La ¨²ltima asignatura del siglo
M¨¢s tarde o m¨¢s pronto deber¨¢n acudir las dos partes a la cita. La evoluci¨®n del catalanismo pol¨ªtico y de la derecha espa?ola conduce a un punto de intersecci¨®n que se sit¨²a como m¨¢s lejos en el fin de siglo, probablemente antes de que se alcance la cifra cargada de significado de 1998. Entre el examen de conciencia democr¨¢tica que estamos celebrando con los 20 a?os de la transici¨®n y el final de la d¨¦cada, Espa?a tendr¨¢ la oportunidad de pasar una asignatura que es como la rev¨¢lida del siglo, y ¨¦sta es la alianza pendiente entre una o varias fuerzas nacionalistas catalanas y probablemente vascas y el gran partido de la derecha espa?ola. El siglo empez¨® tras la crisis del 98, en la que cristaliz¨® el divorcio entre Catalu?a y Espa?a, entre la burgues¨ªa catalana y la gobernaci¨®n del Estado. Si el catalanismo brot¨® precisamente de la herida abierta por la p¨¦rdida de los ¨²ltimos jirones del viejo imperio, el 98 que se avecina casi cien a?os despu¨¦s puede conmemorarse bajo dos signos distintos, y a la vez profundamente contradictorios.Uno es el signo del eterno retorno. Espa?a, sin pulso, necesita una nueva regeneraci¨®n. Un vago casticismo, el neonacionalismo, qui¨¦n sabe si algo de la ciruj¨ªa f¨¦rrea que ped¨ªa Joaqu¨ªn Costa, anida de nuevo en las almas humilladas y ofendidas de sus dolientes patriotas. En Catalu?a y en el Pa¨ªs Vasco, estas apelaciones refuerzan defensas y temores y conducen a todo menos a la complicidad: se ofrecer¨¢n a jugar el papel de cubas de este nuevo 98. Quien sienta apetencias por estos fantasmas hist¨®ricos deber¨¢ saber que los suyos son instintos suicidas, la atracci¨®n del desastre y de un abismo real, no de una mera quimera negativa.
Otro signo es el de la superaci¨®n hist¨®rica. El siglo empez¨® con la ascensi¨®n del catalanismo y un serio intento de articulaci¨®n en el sistema pol¨ªtico de la Restauraci¨®n, y fracas¨® precisamente por debilidad de todos ante el empuje de los movimientos sociales y del republicanismo y ante lo que desde el centro se ve¨ªa como particularismo disgregador. Tras echar a perder casi cuarenta a?os, la nueva democracia espa?ola se asent¨® como un Estado de las autonom¨ªas a partir de un pacto que comprometi¨® a los nacionalismos. Pero la articulaci¨®n de las nacionalidades llamadas hist¨®ricas en un Estado com¨²n requiere tiempo, y s¨®lo pod¨ªa resolverse por la pr¨¢ctica civilizatoria de la acci¨®n democr¨¢tica en los Parlamentos y en los Gobiernos. El nacionalismo catal¨¢n, que es el de mayor peso pol¨ªtico, pact¨® enseguida con la UCD, aprovechando la mala conciencia y las buenas intenciones de los centristas. Hizo lo mismo m¨¢s tarde con el socialismo en su etapa de declive y de intenso compromiso europeo, lejos ya de la primera hora neonacionalista. Y queda ahora una ¨²ltima asignatura para culminar el ciclo y comprometer a los catalanes en el Estado y a todos los espa?oles en la Espa?a plural. ?sta es el pacto con la derecha espa?ola.
Ha habido muchos intentos de articulaci¨®n. Unos frustrados y otros incompletos. La presencia de socialistas catalanes en la Administraci¨®n del Estado y del Gobierno, sin ir m¨¢s lejos, ha sido uno de los episodios de participaci¨®n m¨¢s intensos desde los tiempos de la Gloriosa y de la Primera Rep¨²blica. Tambi¨¦n lo ha sido el pacto entre Pujol y Gonz¨¢lez, aunque haya sido breve e insuficiente en la intensidad del compromiso. El nuevo intento, al igual que el anterior, tiene como paso obligado el nacionalismo realmente existente, que cosecha m¨¢s del 40% de votos y ha dado por quinta vez el Gobierno a Jordi Pujol.
Pujol ha actuado siempre desde posiciones defensivas. Su concepci¨®n es muy similar a la de Francesc Camb¨®, aunque sin la implicaci¨®n personal en el Gobierno del Estado que tuvo el dirigente de la Lliga: ser fuertes en Catalu?a e influyentes en Madrid ha sido su programa desde el primer momento. La peculiaridad pujolista ha dificultado la comprensi¨®n de sus posiciones fuera de Catalu?a, donde su distancia no se ha querido entender como un fruto de recelos hist¨®ricos, sino de la desconfianza e incluso del enga?o.
Ahora, a quien le toca recoger el guante de este desaf¨ªo es a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Si no lo hace, porque no es capaz o porque no quiere, alguien lo har¨¢ en su lugar. Quiz¨¢s Alberto Ruiz-Gallard¨®n, que viene demostrando mayor flexibilidad ante casi todo, incluida la cuesti¨®n catalana. Y esto suceder¨¢ en los pr¨®ximos meses o quiz¨¢s m¨¢s tarde, pero suceder¨¢. Sea con mayor¨ªa absoluta o sea con mayor¨ªa relativa. Tanto si el PP gobierna enseguida como si todo se retrasa por una improbable combinaci¨®n parlamentaria, so?ada desde el antiaznarismo, tras unos resultados distintos de los que ahora se columbran.
La cultura de coalici¨®n es moneda com¨²n en muchos pa¨ªses europeos. All¨ª donde hay un sistema proporcional y una cierta fragmentaci¨®n pol¨ªtica surge la pr¨¢ctica pactista y todo un sistema de gobierno basado en acuerdos parlamentarios o en coaliciones de gobierno. ?ste puede ser el caso de Espa?a, a pesar de que estamos saliendo justo ahora de una etapa de asentamiento de la democracia que ha producido situaciones excepcionales y, como consecuencia de ello, mayor¨ªas absolutas. La de Gonz¨¢lez en 1982, prolongada hasta 1993, fue fruto del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y del hundimiento del centro-derecha espa?ol. La de Pujol entre 1984 y 1995 lo es tambi¨¦n de la desaparici¨®n de la misma derecha en Catalu?a y de una especie de sabio juego de compensaciones frente a la mayor¨ªa absoluta del PSOE en Madrid. Una mayor¨ªa absoluta ahora de Aznar ser¨¢ tambi¨¦n fruto, si se alcanza, del clima de crispaci¨®n y de la sensaci¨®n apocal¨ªptica que intentan crear algunos personajes y medios de comunicaci¨®n.
Si no se alcanza, el actual mapa pol¨ªtico conduce a dos grandes alternativas: o grandes acuerdos nacionales entre los dos partidos mayoritarios que cuentan con implantaci¨®n en toda Espa?a -esto fue la famosa Ley Org¨¢nica para la Armonizaci¨®n del Proceso Autonomico (LOAPA)- o alianza con los nacionalismos, convertidos en bisagras. Lo primero puede llevar a gobernar contra los nacionalismos, lo segundo a que los nacionalismos gobiernen. Hay que escoger. Y hay que hacerlo teniendo en cuenta que la historia del siglo XX espa?ol ha sido casi ¨ªntegramente de gobierno a espaldas de la periferia y de los nacionalismos.
La cultura del pacto y la aceptaci¨®n del pluralismo implican, entre otras cosas, comprender que no se puede gobernar Espa?a sin asimilar la posibilidad de que Catalu?a, o el Pa¨ªs Vasco, condicionen el Gobierno de Espa?a. No es chantaje, como se ha querido pintar. No es rendici¨®n. Es realismo y realismo espa?ol, referido a lo que es Espa?a realmente.
Jordi Pujol y Jorge Sempr¨²n dec¨ªan hace escasos d¨ªas, a prop¨®sito de la actual crispaci¨®n, que "hace falta saber ganar y saber perder". Sempr¨²n a?ad¨ªa, con elegancia y algo de iron¨ªa, que "lo mejor para saber ganar y saber perder, en Espa?a por lo menos, sin entrar en las nacionalidades, es no ganar con mayor¨ªa aplastante ni perder de forma abrumadora". La primera lecci¨®n la tom¨® Gonz¨¢lez en 1993, ahora ha sido el turno de Pujol, y queda por saber cu¨¢l ser¨¢ la fortuna de Aznar. Incluso con una mayor¨ªa absoluta salida de una vigorosa voluntad de cambio y de renovaci¨®n, lo mejor para Espa?a y para todos ser¨ªa que Aznar y el PP administrasen sus resultados, los que sean, en t¨¦rminos de cultura del pacto y del pluralismo, para que el nuevo 98 no sea el de una nueva marginaci¨®n de los nacionalismos vasco y catal¨¢n, sino el de la superaci¨®n de la ¨²ltima rev¨¢lida del siglo.
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