Las reformas del Estado de bienestar
El mayor ¨¦xito del comunismo se produjo, parad¨®jicamente, en donde no mand¨®. Para evitar el contagio de lo acontecido en la Uni¨®n Sovi¨¦tica y su bloque, Europa se dot¨® de una serie de mejoras sociales, consensuadas entre socialdem¨®cratas y democristianos, que recibieron el nombre de Estado de bienestar y que conforman, desde la posguerra, una parte central del alma europea. Una especie de revoluci¨®n pasiva.Cuando el socialismo real se autodestruye por falta de libertad y de eficacia, hace seis a?os, el Estado de bienestar tambi¨¦n se tambalea. Desaparecido el enemigo pol¨ªtico, no es necesario el contrapeso. Se diluyen las se?as de identidad de la socialdemocracia, fuerza que se ha apropiado de la bandera del welfare (bienestar); no solamente no se queda con los restos del naufragio comunista (la llamada casa com¨²n de la izquierda), sino que disminuy¨® su influencia en beneficio de otras ideolog¨ªas m¨¢s liberales o conservadoras.
Econ¨®micamente hablando, el Estado de bienestar ya hab¨ªa dado se?ales de la necesidad de su reforma al menos una d¨¦cada antes con la aparici¨®n de los d¨¦ficit p¨²blicos. Desde los a?os ochenta, la participaci¨®n del sector p¨²blico se hab¨ªa detenido, o incluso hab¨ªa bajado levemente.
En Espa?a, esta din¨¢mica es distinta, ya que entra en Europa con mucho retraso; cuando los espa?oles aspiran a ser de la CE no solamente quieren su r¨¦gimen de libertades, sino sus niveles de protecci¨®n social; la presi¨®n fiscal y el gasto p¨²blico crecen mucho en muy poco tiempo, pero a¨²n est¨¢ varios puntos porcentuales por debajo de la media europea.
El mayor ataque al Estado de bienestar se da a partir de 1979, cuando Margaret Thatcher gana las elecciones en el Reino Unido bajo el manto de la revoluci¨®n conservadora. Ello supuso la ruptura del compromiso hist¨®rico de la posguerra. Pese a su fortaleza ideol¨®gica y a su poder pol¨ªtico, la Thatcher no logr¨® bajar sustancialmente el peso del Estado de bienestar brit¨¢nico, aunque s¨ª empeorarlo. Ello es la demostraci¨®n de su inelasticidad: resulta muy dif¨ªcil hacer retroceder los niveles de protecci¨®n europeos sin la complicidad de la opini¨®n p¨²blica. Cualquier encuesta demuestra el aprecio de los ciudadanos a un sistema p¨²blico y universal de pensiones y sanidad, a la educaci¨®n p¨²blica y gratuita y al seguro de desempleo. ?ste es su Estado m¨ªnimo.
Ello explica en parte las huelgas de estos d¨ªas en Francia. A lo que hay que unir el monumental enfado de los ciudadanos con el t¨¢ndem Jacques Chirac-Alain Jupp¨¦, que gan¨® las elecciones en nombre de una pol¨ªtica econ¨®mica diferente (de la de ?douard Balladour, de derechas, como ellos), que propon¨ªa a la vez bajar los impuestos, reducir el d¨¦ficit y reforzar la solidaridad.
Hoy, los impuestos han subido, se pretende reducir el gasto social para cumplir los criterios de convergencia y ha desaparecido en el discurso oficial cualquier referencia a la fractura social y a la marginaci¨®n de los arrabales. El Gobierno franc¨¦s se ha enredado tanto en su propia demagogia que ha despertado todas las pasiones a un tiempo, y parece incapaz de sacar adelante unas reformas imprescindibles para que el Estado de bienestar no entre en bancarrota.
La pasada semana, un centenar de intelectuales, economistas y soci¨®logos de la izquierda hicieron p¨²blico un manifiesto apoyando estas reformas: sanear las finanzas del sistema de protecci¨®n es el seguro de su supervivencia. ?ste es el razonamiento.
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