de que pod¨ªa ocurrir. Por lo que sab¨ªamos de Hiroshima y Nagasaki, ten¨ªamos idea de c¨®mo ser¨ªa. Y, conforme la Uni¨®n Sovi¨¦tica primero y luego otros pa¨ªses iban desarrollando armas y prob¨¢ndolas, conforme las armas iban haci¨¦ndose infinitamente m¨¢s potentes que la bomba de Hiroshima, la amenaza fue creciendo. Durante medio siglo hemos vivido con esta amenaza: que un error de c¨¢lculo o un momento de locura de un pu?ado de hombres en Washington y en Mosc¨² pudiera poner fin a la vida humana.Decir que este conocimiento cambi¨® profundamente nuestra manera de pensar es quedarse corto. La nube en forma de hongo ha vivido en todas nuestras mentes. Ha impregnado nuestros pensamientos sobre el futuro, sobre nuestros hijos, sobre la naturaleza humana. Mientras dur¨® la guerra fr¨ªa, la sombra de la guerra nuclear fue haci¨¦ndose mayor. Surg¨ªan nuevas tecnolog¨ªas que hac¨ªan las armas y sus sistemas de lanzamiento incluso m¨¢s eficaces y mort¨ªferos. Nos habituamos a t¨¦rminos como "destrucci¨®n mutua asegurada", pero nunca nos hicimos a la idea. La guerra fr¨ªa limit¨® nuestras opciones, pero muchos pa¨ªses hac¨ªan lo que pod¨ªan para qu6elinundo fuera m¨¢s seguro.
Australia estuvo entre esos pa¨ªses; de hecho, al frente de ellos. Trabajamos por medio de organizaciones internacionales para persuadir a la comunidad internacional de que prestar¨¢ atenci¨®n a los peligros de la competencia nuclear, para evitar la proliferaci¨®n nuclear y reducir los arsenales nucleares. Creamos un nuevo cargo, un embajador para el Desarme. En 1985, desempe?amos un papel protagonista en la elaboraci¨®n del Tratado de Karatonga, que establec¨ªa la Zona Libre de Armas Nucleares del Sur del Pac¨ªfico. El Protocolo 3 de ese Tratado proh¨ªba las pruebas nucleares en el sur del Pac¨ªfico.
La decisi¨®n del Gobierno franc¨¦s de reanudar las pruebas en el atol¨®n de Mururoa provoca ira en Australia y en todo el mundo, no s¨®lo a causa de la preocupaci¨®n por el medio ambiente del Pac¨ªfico, sino porque pone en peligro nuestras esperanzas en un mundo posterior a la guerra fr¨ªa, sobre el que no se cierna la sombra nuclear. El final de la guerra fr¨ªa lleg¨® como una inesperada y prometedora coda al siglo. Promet¨ªa una salida de la prisi¨®n nuclear. Por un momento, pareci¨® posible que lo que hab¨ªamos dado por sentado como una circunstancia permanente en nuestras vidas hubiera sido una pesadilla temporal.
Ofreci¨® una gran oportunidad. Pero, para aprovechar esta oportunidad, hab¨ªa que afrontar dos grandes cuestiones, la de la proliferaci¨®n nuclear y la de las pruebas. En una conferencia internacional, celebrada en mayo de este a?o, se acord¨® prorrogar indefinidamente y fortalecer el funcionamiento del Tratado, de No Proliferaci¨®n (TNP) de armas nucleares. El prop¨®sito del TNP es evitar el surgimiento de nuevos Estados con capacidad nuclear. Sin el TNP, es probable que para muchos pa¨ªses hubiera resultado imposible resistir la tentaci¨®n de desarrollar armas nucleares. Para el acuerdo, era esencial que se asegurara a los Estados sin armas nucleares que las potencias nucleares contribuir¨ªan a reducir la amenaza nuclear y ejercer¨ªan "la m¨¢xima moderaci¨®n" en las pruebas; antes de llegar a un Tratado de Prohibici¨®n Total de Pruebas (TPTP) final. La continuaci¨®n de las pruebas da ¨¢nimos a los futuros proliferadores, y enrarece el ambiente en que las negociaciones tendr¨¢n lugar. Por consiguiente, Australia ha hecho un llamamiento a todos los Estados con capacidad nuclear para que pongan fin inmediatamente a las pruebas. El Gobierno australiano envi¨® recientemente una delegaci¨®n de alto nivel a los Estados con armamento nuclear para recalcar su preocupaci¨®n. Me complace que estos cinco Estados hayan confirmado su compromiso con una conclusi¨®n satisfactoria al TPTP en el tiempo acordado, antes de 1997. Pretendemos que se atengan p su compromiso. Mi Gobierno recibi¨® con agrado la reciente indicaci¨®n de que Francia podr¨ªa estar dispuesta a firmar un TPTP que imponga una fecha l¨ªmite para las pruebas y a cerrar el centro de. pruebas de Muraroa. Pero seguimos decididos a que detenga su programa final de pruebas.
En su determinaci¨®n de poner fin a las pruebas francesas, Australia ha seguido estableciendo coaliciones con otros pa¨ªses que comparten nuestro punto de vista sobre el programa franc¨¦s. Nuestro Gobierno ha decidido tambi¨¦n que Australia se una a otros pa¨ªses, incluido Jap¨®n, para presentar, en la sesi¨®n del 500 aniversario de la Asamblea General de Naciones Unidas, una resoluci¨®n en la que se exija el fin absoluto e inmediato de las pruebas nucleares. Nos ha complacido especialmente la manera en que mucha gente de Europa, miembros del Gobierno y ciudadanos que no lo son, se ha pronunciado en contra de la decisi¨®n francesa. Igual de bien recibidas han sido las expresiones de preocupaci¨®n de Jap¨®n, de nuestros vecinos de la Asociaci¨®n de Naciones del Sureste Asi¨¢tico y de pa¨ªses de Latinoam¨¦rica. Una finalidad primordial de nuestra pol¨ªtica es trabajar con esta coalici¨®n intemacional, no s¨®lo en nuestra oposici¨®n a las pruebas francesas, sino tambi¨¦n en cuestiones nucleares m¨¢s amplias.
La opini¨®n en los pa¨ªses del Pac¨ªfico sur es pr¨¢cticamente universal: si Francia tiene que probar esas armas, que las pruebe en la Francia metropolitana. Sea lo que sea lo que Francia pretenda con estas acciones, la gran mayor¨ªa de los habitantes de esta regi¨®n las interpreta como un ataque a los derechos de peque?os pa¨ªses por parte de una gran naci¨®n. Inevitable mente, la decisi¨®n de reanudar las pruebas es vista como una regresion a viejas actitudes coloniales. Esto es todav¨ªa m¨¢s tr¨¢gico, porque en los ¨²ltimos a?os la relaci¨®n de Francia con los pa¨ªses de la zona se hab¨ªa hecho mucho m¨¢s positiva y fruct¨ªfera.
El Gobierno franc¨¦s ha afirmado que las pruebas de Mururoa son seguras para el medio ambiente. Sin embargo, nos preocupa profundamente la posibilidad de accidentes. Y no es posible que nadie pueda prever los peligros a largo plazo relacionados con una posible fuga en las fr¨¢giles estructuras del atol¨®n que alberga las pruebas. Estamos familiarizados con los argumentos acerca de la capacidad nuclear francesa y la dimensi¨®n estrat¨¦gica del poder nuclear. No estamos hablando desde una postura meramente sentimental cuando decimos que, para todos nosotros, la mayor responsabilidad es mantener viva la esperanza de un mundo libre de armas nucleares que naci¨® con el final de la guerra fr¨ªa. Esa responsabilidad recae ante todo en los Estados con capacidad nuclear, en especial tras la pr¨®rroga indefinida del TNP.
El programa de pruebas nucleares franc¨¦s es s¨ªntoma de un problema mayor: qu¨¦ haremos para reducir y eliminar las armas nucleares en el siglo XXI. Ahora que hemos dejado atr¨¢s las tragedias de la II Guerra Mundial y las, tensiones de la guerra fr¨ªa, tenemos, por primera vez en muchas generaciones, la oportunidad de rehacer nuestros conceptos de seguridad mundial y dar pasos positivos hacia un mundo sin armas nucleares. Es una oportunidad que no debemos desperdiciar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.