Serie negra en Mosc¨²
"?Preparaos, los banqueros se echan a la calle!". Con ese lema, que tomaron prestado de una canci¨®n proletaria, algunos centenares de banqueros, rodeados de sus guardaespaldas, se manifestaron recientemente en Mosc¨² ante la Lubianka, la sede del FSB (el ex KGB). Su motivo: protestar contra la oleada de asesinatos que diezma sus filas desde hace alg¨²n tiempo. "El crimen violento e incontrolable representa para Rusia un peligro m¨¢s importante que ninguna de las fuerzas pol¨ªticas que existen en la actualidad", comentaba recientemente el Washington Post, visiblemente m¨¢s preocupado que la prensa rusa por la suerte de estos nuevos capitalistas. En el transcurso de los tres ¨²ltimos a?os, 46 banqueros han sido asesinados en Mosc¨² -una media de dos y medio al mes- y otros 40 han sobrevivido milagrosamente a los ataques sufridos. Hasta ahora, la opini¨®n p¨²blica rusa no se apasionaba por estos cr¨ªmenes, que suelen deberse a ajustes de cuentas entre seudo-Rockefellers. Siempre se desarrollan de forma cl¨¢sica: los responsables recurren a asesinos a sueldo, cuyas tarifas no son prohibitivas teniendo en cuenta la precisi¨®n de sus disparos. Por ejemplo, el poderoso Oleg Kvantrishvili, amigo del r¨¦gimen y de la mafia , fue asesinado el a?o pasado por una ¨²nica bala en el coraz¨®n disparada desde una gran distancia. En Mosc¨², eso es ahora algo corriente. Pero las circunstancias de los dos ¨²ltimos asesinatos de banqueros -el de Iv¨¢n Kivelidi y el de Oleg Kaplan, degollado dos semanas antes- s¨ª que causaron asombro entre la gente, y podr¨ªan incluso afectar al poder.Oleg Kaplan, de 40 a?os, presidente del Banco Yugorski alquil¨® este verano un chal¨¦ en la aldea de Sneguiri, perteneciente al Sovmin (Consejo de Ministros). No hay que decir que se trata de uno de los lugares m¨¢s protegidos de Rusia. En ese remanso de paz, Oleg Kaplan fue brutalmente asesinado en la madrugada del 20 de julio cerca de la valla de su jard¨ªn. Lo encontraron con la garganta seccionada y el pecho perforado por 17 pu?aladas. Su guardaespaldas, el ex campe¨®n de boxeo Oleg Nepravda, fue asesinado en el interior de la casa con un arma blanca y un arma de fuego, que se encontr¨® en el lugar de los hechos. En un primer momento, la polic¨ªa atribuy¨® el doble crimen a un checheno o a alg¨²n otro caucasiano, conocidos por su destreza en el manejo del pu?al. Pero aquella pista, que pod¨ªa sembrar el p¨¢nico en esa elegante aldea que se cre¨ªa a salvo de los chechenos, no llev¨® a ninguna parte. Los investigadores se?alaron de pasada que los speisnaz, los grupos antiterroristas del Ministerio del Interior, manejan las armas blancas tan bien como los caucasianos y tienen una libertad de movimientos mucho mayor que ¨¦stos. Inmediatamente, la investigaci¨®n se estanc¨®. Ni siquiera se examin¨® el rev¨®lver encontrado en la casa, porque el laboratorio de la polic¨ªa, debido a la falta de, cr¨¦ditos, carece en este momento de glicerina, algod¨®n y otros productos imprescindibles.
A falta de una versi¨®n oficial, los moscovitas se entregan a las teor¨ªas m¨¢s curiosas. Se dice que en la noche del 20 de julio el banquero recibi¨® una visita galante, sin duda de la esposa de un ministro vecino. Hacia las cuatro, de la madrugada, seg¨²n este rumor, Kaplan la acompa?¨® en pa?os menores hasta la cerca de su jard¨ªn, donde le esperaba el asesino. La bella mujer, que hab¨ªa servido como cebo, huy¨® en bicicleta. La tesis del amor fatal de Oleg se apoya en que la polic¨ªa inform¨® del robo de una bicicleta: una prueba no demasiado concluyente.
Un misterio todav¨ªa m¨¢s profundo rodea la muerte de Iv¨¢n Kivelidi -presidente del Rossbusinessbank y de la Mesa Redonda de la Empresa Rusa- y de su secretaria, Zara Ismailova. La fortuna de Iv¨¢n Kivelidi es menos ins¨®lita que la de esos ex vigilantes nocturnos o taxistas convertidos ahora en banqueros y multimillonarios: Kivelidi, un abjazo, de origen griego, ya hac¨ªa negocios en la ¨¦poca de la URSS aprovech¨¢ndose del estatuto de zona semilibre de que gozaba Abjazia. Pero Kivelidi se gan¨® muchos enemigos: el ¨²ltimo fue su joven rival Oleg Boiko (de 30 a?os), propietario del Banco Olbi y yeltsinista incondicional y fundador de la Liga Suprema de la Empresa Rusa, un consorcio de nueve grandes bancos. Kivelidi, al que no invitaron a esa asociaci¨®n, se sinti¨® evidentemente herido, y no s¨®lo en su amor propio, sino sobre todo en sus intereses. Efectivamente , el consorcio ofreci¨® al Gobierno un cr¨¦dito de varios miles de millones de d¨®lares -a bajo tipo de inter¨¦s- a cambio de derechos preferenciales de adquisici¨®n de las propiedades del Estado que iban a ser privatizadas en 1995 y 1996. El consorcio quiere convertirse a la larga en el "propietario de Rusia". Kivelidi, indignado, marc¨® enseguida las distancias con el Kremlin y arrastr¨® con ¨¦l a los miembros de la Mesa Redonda de la Empresa Rusa, entre ellos a su colega Oleg Kapl¨¢n. Han corrido rumores sobre los contactos establecidos por Kaplan y Kivelidi con l¨ªderes del bando anti-Yeltsin, incluidos los comunistas. A tres meses de las elecciones legislativas, eso no carec¨ªa de significado, ni tampoco de l¨®gica: si la oposici¨®n gana en diciembre, la Liga Suprema de Oleg Boiko ser¨¢ autom¨¢ticamente destronada en beneficio de la Mesa Redonda de Kivelidi. Aunque en las finanzas, como en el f¨²tbol, la competencia es muchas veces dura, en el caso que nos ocupa no basta para explicar el misterio, de la muerte de Iv¨¢n Kivelidi.
El 1 de agosto, el propietario del Rossbusinessbank no fue a almorzar al Club de Comercio. Se conform¨® con tomar r¨¢pidamente un par de bocadillos de salchich¨®n con Zara Ismailova. Hacia las cuatro de la tarde, afectado por un extra?o s¨ªncope, se tumb¨® en un divan y grit¨®: "Me muero... Siento que se me va la sangre". Cuando lleg¨® al hospital estaba en coma profundo. No lleg¨® a recuperar el conocimiento. Poco despu¨¦s del s¨ªncope de su jefe, Zara Ismailova se derrumb¨® a su vez presa de terribles convulsiones. Muri¨® a la ma?ana siguiente tras una agon¨ªa atroz. Que un hombre como Kivelidi, que ya no es joven, sea v¨ªctima de un s¨ªncope es algo que puede pasar, aunque nunca hab¨ªa tenido problemas cardiacos. Pero no se puede dar la misma explicaci¨®n en el caso de una mujer de 35 a?os en perfecto estado de salud como Zara Ismailova. Su muerte dio credibilidad a la teor¨ªa del envenenamiento, pero la autopsia no revel¨® rastro alguno de ning¨²n veneno conocido. Una vez m¨¢s, por Mosc¨² corren los rumores m¨¢s disparatados. Seg¨²n el m¨¢s extendido, los dos envenenados -teniendo en cuenta sus s¨ªntomas- fueron v¨ªctimas de un arma qu¨ªmica a base de f¨®sforo org¨¢nico que el Ej¨¦rcito guarda todav¨ªa en sus dep¨®sitos en forma gaseosa. Pero, ?c¨®mo se les pudo administrar el gas? La respuesta de Izvestia es expl¨ªcita: el gas fue colocado en el auricular del tel¨¦fono de Iv¨¢n Kivelidi. ?ste fue el primero en descolgar y se desplom¨®; despu¨¦s, su secretaria us¨® el aparato y cay¨® igualmente. Seg¨²n esta teor¨ªa, los envenenadores de Mosc¨² habr¨ªan superado todas las proezas de Catalina de M¨¦dicis y Lucrecia Borgia.
Lo fundamental no es eso: las hip¨®tesis barajadas en estos dos asesinatos inexplicables hacen sospechar de los agentes antiterroristas, los spetsnaz del Ministerio del Interior y del Ej¨¦rcito. El vicepresidente de la Mesa Redonda de la Empresa Rusa, Vlad¨ªmir Sherbakov -?que sigue vivo!- no llega a acusar a Bor¨ªs Yeltsin, pero responsabiliza a altos cargos del Gobierno". Est¨¢ realizando su propia investigaci¨®n y ha ofrecido un mill¨®n de d¨®lares (?!) a quien le ponga sobre la pista de los asesinos. El asunto del veneno telef¨®nico no ha hecho m¨¢s que empezar.
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