Una bronca mansada
Decepcion¨® la corrida de Dolores Aguirre, no por su presentaci¨®n, que fue irreprochable, sino por su mansedumbre declarada. Una mansedumbre que inclu¨ªa bronquedad y frecuentemente tambi¨¦n invalidez.Al que abri¨® plaza lo recibi¨® el p¨²blico con aplausos y el mismo saludo habr¨ªan merecido los dem¨¢s por su seriedad y su estampa. Hubo cornamentas impresionantes en su astifina arboladura. Pero el p¨²blico no aplaud¨ªa ya. La mansada hab¨ªa echado abajo los ¨¢nimos; y hasta agrad¨® que el presidente devolviera al corral el cuarto, por si con el sobrero cambiaba el panorama.
Cambi¨® el panorama, efectivamente: el sobrero result¨® bravo. ?scar Higares le dio largas cambiadas de rodillas, ver¨®nicas a pies juntos., intent¨® un quite. El sabr¨¢ qu¨¦ quite. Pareci¨® el combinado de larga, revolera y gaonera, mas se le descompon¨ªa a poco de empezar. Lo intent¨® dos veces y a la postrera, le arroll¨® el toro, no por maldad cong¨¦nita sino por desconcierto adquirido.
Aguirre / Higares, V¨¢zquez, Liria
Toros de Dolores Aguirre, de gran trap¨ªo, varios inv¨¢lidos (uno devuelto), mansos broncos. 4?, sobrero de Passanha, con trap¨ªo, bravo. ?scar Higares: estocada arrancando (ovaci¨®n y salida al tercio) estocada ladeada, rueda de peones -aviso- y tres descabellos (silencio). Javier V¨¢zquez: dos pinchazos, estocada corta atravesada baja y dos descabellos (silencio), dos pinchazos, estocada corta ca¨ªda y rueda de peones (silencio).Pep¨ªn Liria: pinchazo, media que escupe, descabello y se echa el toro (silencio); pinchazo hondo ca¨ªdo, rueda de peones y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio). Se guard¨® un minuto de silencio en memoria del veterinario Manuel Sanz.Plaza de Las Ventas, 12 deoctubre. 7? y ¨²ltima corrida de feria. Lleno.
El pundonor de ?scar Higares hab¨ªa quedado patente en el toro que abri¨® plaza, cobard¨®n e incierto, querencioso a tablas, revoltoso tan pronto el pulso del torero claudicaba en el mando o perd¨ªa el temple. Abriendo el comp¨¢s en la suerte al natural consigui¨® Higares sus mejores pases, mientras resultaban descompuestos los derechazos, ya que por esa banda sac¨® peligro el toro.
El sobrero era otra cosa. El sobrero desarroll¨® una casta que demandaba toreo. No pases: toreo de verdad. ¨®scar Higares no se debi¨® de enterar, o no se atrev¨ªa a cruzarse, cargar la suerte, ligar los muletazos seg¨²n mandan los c¨¢nones, y opt¨® por emplear el toreo suced¨¢neo del unipase fuera cacho ahogando la embestida. El p¨²blico no se lo consinti¨®, y pues continuaba terne en las maneras elegidas, concluy¨® con fracaso el destemplado trasteo.
Posiblemente hay en estos toreros modernos un problema de oficio. Saben aflamencar el cuerpo, pegar cien pases -siempre que no sean ligados por favor-, componer farrucos desplantes, en tanto desconocen lo fundamental del toreo. Si el toro es el de siempre -un borrego moribundo-, las faenas les salen conforme a sus prop¨®sitos; si es el de casta -¨²nico que puede llamarse con propiedad toro-, est¨¢n perdidos. N¨¢ufragos en la soledad del redondel, se asustan, no aciertan a conducir las embestidas con mediano aseo y acaban perdiendo los papeles.
?ste fue el caso de Javier V¨¢zquez, que resolvi¨® abreviar a causa del incierto sentido del segundo toro y la brevedad consisti¨® en pasarse seis minutos medio agachado, mirando al toro de soslayo, como quien lo mide para hacerle un traje. Finalmente el toro perdi¨® la paciencia, se arranc¨®, y pudo apreciarse que Javier V¨¢zquez carec¨ªa de recursos lidiadores para librarse de su acoso. El quinto sac¨® casta y desbord¨® a Javier V¨¢zquez, que pareci¨® incapaz de mandar en la embestida, menos a¨²n templarla.
Carencias art¨ªsticas las supli¨® Pep¨ªn Liria con arrojo. Valent¨ªsimo toda la tarde, dibuj¨® dos medias ver¨®nicas, cuaj¨® algunos trincherazos con hondura y majeza, al sexto le cambi¨® por la espalda, se arrim¨® en naturales y derechazos. No fue tan buen lidiador, sin embargo. Ni ¨¦l ni su cuadrilla consiguieron sacar al tercer toro del caballo deribado, al que peg¨® en el cuello un terrible cornad¨®n.
Los peones, en cambio, animaron el tercio de banderillas. A ese toro le hicieron muy bien la suerte Alejandro Escobar y Alfredo Garc¨ªa Cervantes. El segundo, que iba tercero, le prendi¨® al sexto un par soberano; un memorable par en lo alto, con una naturalidad, una torer¨ªa y un arte desconocidos en la moderna tauromaquia. Y, concluida la mansada, de ese par -s¨®lo de ese par- hablaba la afici¨®n. Como en las grandes tardes de gloria, sali¨® de la plaza banderilleando. A qui¨¦n, eso ya era cosa de cada cual.
Babelia
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