Lechuga, tomate y dientes de Zuvir¨ªa
Recuerdo que la pasada campa un joven jugador fue requerido por otro m¨¢s veterano, yo, para que siguiera a un contrario al que no pod¨ªa alcanzar. La reacci¨®n fue contundente: "Corre t¨²".Como todo, la actitud de los j¨®venes jugadores ha cambiado. Jam¨¢s se me habr¨ªa ocurrido 15 a?os atr¨¢s hacer cualquier observaci¨®n, por ligera que fuese, a Jim¨¦nez o Quini, monumentos sagrados de aquella ¨¦poca, cuando empec¨¦. La sumisi¨®n, el miedo o el respeto eran inviolables. Ya no quedan por lo general ese tipo de reminiscencias en los j¨®venes. Los argumentos deben ser muy s¨®lidos; ya no vale el "porque yo lo digo".
Es dif¨ªcil ganarse el respeto del vestuario. No est¨¢ al alcance de muchos. Incluso no es suficiente ser una figura en el terreno de juego o gozar de la admiraci¨®n de la afici¨®n. El respeto no se compra. Es algo que se adquiere con el tiempo a trav¨¦s del comportamiento de cada d¨ªa, y que influir¨¢ de una manera importante en el resto del grupo. A veces llega por un m¨ªnimo detalle. Me contaron que el carism¨¢tico Zuvir¨ªa se hizo con el vestuario del Racing gracias a una simple an¨¦cdota: durante un almuerzo que le caz¨® con hambre, pidi¨® que le cediesen, la fuente de la ensalada. Ante la negativa de los dem¨¢s comensales, se quit¨® la dentadura y la puso sobre la ensalada. Nadie discuti¨® nunca m¨¢s sus peticiones.
Es in¨²til imponerse por la fuerza: nunca se conseguir¨¢ la atenci¨®n de los que escuchan. Se infundir¨¢ temor, no respeto. Sin embargo, es curioso asistir a un debate dentro del vestuario. Todos damos nuestra opini¨®n, nos quitamos la palabra unos a otros, y generalmente no escuchamos, sino que estamos pensando qu¨¦ decir. Pero de repente, suena por encima del barullo general, sin ni siquiera alzar la voz, una opini¨®n que, sin excepci¨®n, todos escuchan. Es la voz del jefe.
He conocido a muchos jugadores que por una causa u otra han gozado de ciertas consideraciones dentro del vestuario. Desde Ruggeri, que con, el simple hecho de mirar a alguien fijamente provocaba que al resto nos temblaran las piernas, hasta Gelucho, que gozaba de las simpat¨ªas de todo ¨¦l mundo. Su marcha se acus¨® en el vestuario del Racing. Es cierto que existen jerarqu¨ªas por todos asumidas debido a los a?os acumulados, pero el aut¨¦ntico l¨ªder o jefe, o como quiera llamarse, no adquiere ese t¨ªtulo por veteran¨ªa. Su personalidad y cualidades especiales le otorgar¨¢n ese liderazgo. Uno de los jugadores que m¨¢s me influyeron en mi carrera fue Land¨¢buru.
Cuando llegu¨¦ al Atl¨¦tico no entend¨ªa c¨®mo este jugador, sin ser un crack, gozaba del privilegio de Luis Aragon¨¦s cada domingo. Con el tiempo me fui dando cuenta. Siempre era el primero, jam¨¢s o¨ª una mala palabra, un mal gesto; su presencia era envidiable. A¨²n recuerdo una de las reuniones que ten¨ªa la plantilla con Jes¨²s Gil. Sus descalificaciones e improperios acabaron aquel d¨ªa con la paciencia de Chus, y sosegadamente, sin levantar la voz, fue el ¨²nico que supo mantener la dignidad. Le respondi¨® con tanta dureza como educaci¨®n que recordara que estaba hablando con personas. Aquel d¨ªa supe lo que era ganarse el respeto. Seguramente tambi¨¦n aquel d¨ªa Land¨¢buru firm¨® su salida del Atl¨¦tico.
Existen otro tipo de jugadores que dejan huella. "Soy minero y forj¨¦ mi coraz¨®n con pico y barrena"', ?Recuerdan esta canci¨®n de Antonio Molina? Seguramente Garc¨ªa Pitarch la seguir¨¢ cantando ahora como lo hac¨ªa en el vestuario del Logro?¨¦s cada ma?ana. Un jugador as¨ª es suficiente para recuperar el ¨¢nimo y las ganas de entrenar.
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