La violaci¨®n de la mujer
La agresi¨®n sexual contra la mujer ha recibido estos d¨ªas una atenci¨®n inusitada. En Italia, (despu¨¦s de un verano marcado por una erupci¨®n de violaciones salvajes, el Parlamento contempla endurecer su legislaci¨®n, que data de 1936 y define ambiguamente esta ofensa como una falta contra la moralidad p¨²blica. En Estados Unidos, asociaciones de mujeres se quejan con amargura de que los ataques sexuales no hayan disminuido pese a que el crimen violento se ha reducido un 20% en lo que llevamos de a?o. Estos sucesos han coincidido con la publicaci¨®n por la ONU de un informe -con motivo de la Conferencia Mundial sobre la Mujer, que se celebra en Pek¨ªn- que confirma que la invasi¨®n a la fuerza del cuerpo femenino por el hombre contin¨²a impregnando la historia de la humanidad.Me imagino que el descubrimiento de que los genitales masculinos pod¨ªan servir de arma contra la integridad f¨ªsica y psicol¨®gica de la mujer debi¨® figurar entre los hallazgos prehist¨®ricos m¨¢s importantes, junto con el fuego o el hacha de piedra. Desde los comienzos del orden social basado en el principio justiciero del Tali¨®n -"vida por vida, ojo por ojo, diente por diente... "- la mujer se ha encontrado en una situaci¨®n de obvia desigualdad: debido a imperativos anat¨®micos, el hombre es el violador natural y ella la presa segura, sin posibilidad de vengarse de la misma forma.
Sin tener en absoluto en cuenta a la v¨ªctima, durante siglos el abuso sexual fue considerado un agravio de un hombre contra otro hombre, un del ito contra la propiedad privada del var¨®n, ya fuese ¨¦ste el padre, el esposo o el amo. La antrop¨®loga Margaret Mead estudi¨® pueblos primitivos donde la violaci¨®n como m¨¦todo para controlar a las mujeres m¨¢s independientes y audaces se practicaba con asiduidad. Sin ir m¨¢s lejos, los 200 a?os de esclavitud legal en Estados Unidos fueron algo m¨¢s que una cuesti¨®n de racismo de los blancos hacia los negros. La mujer negra no s¨®lo fue explotada como fuente de trabajo, sino tambi¨¦n como m¨¢quina suministradora de ni?os esclavos y como prueba de virilidad para su due?o. ?ste, a modo de incentivo, siempre po(d¨ªa echar mano del l¨¢tigo, el cuchillo o la pistola.
Tampoco hay que olvidarue el contrato nupcial ha exigio tradicionalmente la subyugaci¨®n de la esposa a los caprichos sexuales del c¨®nyuge, por dolorosos o denigrantes que fueran. Hoy se empieza a dar su debida importancia a la violaci¨®n de cita, en la que el asaltante es un amigo o conocido de la agredida. Un estudio reciente en 30 universidades estadounidenses indica que el 12% de las estudiantes han sido forzadas sexualmente por alg¨²n colega, mientras que el 48% de los varones encuestados opinan que "a las mujeres les gusta que las coaccionen a practicar el sexo".
Existen formas de violaci¨®n m¨¢s despiadadas todav¨ªa. Cuando los hombres violan en pandilla, su absoluta ventaja f¨ªsica se une al anonimato y al total descontrol del grupo, y se producen org¨ªas en las que el destrozo de la mujer -si sobrevive- llega a alcanzar niveles inconcebibles de crueldad. Precisamente, las guerras generan un poder colectivo masculino inaudito, incluyendo la licencia t¨¢cita para ultrajar con sa?a ritualista el cuerpo femenino: despu¨¦s de ser violadas, a muchas mujeres les cortan los pechos, les rajan el vientre o les introducen objetos punzantes por la vagina. De hecho, la vejaci¨®n de la mujer del bando contrario constituye un acto emblem¨¢tico del folclor castrense. Pero una vez que se han escrito las historias militares y las batallas se convierten en leyendas, las violaciones se suelen pasar por alto o descartar como exageraciones. Sin embargo, para bastantes mujeres la injuria sexual es algo m¨¢s que un s¨ªntoma de la guerra y de s 'us brutales excesos. El verdadero problema, se?alan, son los hombres, su car¨¢cter psicop¨¢tico y sus tendenciasviolentas y mis¨®ginas.
-La violaci¨®n es un asalto aterrador, un ataque degradante que da?a gravemente a la v¨ªctima, sin contar el posible embarazo indeseado o incluso la muerte. Destruye su estado b¨¢sico de seguridad, quebranta su confianza en el orden natural o su fe en la providencia divina. Sumerge a la mujer en un estado de crisis existencial y rompe los principios elementales que guiaban sus relaciones humana! y el sentido de s¨ª misma.. Con frecuencia, el trauma deja a la violada demasiado vulnerable para denunciar el crimen. Y es que el estigma y las convenciones sociales la culpan sutilmente de haber sido la causante de su propia derrota. Se la juzga m¨¢s como "pecadora" que como ultrajada. El consenso popular suele ser: "Una mujer no puede ser violada si no se deja". Como consecuencia, la superviviente descubre una asombrosa disparidad entre su devastadora experiencia real y la suspicaz interpretaci¨®n de esa realidad por los dem¨¢s.
Sospecho que en el inconsciente colectivo todav¨ªa perdura la gloria de santa In¨¦s, santa Luc¨ªa y otras m¨¢rtires inocentes, consagradas por la Iglesia cat¨®lica por ignorar su instinto de conservaci¨®n y dar su vida violentamente defendiendo su virginidad. ?Qui¨¦n no recuerda a Mar¨ªa Goretti, la joven campesina italiana apu?alada de muerte en 1902 y santificada presuradamente en 1950 por una heroica resistencia al violador? En la homil¨ªa de su canonizaci¨®n, el papa P¨ªo XII describi¨® el ataque que le mereci¨® el cielo como "un atractivo placer".
Varias investigaciones sobre la personalidad y motivaci¨®n de los violadores identifican, por un lado, al s¨¢dico sexual que se excita con el dolor de su v¨ªctima y, por otro, al explotador que vive obsesionado con fantas¨ªas er¨®ticas de dominio. La mayor¨ªa de estos verdugos se caracterizan por su baja autoestima, torpeza social, duda sobre su capacidad sexual y por un profundo -aunque solapado- resentimiento hacia las mujeres, que a menudo se remonta a una infancia saturada de rechazos maternales. En mi opini¨®n, todas las violaciones son ataques impulsados por fantas¨ªas de revancha, de dominio y de poder. Un tercio de estos agresores no completan el acto sexual.
Nuestra cultura moderna promueve calladamente la violaci¨®n a trav¨¦s de las fuerzas sexistas, m¨¢s o menos expl¨ªcitas, que celebran la figura del "h¨¦roe violador", confunden peligrosamente sexo y violencia y reducen a la mujer a una posesi¨®n deshumanizada del hombre. Desde Zeus, Apolo y otros dioses del Olimpo, pasando por personajes como Gengis Kan o los caballeros feudales, hasta los rambos de nuestro tiempo, las haza?as masculinas de valor m¨¢s admiradas han ido casi siempre de la mano de la agresi¨®n sexual contra la mujer. Estos ideales varoniles hegem¨®nicos y violentos infiltran el mundo de los ni?os, sus lecturas, sus programas televisivos y sus juegos de v¨ªdeo. Absorben su imaginaci¨®n y, con el tiempo, configuran sus actitudes y comportamientos.
No creo que estemos tan lejos del d¨ªa en que podremos negarle el futuro a la violaci¨®n. Los continuos y esperanzadores avances en la posici¨®n social, jur¨ªdica y econ¨®mica del sexo femenino alimentan esta convicci¨®n. Pero ese d¨ªa no llegar¨¢ mientras nuestro modo de vivir incluya expectativas que ignoran el derecho natural de la mujer a la integridad de su cuerpo, a la autonom¨ªa personal y, en definitiva, a existir libremente y sin miedo de su compa?ero de cama y de vida.
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