Los Arcos
GUILLERMO CABRERA INFANTE
Del exterminio de una familia cubana por el tumor maligno de la pol¨ªtica.La casa de los ?tridas (a la que pertenec¨ªan Agamen¨®n y su mujer Clitemnestra y sus hijos Electra, Ifigenia y Orestes) y su exterminio es el fundamento de la tragedia griega: todos fueron condenados a una suerte peor que la muerte por dioses implacables. La familia Arcos est¨¢ en el origen de la revoluci¨®n cubana y todos sus miembros han sido condenados por hombres m¨¢s implacables que los dioses. Son los tiranos Batista y Fidel Castro y por supuesto sus verdugos, que no son dioses menores sino meros mi?ones: aquellos que, llamados a contar, siempre dicen: "Obedec¨ª ¨®rdenes". Como los nazis que fueron criminales de guerra. La guerra en Cuba, como se sabe, dura m¨¢s de cuarenta a?os. Hitler, no hay que olvidarlo, estuvo 12 a?os en el poder.
Ya ustedes conocen a Gustavo Arcos, el h¨¦roe de varias y continuas resistencias. Cont¨¦ su vida en su biograf¨ªa pol¨ªtica Vidas de un h¨¦roe, publicada en Espa?a y en todas partes y recogida en mi Mea Cuba (1992). Otros han contado tambi¨¦n su historia, y una recapitulaci¨®n de sus tribulaciones aparece en El prisionero pol¨ªtico desconocido, publicado antes, en 1986. Ahora quiero hablar de Arcos y de su familia varias veces heroica.
Gustavo Arcos fue con un grupo de j¨®venes, m¨¢s bien muchachos, a una acci¨®n pol¨ªtica contra Batista en Santiago de Cuba, a mil kil¨®metros de La Habana. Cuando Gustavo supo que Fidel Castro, su l¨ªder, lo que planeaba era un asalto armado, por sorpresa, en la noche, disfrazados los asaltantes de soldados de uniforme, se neg¨® a participar y por poco le cuesta la vida. Gusavo era -y es- un cat¨®lico practicante y vio la acci¨®n, revelada a ¨²ltima hora como un acto de guerra no avisada. Pero m¨¢s bien por solidaridad con sus amigos (uno de los cuales era Ra¨²l, hermano menor de Fidel Castro) decidi¨® ir al asalto y fue herido y salv¨® la vida porque, cre¨ªa, Dios le hab¨ªa destinado a otra misi¨®n. Que Fidel Castro, dios menor, hizo todo lo posible por hac¨¦rsela imposible en la c¨¢rcel, en el exilio y despu¨¦s del triunfo. Gustavo, uno de los llamados "h¨¦roes hist¨®ricos", estuvo relegado meses despu¨¦s de lo que ¨¦l cre¨ªa su triunfo, luego fue enviado de embajador, en un anodino puesto, a Bruselas. Finalmente, vuelto a Cuba, fue puesto preso, y sin ser juzgado fue condenado a cuatro a?os de prisi¨®n, seguida la condena por una temporada de prisi¨®n domiciliaria. Fue entonces cuando decidi¨® fugarse de su doble c¨¢rcel, y, junto a su hermano Sebasti¨¢n (m¨¢s, m¨¢s tarde), se embarc¨® en un bote con rumbo desconocido, a medianoche. En alta mar, cuando fue apresado por un guardacostas, supo que hab¨ªa estado vigilado todo el tiempo por Seguridad del Estado (la Gestapo cubana) y que hab¨ªan jugado con ¨¦l y su hermano como juega el gato con sus ratones cautivos. Esta vez fue procesado, juzgado y condenado a 15 a?os de prisi¨®n, de los que cumpli¨® 11. La herida que hab¨ªa sufrido durante el asalto al Moncada (una bala alojada entre dos v¨¦rtebras), que lo dej¨® medio inv¨¢lido, se hab¨ªa agravado en forma extrema, alarmante. Vuelto a La Habana, su apartamento perdido, su madre muerta (la formidable do?a Rosina, que siempre que lo visitaba en la c¨¢rcel conminaba a su hijo a no declarar nada "a esos comunistas"), busc¨® un ¨²ltimo refugio en el matrimonio y lo dejaron vivir en una casa de mala muerte. Gustavo, que hab¨ªa vivido las vidas de un h¨¦roe" ahora era un paria en su patria. Decidi¨® luchar todav¨ªa m¨¢s contra, Castro, pero esta vez su arma elegida, en comuni¨®n con su fe cat¨®lica, era una forma de resistencia c¨ªvica: la disidencia declarada. Pronto su casa se le har¨ªa otra c¨¢rcel. Hasta aqu¨ª la historia contempor¨¢nea de Gustavo Arcos.
La historia de la familia Arcos comenz¨®, por supuesto, antes.
El asalto al cuartel Moncada, que hizo a Gustavo famoso en toda Cuba despu¨¦s de su arriesgada fuga del hospital donde era un herido bajo custodia policial, fue una culminaci¨®n para los Arcos, su casa, dirigida por la fr¨¢gil pero formidable do?a Rosina, que bland¨ªa su bast¨®n contra los inn¨²meros soldados de Batista, malos esp¨ªritus armados. Est¨¢ la hermana que, con Sebasti¨¢n, su hermano menor, escondido en la casa, abri¨® la puerta a los sicarios del SIM (Servicio de Inteligencia Militar, la anterior Seguridad del Estado), pero se agarr¨® a las jambas para parapetarse de manera tal que parec¨ªa una cruz humana. Entonces conmin¨® a los agentes a que pasar¨¢n por encima de su cad¨¢ver para entrar a registrar la casa. Por poco le tomaron la palabra a Rochuca, ¨¦se era su apodo familiar, si no interviene un vecino poderoso. La casa de los Arcos estaba entonces en C¨¢rdenas, una ciudad al este de La Habana. Los esbirros no pudieron entrar en la casa, pero los mudaron a la fuerza y fue as¨ª como los Arcos se convirtieron en las ¨²nicas personas deportadas en familia de una ciudad de Cuba a otra. Ni siquiera la familia Castro sufri¨® semejante castigo despu¨¦s del fiasco del asalto y la prisi¨®n de los dos hermanos. Nunca se atrevi¨® Batista a tocar a Ra¨²l ni a Fidel Castro, presos o en libertad. Tal vez recordar¨ªa su relaci¨®n con el viejo Castro, en cuya colonia hab¨ªa cortado ca?a de joven como luego de soldado hab¨ªa cargado en sus piernas a Ra¨²l ni?o. Sea c¨®mo sea, los Arcos, menos preeminentes pero m¨¢s heroicos, comenzaron a cumplir su misi¨®n de ?tridas del tr¨®pico.
Gustavo, por su invalidez, no estuvo en la expedici¨®n del yate Granma, pero vino su hermano Luis. El desembarco fue en realidad un naufragio, con la aviaci¨®n de Batista bombardeando la zona. Luis Arcos fue cogido prisionero y dado a conocer como tal por la prensa y la radio. La familia Arcos, en su destierro, se alegr¨® cuando supo la buena nueva, que pronto se hizo mala noticia. Luis hab¨ªa sobrevivido al naufragio y al bombardeo y hab¨ªa sido visto y entrevistado cuando era transportado preso fuera de la zona en un cami¨®n militar junto con otros rebeldes. Pero Luis nunca regres¨® a casa: fue un prisionero de guerra m¨¢s que mor¨ªa asesinado. El dolor de la familia se atenu¨® al saber que Sebasti¨¢n, sin embargo, estaba a salvo. Gustavo recibi¨® ambas noticias en su exilio de M¨¦xico.
Ya en la revoluci¨®n triunfante, una de las primeras unidades de la nueva marina mercante llevaba el nombre de Luis Arcos. Ser¨ªa una iron¨ªa de los dioses (si existieran los dioses) que Gustavo y Sebasti¨¢n Arcos fueran hechos prisioneros tratando de huir de Cuba en un bote. Sucede, se sabe, que el marxismo ha abolido a los dioses y a Dios pero no el infierno.
Gustavo y Sebasti¨¢n ejerc¨ªan ahora su forma posible de democracia en un Estado totalitario al formar un grupo de presi¨®n por los derechos humanos y servir de monitores y propagadores de las actividades democr¨¢ticas en Cuba. En contra de este grup¨²sculo se erig¨ªa la formidable
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Los Arcos
Viene de la p¨¢gina anteriormaquinaria policial de los hermanos Castro. Ya Ra¨²l no era amigo de Gustavo, ya Sebasti¨¢n no era hermano de un m¨¢rtir. Los dos eran enemigos del pueblo y perseguidos de oficio. Por estas actividades humanitarias Sebasti¨¢n regres¨® a la c¨¢rcel. Esta vez, por cuatro a?os m¨¢s.
Como le dijo su carcelero favorito, "Caramba, Sebasti¨¢n, cu¨¢nto gusto volverte a ver". El saludo pod¨ªa ser broma, pero la c¨¢rcel pol¨ªtica en Cuba no es broma, Sobre todo si eres un activista de los derechos humanos que denuncia los abusos y atropellos de un poder abrumador. Sebasti¨¢n, a pesar de la naturaleza pac¨ªfica de sus actividades, fue puesto preso entre, los delincuentes, ya que en Cuba no hay, presos pol¨ªticos ni prisioneros de conciencia. Como ha dicho. Castro varias veces a voz en cuello: "En Cuba no hay presos pol¨ªticos, se ' ?ores. Lo que hay es delincuentes comunes que act¨²an contra el Estado". Delicada definici¨®n viniendo de un hombre tan brutal. (Por cierto, nadie recuerda que el primer y ¨²nico oficio de Fidel Castro fue abogado con pistolas).
Gustavo sigui¨® en su casa ejerciendo su oficio de abogado humanitario. No hay permiso para visitarlo porque, para el Gobierno, Arcos simplemente no existe. Cuando a duras penas un reportero de la televisi¨®n brit¨¢nica dio con ¨¦l, encontr¨® su casa, la fachada, llena de pintadas a cual m¨¢s marxista, m¨¢s sutil, m¨¢s delicada de colores. Los cristales de las ventanas estaban acribillados y aun en el interior se respiraba una atm¨®sfera de acoso abrumadora. Gustavo, corno, todo, preso ten¨ªa un catey, una cotorra cubana, que deleit¨® al visitante brit¨¢nico: era la suya la ¨²nica voz libre en el recinto. Ten¨ªa tambi¨¦n un mensaje de paz y democracia. Al salir de la casa, las c¨¢maras encontraron dos autos, blanco y negro, de la polic¨ªa.
Como los brit¨¢nicos hablaban poco espa?ol y yo s¨¦ mucho cubano, pude o¨ªr en el documental cuando uno de los muchachos que disipan su ocio tir¨¢ndole (intifada oficial) piedras a las ventanas preguntaba en r¨¢pido habanero: "?Le tiramos ahora?". El polic¨ªa, que ten¨ªa m¨¢s conciencia de la c¨¢mara que buena conciencia, movi¨® su cabeza: "No ahora". El brit¨¢nico todo lo que hizo fue sonre¨ªr a la patrulla del crep¨²sculo. Si as¨ª ocurre con Gustavo Arcos, ?qu¨¦ no ocurrir¨¢ con sus colegas menos conocidos?
Not¨¦ que Gustavo, m¨¢s que viejo, se ve¨ªa avejentado. Luego supe que ten¨ªa un c¨¢ncer de pr¨®stata que no se atrev¨ªan a operar en Cuba. Imaginen la posibilidad de este h¨¦roe sacrificado en la mesa de operaciones -todas militares-. Para completar el sino de la casa de Arcos hay que decir que Sebasti¨¢n est¨¢ moribundo en Miami despu¨¦s de ser operado en una exploraci¨®n. para aliviar un c¨¢ncer de colon. Ya se sent¨ªa mal en la c¨¢rcel y su familia cree que fue la horrenda dieta carcelaria la que le produjo el c¨¢ncer. ?sa es una hip¨®tesis. La realidad es que ya en la calle (no se puede decir que en Cuba alguien est¨¦ en libertad) los dolores se agudizaron, pero no hubo un solo m¨¦dico, civil o militar, que le hiciera una exploraci¨®n siquiera.
Cuando ya ten¨ªa la entrada en EE UU y aceptado en un prestigioso hospital d¨¦ Miami, los m¨¦dicos castristas, entre ellos el doctor Jes¨²s M. Carles (*), examinaron a Sebasti¨¢n, diagnosticaron un c¨¢ncer incurable. Fue entonces, s¨®lo entonces, cuando le dieron permiso a Sebasti¨¢n, que hab¨ªa sido en Cuba segundo almirante de la Marina Revolucionaria, para irse a curar -o morir- en Miami. ?Qu¨¦ otro destino cubano le queda al resto de la familia Arcos? Parece una maldici¨®n de la historia, pero es el signo y el sino de los h¨¦roes irredimibles. Si se hubieran plegado al designio del dictador, tendr¨ªan todos los premios: una mansi¨®n en Miramar, viajes, una cuenta corriente en bancos discretos y, en caso de enfermedad, si los avances prodigiosos en la medicina y la salud p¨²blica no logran curar el mal, una cuenta ilimitada en hospitales de Nueva York y una cura de reposo en Miami. Pero los Arcos todos han gozado de un raro privilegio y han sabido, cuando a muchos los corrompe el poder, dar una constante lecci¨®n de moral ciudadana.
Versi¨®n del griego: "A los que el dios quiere perder, primero los hace h¨¦roes".
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