Tras los restos de nuestros rastros
Con s¨®lo revisar mentalmente todo el arte, toda la ciencia y toda la m¨ªstica de todos los tiempos y de todas las culturas, es posible descubrir la presencia tenaz de una misma cuesti¨®n. ?sta: ?qu¨¦ ser¨¢ de m¨ª? La ciencia no disimula su ilusi¨®n por trabajarla ni, sobre todo, su m¨¦todo de trabajo: desviar la atenci¨®n hacia una pregunta auxiliar algo distinta. Esta otra: ?c¨®mo he llegado hasta aqu¨ª?As¨ª es. No pocas disciplinas cient¨ªficas basan su labor en restos de acontecimientos pasados que se van acumulando y duermen, en alg¨²n lugar del mundo, a disposici¨®n de cosm¨®logos, astr¨®nomos, ge¨®logos, paleont¨®logos, arque¨®logos, historiadores, bi¨®grafos, detectives, periodistas... La verdad cient¨ªfica es siempre provisional, finita su vigencia. Pero el objeto real, como el conjunto de los restos de nuestros ancestros, permanece impasible durante una casi semieternidad como fuente y juez de verdades nuevas. Cualquiera de tales objetos, por modesto que sea, tiene mucho que ver con aquella pregunta esencial.
Tengo ante m¨ª dos piezas de ¨¢mbar con inclusiones de insectos. La primera muestra el resultado de una inundaci¨®n, ide una inundaci¨®n de resina en una galer¨ªa de un hormiguero!. De estas hormigas s¨®lo sobrevive, 40 millones de a?os despu¨¦s, una especie muy parecida en Australia (Leptomyrmex).
Una paseo microsc¨®pico por esta pieza, de apenas un cent¨ªmetro cuadrado, recuerda algo parecido a los ¨²ltimos d¨ªas de Pompeya: obreras, larvas, ninfas, huevos... Se trata de la nurser¨ªa de una colonia capturada en pleno traj¨ªn cotidiano, Es un, paseo de emociones fuertes. Mencionar¨¦ s¨®lo esta escena: una obrera traslada una larva firmemento sujeta entre sus mand¨ªbulas: est¨¢ claro que fue sorprendida mientras cumpl¨ªa con su deber de buscar un lugar m¨¢s fresco para la futura ninfa. Conmovedor. Lo mismo hacen muchas hormigas actuales, aunque ninguna sea id¨¦ntica a la que nos ocupa. La evoluci¨®n biol¨®gica es necesaria, pero no es obligatoria. Cuarenta millones de a?os pueden no ser
La otra pieza muestra una historia bien distinta. En ella se aprecia que la resina original era muy fluida. Deb¨ªa hacer mucho calor en aquel momento. Todos los insectos atrapados son voladores o saltadores. Hay una gran diversidad de mosquitos de fantasiosas antenas peludas o plumosas. Son tan min¨²sculos que no tuvieron la menor opci¨®n cuando una caprichosa turbulencia los estrell¨® contra la resina. Uno de ellos ha quedado fotografiado en posici¨®n de alarma y mira a c¨¢mara con una expresi¨®n de, se dir¨ªa, may¨²scula sorpresa.
Recorrer la pieza de ¨¢mbar con la lupa y toparse de repente con una mirada a los ojos desde el oligoceno sobresalta un poco. Porque hace casi cuarenta millones de a?os faltaban todav¨ªa casi cuarenta millones de a?os para que algo parecido a un ser humano pudiera disfrutar del paisaje. Ninguna de aquellas especies es id¨¦ntica a las actuales; la vegetaci¨®n que hoy conocemos no puede explicar, ni de lejos, la enorme cantidad de ¨¢mbar presente en las minas. La evoluci¨®n biol¨®gica no ser¨¢ obligatoria, pero es necesaria. En s¨®lo 40 millones de a?os el paisaje se ha hecho del todo irreconocible. Sin embargo, hay suficientes datos en esta pieza de ¨¢mbar para imaginar una tarde calurosa del oligoceno con brisa racheada meciendo dulcemente una exuberante bot¨¢nica resinosa.
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