Una vez m¨¢s, la raz¨®n de Estado
Es dif¨ªcil encontrar un autor que, como Maquiavelo, haya sido, desde el lejano siglo XVI, tan atendido en, sus ense?anzas, y a la vez, tan criticado, con frecuencia por los mismos que se acomodaban, sabi¨¦ndolo o no, a sus criterios. Precisamente es la prueba del nueve de su acierto. Porque la raz¨®n de Estado no puede aplicarse, en los casos m¨¢s "maquiav¨¦licos", sin hipocres¨ªa, bien por el conflicto entre la conducta y la ¨¦tica admitida, o, lo que es m¨¢s complicado, el derecho vigente.El Estado moderno, actual, se lo ha puesto m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa en cuestiones de raz¨®n de Estado, pues esas conductas no s¨®lo chocan con la moral, no s¨®lo con el derecho aplicable a las gentes del com¨²n, sino con la esencia misma del Estado, que se proclama Estado de derecho, y, m¨¢s a¨²n, Estado de derechos, de derechos de los ciudadanos, de modo que la vulneraci¨®n de ciertas normas por raz¨®n de Estado, a la vez que lo pretende defender, lo ataca en el fundamento y ra¨ªz de su legitimidad, porque el Estado, este Estado, existe para eso, para defender el derecho y los derechos. De modo que las vulneraciones de normas por raz¨®n de Estado son algo m¨¢s grave que en el siglo XVI o en otros siglos.
A pesar de todo ello, la raz¨®n de Estado sigue siendo operativa en bastantes decisiones pol¨ªticas. Los mismos fondos reservados, tan tra¨ªdos y llevados, son el tributo que el vicio rinde a la virtud, pues ya me dir¨¢n ustedes c¨®mo se corrompe a un funcionario extranjero, o se pagan los servicios de un chivato nacional, sin vulnerar alguna norma, al menos la tributaria sobre retenciones o impuestos, y el sentir com¨²n, hasta de los m¨¢s justicieros apostrofadores, admite que ¨¦sos ser¨ªan usos correctos de los fondos reservados, aunque se trate de "suspensiones" de la norma aplicable. Esto es pura raz¨®n de Estado.
Pero hay decisiones en que esa "suspensi¨®n" aparece m¨¢s problem¨¢tica: las que implican despojo de los derechos de un ciudadano; ah¨ª parece que la cuesti¨®n no es tan f¨¢cil, pongamos que se trata del derecho de propiedad de alguien (caso Rumasa, por ejemplo), parece un poco fuerte defender as¨ª al Estado de derechos; pero pongamos que se trata de la integridad f¨ªsica. o de la vida de una persona, el ejercicio sucio de la violencia, o la tortura o el asesinato, precisamente por quienes tienen el monopolio de esa violencia cuando se ejerce l¨ªcitamente. Parece un poco m¨¢s fuerte, en un Estado de derechos, en el que la tortura est¨¢ expl¨ªcitamente, condenada (en el siglo XVI y en el XVIII era un medio de prueba normal en todos los Estados) y la pena de muerte abolida, o casi (la pena de muerte, en el siglo XVI y en el XVIII, era el pan nuestro de cada d¨ªa).
Pues a pesar de todo, puede encontrarse, y de hecho se encuentra, "comprensi¨®n" para esas aplicaciones extremas de la raz¨®n de Estado. Quienes "comprenden", participan de alguna manera en el soporte de esa conducta, y al menos yo no me escandalizo de que alguien "comprenda". La raz¨®n de Estado es m¨¢s operativa de lo que parece, aun entre ciudadanos de estricta observancia.
Tambi¨¦n participan de la raz¨®n de Estado quienes estiman que el responsable de los desaguisados no deber¨ªa sufrir el envite judicial correspondiente, porque ser¨ªa malo para el sistema, para la quiz¨¢ no muy fuerte fe democr¨¢tica del pueblo, para la dignidad del Estado, de las instituciones pol¨ªticas, para la de nuestro representante elegido por la mayor¨ªa, para todos nosotros, y se esfuerzan por arrinconar lo judicial o denigrar al juez del asunto. Es una raz¨®n de Estado m¨¢s sutil que la que ampara el crimen directo, pues afecta, no a ¨¦ste, que condena y no admite, sino a algunas de sus consecuencias, llevando a sus extremos aquella de Concepci¨®n Arenal, "odia al delito. y compadece al delincuente", aunque aqu¨ª no se trata de comprensi¨®n, sino de conveniencia pol¨ªtica, o sea, raz¨®n de Estado.
Y tambi¨¦n participan de la raz¨®n de Estado quienes pretenden, para estos casos, un castigo "ejemplar", a modo de aguillotinamiento p¨²blico, los politiciens ¨¢ la lanterne, que han mancillado el "honor del Estado", nos han contaminado con su impureza, a nosotros que s¨®lo somos capaces de vivir en una democracia pura: defendamos la pureza del Estado; gente malvada a fuer de ingenua, o viceversa, qui¨¦n sabe; los justicieros que vibran con ese "honor".
Y fue la raz¨®n de Estado la que nos hizo aprobar una amnist¨ªa en 1977, y la que propugna pol¨ªticas espec¨ªficas, de reinserci¨®n social de terroristas y la que permiti¨® acabar con ETA Pol¨ªtico-militar en los tiempos de Ros¨®n-Cabanillas, y la que impulsa el "di¨¢logo" con los terroristas asesinos. Y no quiero referirme a formas degeneradas de la raz¨®n de Estado, como la raz¨®n de partido, que multiplica la hipocres¨ªa reinante.
Y raz¨®n de Estado ha habido y hay en quienes han celebrado la condena de Amedo y Dom¨ªnguez, sin importarles la incongruencia de que sus jefes e inspiradores, que parece que ten¨ªa que haberlos, no tuvieran que pagar nada, absolutamente nada; m¨¢s a¨²n, en quienes se inflaban de santa ira al pensar en el indulto de esos polic¨ªas y han puesto y ponen todas las pegas posibles para la prosecuci¨®n de sus presuntos inspiradores.
Se dir¨¢ que aplicar la raz¨®n de Estado para perdonar u olvidar (amnist¨ªa, reinserci¨®n) no es lo mismo que para matar o torturar; y no es lo mismo, claro; aunque en ambos casos haya una excepci¨®n a la norma, que en el primer supuesto puede hacerse desde la norma misma, no tan f¨¢cilmente en el segundo, salvo la actuaci¨®n exonerante posterior (amnist¨ªa, reinserci¨®n, indulto).
Y as¨ª, entre el disimulo y la hipocres¨ªa, como recordaba hace poco Javier Tusell, todos nos hemos acogido, de una u otra forma, a la raz¨®n de Estado, al menos en alguna ocasi¨®n. Pero las discusiones, cabildeos y maldades que se suceden en torno al caso GAL y sus desarrollos han inundado nuestro ambiente de hipocres¨ªa sin cuento, hasta el punto de que, como dec¨ªan los testigos de la resurrecci¨®n de L¨¢zaro, "ya hiede". Lo que ha sucedido es que el asesinato y la tortura por raz¨®n de Estado, en s¨ª un mal, no se ha ejecutado seg¨²n las reglas de la propia raz¨®n de Estado, con lo que el mal b¨¢sico se envuelve en otro que, adem¨¢s, magnifica ¨®pticamente al m¨¢s sustancial y primero.
Cuando un gobernante decide matar por raz¨®n de Estado, tiene que actuar con discreci¨®n, de modo que no se sepa cu¨¢l es la fuerza que muevela mano asesina; la chapuza es un grave contratiempo, las cosas deben hacerse, si se hacen,. limpiamente, sin dejar rastro. Y, sobre todo, tiene que ser eficaz; aqu¨ª no. vale equivocarse; si el fin no justifica los medios, hay que ver lo que resultan esos medios cuando adem¨¢s no se alcanza el fin.
Los GAL fueron chapuceros, y dejaron muchas huellas; en cuanto a su eficacia, no puedo opinar de la posible finalidad de hacer recapacitar a los franceses, pero s¨ª de los perniciosos efectos pol¨ªticos internos, precisamente por haber sido, aunque de modo insuficiente, descubiertos, de modo que, de veneno para el. terrorismo ha venido a ser, con el tiempo, un nutriente, al menos ps¨ªcol¨®gico, del mismo; y ¨¦se era un riesgo previsible, y, sobre todo, que era intolerable no prever.Los GAL han sido un mal aplicado de mala manera, en su momento, y en todos los momentos posteriores, hasta el ominoso presente, Adem¨¢s, la raz¨®n de Estado exige tambi¨¦n un buen manejo pol¨ªtico del asunto. Si, contando con discreci¨®n y eficacia, o al menos con eficacia, los responsables pol¨ªticos se hubieran encontrado, al final, con algunas, medallas y un activo m¨¢s en su haber, el Estado habr¨ªa resultado beneficiado. Pero, es claro, ha faltado esprit de finesse, y ni siquiera ha habido suficiente esprit de g¨¦om¨¦trie, que dec¨ªa Pascal. Del oprobio a la gloria no hay m¨¢s que un paso, y viceversa; si se hubiera acabado con ETA, estar¨ªa mos hablando de otra. cosa; o si, al menos, hubiera habido habilidad (pol¨ªtica) para sacar alg¨²n partido de una mala situaci¨®n; caprichos de la raz¨®n de Estado. Y, ?despu¨¦s de esto, qu¨¦ queda? Pues queda pagar. Acogi¨¦ndome, sin verg¨¹enza, a la raz¨®n de Estado, dir¨¦ que, por m¨ª, preferir¨ªa que fuera, poco. Pero lo que no puede ser es nada.. Porque la regla final de la raz¨®n de Estado es que el que se equivoca, paga. La gente, que est¨¢ m¨¢s dispuesta de lo que parece a mirar a otra parte, no quiere comulgar con ruedas de molino; es, si se quiere, la hipocres¨ªa final y m¨¢s clamo rosa, un privilegio del elector, pero no del elegido. La raz¨®n de Estado s¨®lo funciona en la hipocres¨ªa, de cabo a rabo. El mal sustancial, el mal que consiste en la negaci¨®n misma de la esencia de este Estado perfeccionista y presuntuoso, no puede ser legalizado, porque el Estado no va a destruirse a. si mismo; hay muchos que vigilan por el mantenimiento y defensa de esas esencias jur¨ªdico democr¨¢ticas; tambi¨¦n para pagar, por cierto, hay que ser h¨¢bil, para pagar lo menos posible. Pero la vulneraci¨®n de la norma que proh¨ªbe matar por razon de Estado se hace por cuenta de todos, del Estado, pero bajo la responsabilidad del que la ejecuta. El Estado no puede comportarse de otro modo.
Y, ?por qu¨¦ es as¨ª? Porque, aunque hay muchos derechos, s¨®lo algunos son, en sentido pol¨ªtico, fundamentales', pero, entre ellos, hay algunos m¨¢s fundamentales que otros, si as¨ª puede uno expresarse: la conciencia colectiva hace que el derecho a la vida y a la integridad personal sea, quiz¨¢, el que m¨¢s; as¨ª sucede, ahora; quiz¨¢ no era as¨ª hace a?os, y no s¨¦ c¨®mo ser¨¢ en el futuro hay actuaciones que no se perdonan, aunque se perdone luego al actuante. La gente est¨¢ bien dispuesta a ignorar prefiere ignorar, pero, si se le informa, no. puede olvidar. Algo hay que pagar. Tambi¨¦n, por raz¨®n de Estado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.