"?A d¨®nde vamos, mam¨¢?"
Los padres de Jaime, la primera v¨ªctima de la colza, recuerdan 14 a?os despu¨¦s y c¨®mo temieron perder a todos sus hijos
"?A d¨®nde vamos, mam¨¢?", pregunt¨® Jaime cuando la ambulancia se puso en marcha."Al hospital", le respondi¨® ella, que le llevaba sobre sus rodillas.
- Ya, igual que a C. Luego, me dejar¨¦is all¨ª.
- ?Toses como ¨¦l [su hermano gemelo sufr¨ªa asma y hab¨ªa sido ingresado varias veces]?
- No.
- Entonces, ?c¨®mo te vamos a dejar? Volveremos en un taxi. Cierra los ojos y du¨¦rmete.
As¨ª recuerda Mar¨ªa del Carmen Garc¨ªa, de 63 a?os, su ¨²ltima conversaci¨®n con su hijo peque?o, que ten¨ªa ocho, aquella fat¨ªdica ma?ana del 1 de mayo de 1981. Hab¨ªan salido de su ambulatorio de Torrej¨®n de Ardoz y se dirig¨ªan al hospital de La Paz, en Madrid. A los cinco minutos, cuando ni hab¨ªan pasado del cercano San Fernando de Henares, Jaime hizo "un gesto extra?o" y. se qued¨® "r¨ªgido". Mar¨ªa le frot¨® con desesperaci¨®n las manos y los pies. En vano. Hab¨ªa muerto.
La pesadilla de una humilde familia, la de los Vaquero. Garc¨ªa, hab¨ªa estallado. Siniestra distinci¨®n la suya. Le, cupo la desgracia de padecer la primera v¨ªctima de la colza adulterada. Las asociaciones de afectados cifran en 1.200 los fallecidos y en 20.000 los enfermos. Cinco ex cargos de la Administraci¨®n y dos ex concejales se sientan en estos d¨ªas en el banquillo de la Audiencia Nacional en un segundo juicio -el primero, de 1987 a 1989, fue el de los aceiteros que desviaron hacia el consumo humano un producto de uso industrial- en el que el Estado podr¨ªa ser declarado responsable civil subsidiario, lo que le abocar¨ªa a desembolsar unos 600.000 millones de pesetas en indemnizaciones.
Pobre sano, rico enfermo
"Los de la colza, como algunos nos llaman ahora casi despectivamente, siempre hemos pedido salud y justicia, no dinero" matiza Carmelo Vaquero, de 67 a?os, el padre de Jaime, que en diciembre de 1981 recibi¨® "tres millones, por su muerte, y 250.000 pesetas, por los gastos del sepelio". "Es mejor ser un pobre, sano que un rico enfermo", a?ade. "Otra cuesti¨®n"prosigue, "es que haya p¨ªcaros que pretendan vivir sin trabajar. Pero la Administraci¨®n, que deber¨ªa tenerlo todo bajo control, es la culpable de ello. No podemos pagar justos por pecadores". "Si los hubieran colgado... Del cementerio no sale nadie" exclama Mar¨ªa: en alusi¨®n a los aceiteros condenados, de los que s¨®lo cuatro permanecen en prisi¨®n, pero ya apenas para dormir. "Yo no soy partidario de la pena de- muerte. Sin embargo..." tercia Carmelo.
Jaime -"m¨¢s listo que el hambre"- no hab¨ªa sido el primero de los siete hijos de los Vaquero Garc¨ªa, que prefieren que sus nombres no trasciendan por ellos y sus nietos -"en casa, donde ya s¨®lo vive con nosotros el gemelo de Jaime, ni hablamos del maldito s¨ªndrome t¨®xico"-, en sentirse mal. Otros cuatro andaban "como griposos". "Jaime volvi¨® del colegio por la tarde con fiebre" explica Mar¨ªa; "de madrugada, empeor¨® y no pod¨ªa dormirse. Fuimos al ambulatorio. El m¨¦dico, que estaba roque, dijo que era de la tripa y le recet¨® un jarabe. A las nueve de la ma?ana, cuando se lo llevamos otra vez, nos envi¨® a toda prisa a La Paz. Un practicante nos coment¨® que deber¨ªa haberlo hecho por la noche".
Cuando Mar¨ªa lleg¨® al centro cl¨ªnico con el cad¨¢ver de Jaime, el revuelo de batas blancas fue enorme: "Hay que hacerle la autopsia". Enseguida le espetaron una pregunta angustiosa: "?Hay alguien m¨¢s enfermo en su familia?". Para sus hijos, incluso para ella misma -su marido fue el ¨²nico que se libr¨®- se inici¨® en ese momento un rosario de hospitalizaciones. Algunos estuvieron internados diez meses; otros, doce: "Temimos perderlos a todos uno a uno. Fue horrible".
No se trataba de un virus, de una epidemia. "Un asesinato", sentencia Carmelo; "cuando un mes despu¨¦s se vio que el mal proven¨ªa del aceite, a¨²n result¨® m¨¢s doloroso. Entonces fue como lo de Anabel Segura ahora. La enfermedad, como el secuestro, es triste, pero asumible. El crimen, no". "Lo vend¨ªa una mujer en el mercadillo de los mi¨¦rcoles. Nunca la volvimos a ver. Su garrafa de cinco litros costaba m¨¢s que otras, 525 pesetas, porque dec¨ªa que era de oliva", relata Mar¨ªa, que no ha vuelto a comprar comestibles sin etiqueta. Abonar aquel precio, amarga paradoja, era poco menos que un lujo para ella, una limpiadora, y su marido, un obrero incapacitado desde 1977 debido a sus v¨¦rtebras "descalcificadas".
Hoy, 14 a?os despu¨¦s, m¨²ltiples llantos, pruebas, medicamentos, indignaciones, papeleos, querellas y frustraciones despu¨¦s, a sus hijos -a uno hubo que trasplantarle un ri?¨®n- y ellos -"otras personas est¨¢n much¨ªsimo peor"- les quedan, dicen, a diario los calambres y los dolores y al mes unas ayudas modestas: 44.000 pesetas en los casos m¨¢s elevados.
Tambi¨¦n, cierto "escepticismo" respecto a la vista de los funcionarios, de la que podr¨ªa derivarse que cobrasen, en conjunto, m¨¢s de 200 millones: "Se disculpan, l¨®gico. Si los condenasen,. apelar¨ªan. Continuar¨¢ yendo para largo. Felipe Gonz¨¢lez dijo que lo arreglar¨ªa. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo. Al final, se lo llevar¨¢ cualquier Rold¨¢n".
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