Cinismo
Durante los diez primeros a?os del mandato socialista, antes de que aflorase el clima de descr¨¦dito y corrupci¨®n pol¨ªtica, era un lugar com¨²n sostener que la principal contribuci¨®n del PSOE al inter¨¦s general (al margen de la construcci¨®n del Estado del bienestar y la correcci¨®n de las desigualdades mediante la redistribuci¨®n de la renta) era la llamada consolidaci¨®n democr¨¢tica. En efecto, se daba por supuesto que, si bien el m¨¦rito de la transici¨®n pol¨ªtica a la democracia deb¨ªa ser atribuido a UCD, el de coronarla con ¨¦xito, consolidando la transici¨®n irreversiblemente, pertenec¨ªa al PSOE, a partir sobre todo de su desarme del golpismo. ?Cabe seguir diciendo lo mismo diez a?os despu¨¦s, cuando el poder socialista declina ya?Los soci¨®logos pol¨ªticos est¨¢n divididos acerca de cu¨¢les son los criterios que determinan la consolidaci¨®n de la democracia. Los minimalistas sostienen que basta con la com¨²n obediencia de todos los actores pol¨ªticos a unas mismas r¨¦glas procedimentales de juego para que se pueda dar por irreversiblemente consolidado un proceso de transici¨®n a la democracia. En cambio, los maximalistas a?aden a esta condici¨®n necpsana, pero insuficiente, otro requisito m¨¢s, que es el de la sedimentaci¨®n de una cultura c¨ªvica capaz de legitimar plenamente las nuevas instituciones democr¨¢ticas, lo que no s¨¦ puede dar por seguro hasta que las nuevas generaciones posteriores a la transici¨®n adquieran un maduro y s¨®lido civismo en su proceso de socializaci¨®n.
?En qu¨¦ medida se cumplen estas condiciones en el caso espa?ol? Por lo que hace primero a las reglas de juego, es cierto que el PSOE logr¨® enseguida desactivar el golpismo militar, aunque no sepamos muy bien todav¨ªa el precio completo que hubo que pagar por ello. En cambio, fracas¨® en su intento de neutralizar el terrorismo vasco, lo que produjo dos efectos perversos de incalculables consecuencias. Por un lado, hubo que apuntalar los aparatos policiales heredados del franquismo, que siguieron utilizando reglas antidemocr¨¢ticas de juego con el efecto domin¨® que habr¨ªa de dar lugar al GAL y dem¨¢s casos encadenados (Cesid, Intxaurrondo, Rold¨¢n, fondos reservados, etc¨¦tera). Y por otro, se hizo posible que determinados actores pol¨ªticos (como cierto nacionalismo vasco) se escudasen en la coacci¨®n terrorista para excluirse del juego democr¨¢tico o amenazar con hacerlo.
Y, al advertir la impunidad con que algunos se saltaban las reglas, los dem¨¢s actores enseguida aprendieron a imitarles haciendo trampas y practicando juego sucio, abundando los ejemplos en todos los bandos. Aunque cabe reconocer, sin ¨¢nimo de se?alar, que las pr¨¢cticas de corrupci¨®n protagonizadas por los socialistas proporcionaron el peor ejemplo a imitar. As¨ª, para defenderse de esta competencia desleal, los partidos en la oposici¨®n la denunciaron ante los tribunales, profundizando en una judicializaci¨®n de la pol¨ªtica originalmente inventada por el PSOE para presumir de inocencia y eludir su responsabilidad. Pero sustituir las reglas pol¨ªticas de juego por las reglas procesales de enjuiciamiento no s¨®lo implica politizar la justicia, sino que tambi¨¦n supone eliminar la condici¨®n m¨ªnima de consolidaci¨®n democr¨¢tica (que exige utilizar s¨®lo reglas ¨²nicas de juego pol¨ªtico): pues recurrir al proceso penal para condicionar el proceso pol¨ªtico determina la ruptura del consenso procedimental democr¨¢tico.
Ahora bien, si este criterio minimalista de consolidaci¨®n parece haber fallado, ?qu¨¦ decir del maximalista que exige la institucionalizaci¨®n de una cultura pol¨ªtica basada en el civismo y la participaci¨®n? En este aspecto debemos ser todav¨ªa m¨¢s esc¨¦pticos, pues no parece que quepa lugar alguno para el optimismo. Las nuevas generaciones de espa?oles est¨¢n siendo pol¨ªticamente socializadas por el ejemplo que les brindan las pr¨¢cticas cotidianas de la clase pol¨ªtica actual. Y ese ejemplo no es, desde luego, el del civismo democr¨¢tico, sino, en todo caso, el del m¨¢s desbocado cinismo pol¨ªtico. Con tan c¨ªnicos maestros, ?c¨®mo podr¨ªan aprender a ser c¨ªvicos sus avisados disc¨ªpulos?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.