El esp¨ªritu de Maim¨®nides.
El suspiro del moro transcurre, en parte en Granada. A continuaci¨®n reproducimos un fragmento del cap¨ªtulo dedicado a esa ciudad.Como no hablaba espa?ol, no pude discutir con ning¨²n taxista. "Benengeli", dije, y el primero de ellos neg¨® con la cabeza y se larg¨®, lanzando es cypitajos. El segundo nombr¨¦ una cifra que no ten¨ªa sentido alguno para m¨ª. Hab¨ªa llegado a un ,lugar en el que desconoc¨ª ¨¢ tanto los nombres de las cosas como los motivos que impulsaban a la gente a hacer lo que hac¨ªa. El universo era absurdo. No pod¨ªa decir "Perro" ni "?d¨®nde?" ni "soy un hombre". Adem¨¢s ten¨ªa Ja cabeza espesa, como una sopa.Trat¨¦ de imaginar c¨®mo debi¨® de ser aquel mismo paisaje en la ¨¦poca en que. nuestros remo tos antepasados lo habitaban. Pocas cosas pod¨ªan ayudarme a ello a juzgar por lo que se ve¨ªa: la carretera, el negro perfil de un toro Osborne contempl¨¢ndome desde un cerro unas torres de alta tensi¨®n, postes de tel¨¦fonos, -unos cuantos coches Seat y unas furgonetas Renault.Por encima de nosotros, y en mitad de una ladera, se pod¨ªa ver Benengeli, una cinta d¨¦ paredes, blancas y tejados rojos, pon un aspecto muy parecido seguramente al que debi¨® de tener hac¨ªa tantos siglos. "Soy un jud¨ªo de Espa?¨¢, como el fil¨®sofo Maim¨®nides"', me dije a all¨ª mismo para comprobar qu¨¦ pod¨ªa haber de verdad en aquellas palabras. Pero me sonaron falsas. El esp¨ªritu de Maim¨®nides se ri¨® de m¨ª. "Soy como la mezquita de C¨®rdoba. consagrada al catolicismo", prob¨¦ de nuevo. "Una obra de arquitectura oriental con una catedral. barroca embutida dentro de ella". Tambi¨¦n aquellolsonaba mal Yo era un, don nadie que no ven¨ªa de ning¨²n sitio; no era de ninguna parte, ni en como ninguno de los dem¨¢s. Eso ya me sonaba mejor. Se parec¨ªa m¨¢s a la verdad. Me hab¨ªa desprendido de todas n¨²s ataduras. Hab¨ªa negado a una anti-Jerusal¨¦n: aquello no era un hogar, sino alejamiento. Un lugar que nada unia, sino que todo lo disgregaba.
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